martes, 31 de enero de 2023

LA UMISHA


En la semana dedicada a las culturas del centro catequístico se estudian lenguas, costumbres, geografía, valores, etc. de los pueblos indígenas de nuestro Vicariato. Y muchas cosas se aprenden haciéndolas: danzas, comidas y bebidas, cantos, artesanías, vestimentas tradicionales, y también la fiesta de la umisha con la pandillada propia de la época de carnaval en muchos lugares.

Primero fueron a buscar una palmera con ciertas características que había sido ubicada antes no muy lejos de la casa (estamos en Indiana). Cortarla y traer el palo ya supone todo un rito, y también sembrar la umisha en un lugar adecuado de Pachamama para celebrar la fiesta. Ahí quedó plantada la tarde anterior, con los premios colgados bien altos.

La umisha es símbolo de abundancia, de los dones recibidos de arriba (apunta hacia el cielo), y especialmente los frutos de la Madre Tierra. El hombre amazónico es ancestralmente recolector, pescador y cazador, y no tanto agricultor y ganadero, y por ello el agradecimiento y la referencia al Creador son nucleares en su cosmovisión. La búsqueda de comida es una acción espiritual y comunitaria, no se puede “mezquinar” lo que se cosecha, hay que compartir, poque todo es de todos de alguna manera.

Alrededor de la umisha enhiesta y cargada de regalos comienza la danza, los valientes preparados con shorts y polos a ser posible viejos en previsión de lo que viene. Se hace un corro grande, los brazos de todos prendidos por los codos, que pronto se va rompiendo en grupos al ritmo de la música tradicional. Tenemos caja, tambor, flauta, zampoña…

Los participantes pisotean la hierba y enseguida aparece el barro, elemento indispensable para la diversión. El suelo se va volviendo más resbaladizo y comienzan las caídas y con ellas las risas. Hay zancadillas, empujones, emboscadas y trampas varias, nadie se libra de rodar por el piso y rebozarse como una croqueta; a alguno solo se le distingue la sonrisa de dientes blancos. Un puro juego que se disfruta a tope.

Cuando yo llego, ya llevan un rato y parecen todos salidos de una película de zombis. Como es natural, no tardo en aterrizar y puñados de lodo caen sobre mí sin piedad. Una vez que estás embarrado de pies a cabeza, ya no te importa nada y más bien me centro en manchar lo más posible a quien me dé la gana o veo menos empercudido.

Hay una manguera que casi constantemente riega a los danzantes. Esa agua tiene múltiples funciones: te limpias los ojos cuando el fango ya no te deja ver, refresca porque se suda a chorros y va ayudando a que el lodo sea más líquido, de manera que llega un momento en que te metes hasta los tobillos, más que correr te deslizas y no doy por tierra más veces porque mis compañeros me jalan.

Con alguna pausa para recuperar el resuello (foto), continúan las bromas mientras nuestros pies baten cada vez más la mazamorra oscura en que se ha convertido el terreno. Hay un momento en que aparece el machete y con él se inicia el ritual del corte de la umisha, una coreografía en la que vamos participando unos y otros tomando el puñal y dando golpes al tronco.

Los expertos saben muy bien cómo de una vez bajar la umisha, y cuando el palo cae una pelota de concurrentes totalmente embadurnados se abalanzan hacia las sorpresas que pendían, y que resultan ser jabón, pasta de dientes, algún caramelo, un taper… ¿Artículos de aseo personal tal vez para que nos lavemos al terminar? Jeje.

Y sí, nos vamos al río a bañarnos, porque de otro modo atoraríamos las cañerías y pondríamos perdidas las duchas. Mis gemelos están duros por el ejercicio, pero más me pican las mandíbulas de reírme. Pocas cosas hay tan explosivas y cómicas como pandillar bajo la umisha; y para mí, pocas satisfacciones se comparan a revolcarme en esta cultura, amar estas gentes, pringarme por este pueblo y sentirme, aunque sea gracias a una capa de barro, un poquito más amazónico.

miércoles, 25 de enero de 2023

UN HOMBRE BUENO, HUMILDE Y SENSATO


El verano pasado, Fernando Miranda y Antonio Herrera, salesianos, uno vicario inspectorial y otro misionero en Benín, se dieron un salto a Isla Cristina para compartir un día de playa, porque hacía varios años que no nos veíamos en persona y ya teníamos ganas de darnos un abrazo, conversar y ponernos al día. Mis vacaciones fueron esa vez especialmente cortas y fue la manera que encontramos.

Fernando y yo nos quedamos solos un buen rato debajo de la sombrilla, y entre un chapuzón y otro fuimos contándonos los avatares actuales de nuestra vida, con las similitudes que tiene ser los dos vicarios, es decir, “segundos espadas” de la autoridad, en su caso el inspector y en el mío el obispo. Él me contó que se encontraba en un buen momento después de una temporada muy sobrecargada en la que acabó un poco agotado. Pocas cosas hay en la vida que hagan tan feliz como un diálogo de corazón a corazón con un amigo verdadero.

