domingo, 16 de julio de 2017

RECAPITULACIÓN ANTES DE LAS VACACIONES


Mari Pepa, desde Cádiz, me hace sonreír dejándome este comentario en una de las últimas entradas:

"Es una tarea casi imposible seguirte mentalmente por el recorrido desde que llegaste a Perú. Pero en el corazón te seguimos y rezamos por ti. ¿Te vas a estabilizar en algún sitio o esto forma parte de la misión?"

Jaja, es verdad... son demasiados sitios en poco tiempo. Por si aclara algo, y ya que estoy en Lima un par de días antes de viajar a España y dispongo de un rato, ahí va este croquis temporal de los -casi- tres años que llevo en el Perú:
  • 29 de septiembre 2014: Llegada a Perú ("El gran viaje")
  • Octubre y noviembre 2014: Viaje de conocimiento de la diócesis de Chachapoyas ("Cuy con papas", "Paseo por Luya", "Maratón de confirmaciones")
  • Diciembre 2014: Mi destino es Mendoza ("Terminó el parto...", "... y ha sido guayacho")
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  • Enero 2015: Ya desde Mendoza,viajo a Lima ("El laberinto (no tan terrible) de los papeleos")
  • Febrero 2015: Vengo al Vicariato San José del Amazonas a la toma de posesión del nuevo obispo, mi paisano Javier Travieso. Es la primera impresión de la selva... y fue mi perdición ("No te guardes ninguna carta")
  • Marzo, abril y mayo 2015: Primeros pasos en Mendoza, visita a las montañas, descubrimiento de la parroquia
  • Junio 2015: viaje a España por un mes para terminar el curso de los Ejercicios Ignacianos ("La emoción del reencuentro", "El amor que desciende de arriba")
  • Julio-diciembre 2015: La vida en Mendoza, las visitas, la fiesta patronal, un año en Perú ("Se lama Esperanza")... hasta la caída de la moto y la lesión en el tobillo ("Época de roturas")
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  • Enero 2016: En Lima, curso de teología con Gustavo Gutiérrez ("Haz tú lo mismo")
  • Febrero 2016: Viaje al Vicariato para conocer más ("Una semana en la selva")
  • Marzo 2016: En Mendoza
  • Abril 2016: Visita de mis padres, viaje al Cuzco ("Un regocijo único en la vida")
  • Mayo-diciembre 2016: En la parroquia trabajando a tope, recorriendo la provincia entera
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  • Enero 2017: Despedida de Mendoza ("Enterrar la quishibra")
  • Febrero 2017: Llegada a la selva ("Shameco")
  • Febrero y marzo 2017: Viaje de conocimiento del Vicariato: Tamshiyacu, Estrecho, San Pablo, Caballo Cocha, Islandia... hasta la asamblea vicarial en Indiana
  • Abril 2017: Semana Santa en Islandia. Durante todo este tiempo, la "base" la tengo en Indiana
  • Mayo 2017: Paso a Ecuador para el curso del CEFIR con los naporuna ("Una kamachina a tiempo es una victoria")
  • 18 de mayo 2017: Llegada a Islandia, en el río Yavarí, que es mi destino definitivo
  • 19 de julio 2017: Vacaciones en España -creo que necesarias y merecidas-
Es decir, han sido dos años y cuatro meses en Mendoza, en la diócesis de Chachapoyas, y seis meses en el Vicariato San José del Amazonas, destinado desde mayo a la misión del Yavarí, en Islandia. Muchos lugares, muchas personas, muchas cosas han pasado, muy intenso, muy lleno... demasiao. Si me lo dicen antes, no me lo creo.
¡¡¡Por fin de vacacioneeeeeees!!!

lunes, 10 de julio de 2017

CUATRO REALES POR CALENTAR EL AGUA


Repasando mis notas para hacer el informe y un croquis veo que hemos visitado 12 comunidades, desde San Sebastián, a unas 4 horas de surcada, hasta Limonero, adonde llegamos al tercer día de navegación. Las distancias son enormes, y eso que aún nos quedó por visitar la comunidad más lejana: Nueva Esperanza, en el Mirim, adonde se llega en cinco jornadas completas. Una inmensidad, un mundo. No es como salir en moto y llegar en media hora a Longar o a Omia…

Nuestro distrito debe ser uno de los más pobres del Perú, con un Índice de Desarrollo Humano que no llega al 0,30, muy por debajo de la media nacional (0,74) y parecido a muchos países africanos. Cualquier persona sentada en una oficina pensaría que no hay agua, ni saneamientos, ni energía eléctrica; que los servicios sanitarios son muy deficientes, el acceso a la educación limitado y las viviendas precarias y ocupadas por muchos miembros de la familia. Pero cuando los datos se traducen en experiencia directa, en conversación, en incomodidad, en olores… golpean con más crudeza.

La gente sobrevive en unas condiciones realmente duras. Moran junto al río con su riqueza, pero solo tienen el agua de lluvia para beber. Las casas son de madera, construidas sobre palos para evitar la creciente; en la de la señora Estefanía, en Buen Suceso, conté doce niños y cinco adultos… ¿cómo harán para dormir? La mayoría de las comunidades no cuentan con botiquín, y muchas tampoco tienen técnico ni promotor de salud. Cuando tienen paludismo frecuentemente deben ir hasta Islandia para que los vea un médico y recibir su tratamiento. Hay dos colegios secundarios en el río, y el resto son escuelas rurales; los maestros se ausentan muchos días, los niños a duras penas aprenden a leer y escribir correctamente, el índice de abandono escolar es elevadísimo y la mayoría de los jóvenes ni se plantea acceder a estudios superiores, dejan la secundaria en segundo o tercero y a trabajar en la chacra.

En todo el Yavarí no hay señal de telefonía móvil, y en muchos sitios ni siquiera hay Gilat, teléfono satelital… la incomunicación es una nueva forma de pobreza. Vivir tantos días errantes en medio de estas condiciones tan miserables exige un considerable esfuerzo físico y psicológico. Como no hay saneamientos, pues directamente no hay baño, así que has de buscar lugares de monte para hacer tus necesidades, y no es tan simple cuando estás rodeado de casas. Tampoco hay ducha, pero como está el río debería ser más sencillo, ¿no? Pues tampoco: en muchos sitios la orilla es un barranco, un desnivel tremendo hecho un barro, y no es nada fácil llegar hasta el agua. Y cuando llegas, has de meter los pies en el lodo hasta las pantorrillas. Dos cosas tan cotidianas como lavarse y hacer caca se vuelven una hazaña.

Cuando atracamos en un pueblo, no sabemos dónde podremos dormir y cómo será para comer. Preguntamos por las autoridades (el apu, es decir, el presidente comunal; o el agente municipal) y solicitamos permiso para visitar e invitar a la gente a una reunión, y que nos ayuden a avisarlos. Casi siempre nos han recibido bien, y nos han brindado el salón comunal para que pasemos la noche. Luego hemos de pedir a alguien que nos deje cocinar en su cocina, y ha habido gente generosa. En Limonero nos invitaron a un par de presas de majás, en Japón a cocos, en otros sitios a pescado, la familia de Nelson en Dos de Mayo mató una gallina, y en Santa Rita la señora Elsa incluso nos propuso dormir en su casa; allí nosotros pusimos arroz y fideo, y ellos boquichico fresco para armar el almuerzo-cena de aquel día. Es una experiencia peculiar, la de ser peregrinos, andar por ahí botados dependiendo de la buena voluntad de las personas. Me ha recordado al camino de Santiago, esa inseguridad de no saber qué pasará y dónde irás a dar con tu hamaca y tus huesos.

Cansa mucho. Las esperas se hacen eternas. Una noche no paró la fiesta, a 100 metros con la música altísima; otra hizo un frío tremendo y estábamos casi a la intemperie, en un lugar sin paredes, me acosté con el cortavientos puesto; varias veces hemos agarrado pan con sardinas en lata para almorzar en el mismo bote; es decir, “Los viajes han sido incontables; con peligros al cruzar los ríos, peligros provenientes de asaltantes (…). Trabajo y fatiga, a menudo noches sin dormir, hambre y sed, días sin comer, frío y desnudez” (cfr. 2 Cor 11, 26-27). Y a veces por las puras. En Santa Teresa primera zona no conseguimos nada, nadie apareció, menos mal que había el tambo, un equipamiento del gobierno, y ahí nos dieron hospedaje. En Santa Rita, donde el bufeo, había un cumpleaños y la gente no quiso venir. En otro sito fuimos a almorzar a una señora que da pensión, muy simpática. Regresamos al otro día, compramos huevos, le pedimos que nos hirviera el agua para el desayuno… y nos cobró por ello 4 reales. Es eso que no sé nombrar, esa especie de reflejo implacable por sobrevivir que no regala nada, que engaña y trampea como puede y menos vacila en cobrarte hasta por respirar, sobre todo con esta cara de gringo. Sospecha uno que si algo te dan, tarde o temprano vendrán a cobrárselo, y eso impide confiar plenamente en casi nadie. Cansa mucho.

También es verdad que hay varios lugares donde en el encuentro con la gente salieron personas voluntarias para ser animadores cristianos de esa comunidad, incluso fijando la hora de la reunión de los domingos para leer un rato el evangelio y orar juntos. No sé qué quedará de eso, pero al menos es un comienzo. Ahora los convocaremos para una sesión de formación y coordinación en Islandia. Y la próxima visita será más sencilla porque ya sabemos qué tierra pisamos y más o menos dónde podemos ir a parar en cada lugar. Diferente es qué intentaremos hacer cuando vayamos. Eso tenemos que cranearlo mucho, conversar, discurrir. Porque si vamos de frente con los sacramentos nos estrellaremos contra un muro de ignorancia, indiferencia y extrañeza.

domingo, 2 de julio de 2017

DE BRUCES CONTRA EL YAVARÍ


Era sábado por la tarde. Estaba terminando nuestro primer recorrido por el Yavarí, y yo nadaba tranquilamente entre los lánguidos rayos del sol adornando con un resplandor bruñido las copas de los árboles de la selva, en una comunidad llamada Santa Rita. Entonces lo vi: un bufeo gris plateado, uno de esos misteriosos delfines de la Amazonía, saltaba sobre el agua a pocos metros de mí. Sonreí pensando en cómo fueron los días atrás, que estuvieron llenos de momentos mucho menos poéticos… Un descubrimiento de nuestro río tal vez demasiado real.