Metidos en el agua, y hablando del futuro inmediato, Fernando me contó que el provincial iba a terminar su servicio en pocos meses. “Prepárate, porque te va a tocar a ti ahora” – le dije. La idea no le seducía (“Dios mío, ojalá que no”), y a la vez estaba tranquilo porque “hay mucha gente preparada que lo puede hacer bien”. Él siempre con ese perfil bajo y esa modestia tan agradables.

Nos conocemos desde 1990, cuando llegamos juntos a Sanlúcar la Mayor (Sevilla) al noviciado salesiano. Fernando es de Zaragoza, la tierra de mi mamá, y recuerdo que por ahí encajamos muy bien desde el principio. Aunque ni él ni yo éramos estrellas en un tremendo grupo de 26 novicios (¡qué números vocacionales los de hace 30 años), Fernando aportaba madurez, prudencia y sentido común, además de instinto salesiano y fina habilidad para conectar con los jóvenes.

Tras la primera profesión cada cual se fue a su inspectoría (en aquel momento había siete en España), y apenas nos volvimos a ver en algún encuentro nacional en la época pre-whatsapp; pero habíamos forjado una amistad que ya no se ha roto. Más tarde, cuando dejé la congregación, Fernando fue alguien en cuya vida yo seguí conservando un lugar. Se preocupó por mi proceso, me llamó, se alegró con mis pasos adelante y se inquietó por las incertidumbres y derivas de aquella etapa.

Estos años que llevo en Perú seguimos en contacto, siempre. Intercambiamos satisfacciones y también quejas acerca de “lo quemados que estamos”, entre risas y con esperanza. Incluso cuando hablamos de alguna situación de la inspectoría, sé que Fernando escucha mi opinión porque sabe que quiero a los salesianos.

Hasta este amanecer del día de San Francisco de Sales, que ha comenzado de manera luminosa con la comunicación de la elección de Fernando como provincial. Y este ha sido mi mensaje para él:

Querido amigo: era de esperar... Y demuestra que el Espíritu actúa con buen humor, eficacia y suavidad. Es una excelente noticia para los jóvenes, para la Congregación y para tus amigos y compañeros, que nos sentimos orgullosos. Gracias por aceptar. El Señor, que te ha elegido, no te dejará solo. Oro por ti en este bonito día.

Contrariamente a lo que con frecuencia constatamos, a veces Dios se sale con la suya y los mejores son escogidos para servicios de responsabilidad en la Iglesia. Personas como Fernando, que no buscan notoriedad, sino que tratan de vivir su vocación, en medio de todas nuestras contradicciones, con fidelidad. Gente humilde y humana como él: un hombre bueno y un salesiano de pies a cabeza

¡Gracias Señor, gracias Fernando, y felicidades a los dos y a los jóvenes!

La foto es del Forum de Pastoral juvenil 2008. De izquierda a derecha: Fernando Miranda, Ferran Solé, César Caro y Miguel Ángel Moreno.

sábado, 21 de enero de 2023

“SOSTENELLA Y NO ENMENDALLA”


He asistido varias veces en los últimos meses a una conducta que me ha dejado estupefacto por lo estúpida. Aunque estas dos palabras tienen la misma raíz latina (stupidus), no significan lo mismo: yo me quedé atónito, pasmado, ante una actitud tan necia o falta de inteligencia.

Alguien comete un error de bulto o toma una mala decisión, sin que pueda haber dudas al respecto. Hasta ahí, todo normal y humano. Entonces otra persona, que está, digamos, “por encima” de la primera en responsabilidad (aunque ahí radica parte de la reacción fallida), se lo hace notar y le pide una explicación ante algo que es a todas luces incorrecto.

Cuando se le reclama, la persona reconoce que sí, que ha tomado esa decisión o ha hecho eso por lo que se le cuestiona; pero a pesar de que, como digo, el asunto es flagrante y garrafal, la persona no solo no admite su evidente error, sino que construye un edificio de justificaciones, a veces de calibre muy sofisticado, para tratar de explicar su acción y volverla, si no plausible, aceptable.

“Lo peor no es cometer un error, sino tratar de justificarlo, en vez de aprovecharlo como aviso providencial de nuestra ligereza o ignorancia”. Esta frase de Ramón y Cajal, citada por mi hermana Mª Elena hace poco en facebook, es muy certera. El ser humano es maestro en justificarse, ya avisó San Ignacio, todo podemos disfrazarlo, envolverlo, hacerlo tragar e incluso creernos nuestro propio cuento engañándonos a nosotros mismos.

Hasta el punto de soltar una tontería de récord: “Volvería a hacer exactamente igual”, es decir, “Sostenella y no enmendalla”. Esta es una expresión del Siglo de Oro español, época en que las disputas y ofensas se resolvían a las bravas, mediante duelo a espada. Muchas eran las ocasiones en las que algún hidalgo caballero podía desenvainar su arma, sosteniéndola en alto dispuesto a pelear con un contrincante ante lo que creía un agravio; pero a pesar de ser advertido de que andaba equivocado (quizás porque había entendido mal), prefería seguir con su postura y no guardar la espada, rectificar o retractarse (enmendarla).

Todos nos equivocamos, pero insistir y no corregir un fallo sabiendo que lo hemos cometido (porque a la persona se le dice), normalmente causa un daño peor. Me pregunto a qué se deberá este empecinamiento… ¿será por orgullo? ¿por mantener las apariencias? ¿por mera cabezonería prima hermana de la estulticia?

Pero todavía viene lo más increíble. La persona, al verse acorralada, no solamente no pide disculpas, sino que, con la espada todavía desenvainada, se enoja con quien le ha requerido, le responde con violencia y hasta le grita (mis oídos son testigos de furias telefónicas), echándole la culpa de lo sucedido: “Es que, como tú dijiste que… blablablá”. Asombroso: alguien la encharca claramente, le reconvienes por ello… ¡y la culpa la tienes tú!

Persistir en el error ocultándolo detrás de la dignidad supuestamente ofendida. “¡Quién eres tú para hablarme así!”, y entonces acude a una instancia superior para quejarse del supuesto abuso del que es víctima, desviando el foco del desacierto primero. Constato que a menudo estas personas siembran el temor a que el conflicto lleve irremediablemente a la ruptura, abocando a jefes temerosos a caer en la tentación de pasar por alto los desacuerdos y enfrentamientos encontrando soluciones superficiales y no de fondo, de buscar la armonía a cualquier precio, el bien de la paz aparente. Pero ese es otro tema.

Mis elecciones oblicuas, mis equivocaciones y mis meteduras de pata son mi primer yacimiento de aprendizaje. Ojalá sepa sumergirme de cabeza en mis decisiones de mierda, analizarlas y comprender qué ha pasado con realismo y buen humor. Seguramente eso me hará más sabio y más humilde, para pedir perdón cuando toque y conducirme en todo momento con el acero envainado, como uno más de esta humanidad limitada y falible.

sábado, 14 de enero de 2023

GENIALIDAD DE LOS JÓVENES Y EL ESPÍRITU

 
2023 comienza con algo nuevo-nuevo, ilusionante y genial, ese tipo de ideas que solo pueden surgir de la creatividad luminosa del Espíritu derramada sobre unas neuronas jóvenes y capaces de soñar. Qué gozada y qué suerte pasar por ahí y poder echar una mano.

Fue durante la visita a Yanashi con motivo de la Confirmación. Se estaban confesando los confirmandos y los padrinos, cuando se acerca una madrina a la que yo conocía:
- ¡Cecily! ¡A los tiempos! – la saludé.
- Buenas tardes padre…
- ¿Cómo estás?

Y me contó su experiencia de estudiante universitaria en Iquitos. Cómo el inicio de su carrera coincidió con la cuarentena y la pandemia, los meses encerrada en un cuarto alquilado, solita con su pantalla, los contactos humanos únicamente virtuales“Lo pasé fatal”. Y de hecho, rebobinando y trayendo a la memoria la chica que yo conocí seis años atrás, en el encuentro nacional de la JEC, algo no me cuadraba: esta Ceci, que entonces era indiscutible líder de su grupo con 14 años, está como apagada.

Al día siguiente por la mañana el Espíritu repartió sus dones, con sigilo y efectividad. En la tarde Cecily y yo quedamos y conversamos acerca de la situación de los jóvenes de nuestros puestos de misión que se marchan a la gran ciudad a estudiar. Los años de su adolescencia en sus comunidades son una experiencia hermosa: con su familia, sus amigos, el colegio, la parroquia, el deporte… Una vida abierta, libre, rural, afectivamente segura y completa, que se desmorona apenas emprenden la aventura universitaria.

De pronto en Iquitos se quedan solos y pierden todas sus referencias. Su entorno habitual, donde todos se conocen, es reemplazado por el anonimato de una ciudad enorme y peligrosa. En la facultad encuentran dificultades para hacer amigos; habitan en cuartos de quintas, con vecinos desconocidos; aparte de para las clases, apenas salen, por miedo (sobre todo las chicas) o por falta de presupuesto, ya que movilizarse en Iquitos implicar tomar motocarro y por tanto plata. Y tampoco tienen ya un ámbito donde vivir la fe.

¿Y si armamos en Iquitos un grupo de los jóvenes estudiantes de nuestros pueblos del Vicariato? ¡BACÁN! ¡EXCELENTE! Lo que nació en aquella conversa en Yanashi fue tomando forma las semanas siguientes. Cecily vino a Punchana, se lo contamos a Griselda, misionera en Tamshiyacu, fuimos precisando la idea, escribimos, llamamos a Nayelly Briana, que es de Islandia y estudia Derecho; Nayelly y Ceci se hicieron socias, comenzaron a contactar a algunos amigos, siempre antiguos de la pastoral juvenil, la catequesis, la parroquia.

Fijamos la primera fecha: sábado 7 de enero a las 9 de la mañana. Craneamos juntos en qué iba a consistir el encuentro para invitar con contenido. Las hermanas de Pevas y San Pablo llamaron a más gente, pasamos la voz a jóvenes de Indiana, Orellana y otros lugares… y llegó el día. No sabíamos qué podría pasar, si habría respuesta, la maloka estaba preparada y adornada, los materiales listos…

En total participaron 14 jóvenes, todas chicas menos Sander. Comenzó el asunto un tanto frío, pero la música y los bailes pronto nos animaron. Presentaciones, risas, dinámicas, y ante todo mucho agradecimiento y mucha expectativa por estar juntos. El núcleo de esta reunión era, a partir de lo que cada cual vive, plantear qué podríamos armar. Hubo grupos pequeños para facilitar el diálogo en torno a tres cuestiones: ¿qué necesitamos? ¿qué vamos a hacer? ¿cómo lo vamos a hacer?

El plenario puso sobre la mesa la necesidad de amistad verdadera, de acompañamiento; un lugar donde compartir la fe y retomar los valores en los que se formaron; de diversión sana, escucha y acogida. “¡Creamos un grupo!” Se concretó algo del contenido (oración, deporte, solidaridad…) y hasta se fueron decantando las coordenadas de día y hora. Nos comunicaremos por un grupo de whatsapp y las socias quedaron encargadas de la coordinación por el momento. Y con una certeza: de este espacio los jóvenes serán los absolutos protagonistas.

No sé cómo va a continuar, si volverán, qué será de esto (ya con el otro día ha merecido la pena); no tengo ni idea de cómo lo vamos a poder acompañar los misioneros que estuvimos (unas viven fuera de Iquitos y yo paro viajando); ignoro por dónde discurrirá esta nueva peripecia. Pero estoy seguro de que proviene de la originalidad y el dinamismo de Dios+los jóvenes, me dejo llevar y me dispongo a disfrutar de cuanto de bueno nos depara, y a aprender lo que en este momento me hace falta.



sábado, 7 de enero de 2023

TODO ESTO NO ES MÁS QUE TU AMOR

 

Sí, ya sé, amado de mi corazón, que todo esto, esta luz de oro que salta por las hojas, estas nubes ociosas que navegan por el cielo, esta brisa pasajera que me va refrescando la frente; ya sé que todo esto no es más que tu amor.
 
Esta luz de la mañana, que me inunda los ojos, no es sino tu mensaje a mi alma. Tu rostro se inclina a mí desde su cenit, tus ojos miran abajo, a mis ojos, y tus pies están sobre mi corazón.
                                                                           Rabindranaz Tagore, Ofrenda lírica, 59


Sí, ya sé, amado de mi corazón,
que este silencio nocturno en una comunidad lejana,
    mecido por el rumor del río,
que este frescor que alivia la tierra bermeja tras la lluvia,
que este soniquete de la lengua indígena,
    deslizante y misterioso,
que estas manos fuertes y erosionadas en la chacra;
ya sé que todo esto no es más que tu amor.

Sí, ya sé, Señor mío,
que este sabor a masato, a shibé y a aguaje,
que este canto de los pájaros al amanecer,
    afilado y exultante,
que esta luz que desprenden los jóvenes,
    pletóricos de vida y de futuro,
que este barro tenaz y este cielo claro de la mañana;
ya sé que todo esto no es más que tu amor.

Sí, ya sé, Siervo humilde,
que el tunchi, el chullachaqui, el bufeo
    y los espíritus del bosque que nos escoltan,
que estas palmeras esbeltas y fragantes,
que este generoso atardecer naranja,
    vencedor del calor despiadado,
que estas mujeres de piernas fuertes y risa abierta;
ya sé que todo esto no es más que tu amor.

Sí, ya sé, Diosito lindo,
que esta pobreza y este dolor valientes,
que esta sonrisa de niño, entre divertida y temerosa,
que esta belleza que cada día
    satura mi sensibilidad,
que este grito atronador por la justicia;
ya sé que todo esto no es más que tu amor.

Esta madrugada serena en que me siento feliz,
no es sino tu mensaje a mi corazón.
Tu rostro se vuelve a mí desde tu selva,
tus ojos miran a mis ojos y los colman,
y tus manos acarician mi vida.