No sabía muy bien por dónde empezar y tampoco sé por dónde seguir. Una experiencia para la que no encuentro calificativos: ¿tremenda? ¿dura? ¿intensa? ¿asombrosa? ¿agotadora? No lo sé. Tal vez habría que llamarla “yavarisiense” inventando una nueva palabra que pudiera reunir todas estas características. Nueve días de gira por el Yavarí significan muchas horas de lentitud en bote con un motor peque-peque de 13 CV, significan adentrarse en un mundo extraño y desconocido no comparable a nada antes visto, significan masticar la pobreza, un batiburrillo de religiones, la lucha sin piedad por la supervivencia, las apariciones habituales de la crueldad y la desconfianza fronterizas, las gotas de humanidad y ternura que permiten la vida y por supuesto el predominio de la miseria con sus habituales secuelas y fealdades.


El río es de una belleza verdaderamente original y arrebatadora. Se va desplegando en vueltas gigantes que, todavía en este mes cuando ya ha comenzado la vaciante severa, los motoristas salvan entrando en los furos, que son pasillos o atajos de agua que simplifican y acortan esos enormes giros. Pasar por los furos es un espectáculo para los sentidos. El cauce se estrecha; a pocos metros se ven los árboles, que llevan meses medio sumergidos (las marcas y los cambios de color lo atestiguan) y ahora se alzan con orgullo, clavados en el agua, deseosos de mostrar el nacimiento de sus raíces y a la vez pacientes, sabiéndose vencedores y al mismo tiempo respetuosos con el ciclo de la naturaleza. En estos caños la vegetación es tan frondosa junto a la línea de agua, que al surcar con reverencia y cuidado, el cielo parece acabarse engullido por las murallas de hojas y bejucos. La tierra se prepara a reaparecer después de medio año, limpia y dura, pero lo que más estremece es el silencio. Impresionante silencio que nace de las entrañas de la selva y lo impregna todo. El silencio de los peces que escoltan el bote y del mirar atento del martín. Una maravilla.

Este viaje por el Yavarí fue un salir sin saber adónde íbamos, como Abraham (en Heb 11, 8), a descubrir tierras, paisajes y gentes. A tomar contacto con las comunidades de nuestro territorio misionero, para conocer un poco la realidad y empezar a imaginar qué podríamos hacer. Y la realidad supera siempre a la ficción, a las conjeturas y a los informes someros: esta misión es más difícil y dura de lo que habíamos supuesto, acá tendremos que remar fuerte y hábilmente si queremos lograr algo. En ningún pueblo hemos encontrado un grupo de cristianos que se reúnan al menos para rezar los domingos. Ninguna persona que medianamente haya hecho de animador-a en la fe de esta gente. Apenas en el Yavarí hay católicos, esa es la verdad. Así que hay que empezar. La cuestión es cómo.

En la mayoría de los sitios no nos reciben precisamente con pancartas. En primer lugar porque a pesar de los intentos de llamar o de avisar con notas escritas, solo en dos o tres comunidades están enterados de nuestra llegada. Y además porque a veces dominan otras religiones y nos miran con recelo. En San Sebastián, los crucistas salieron de su iglesia y se vinieron toditos a ver quiénes éramos, con velas (eran las 7 de la noche). Cuando nos presentamos, nos dijeron que ellos también son católicos, y su pastor se atrevió a poner en duda que soy sacerdote a causa de mi atuendo; además dijo que los apóstoles eran todos varones, y cómo siendo misionero yo iba con dos mujeres. Le contesté que los evangelios dicen que en el grupo de Jesús iban mujeres, y si él no tenía miedo, yo tampoco lo tengo. Por puro instinto tienes que aprender a interaccionar con gente así, con hábitos blancos, las mujeres con tocas y mentalmente en el siglo XIX; no les podía decir que no son católicos porque se podía liar la gorda, pero sí invité a los cristianos que no forman parte de su congregación a organizarse, y les ofrecí nuestro acompañamiento. Estas cosas no nos las enseñaron en Teología, debes improvisar…

Otras veces son los israelitas la mayoría. En Santa Teresa primera zona alguien arrancó el cartel que convocaba a la reunión, y no hubo reunión. Pero en Pobre Alegre, que estaba de fiesta de aniversario, el señor Elías –israelita- nos acogió muy amablemente, nos invitó a masato, a chicha y a juane, y se mostró en todo momento encantador. Ejemplo de que la cuestión no está en el credo, sino en la calidad de las personas. Hay lugares donde hay mu poca gente (2 de Mayo, Remanso…), pero en general en las comunidades registradas como indígenas hemos encontrado más facilidad porque estas religiones tan significadas (israelitas y crucistas) están menos presentes. En Santa Teresa segunda zona fue muy bonito estar entre los yawas, que te llaman “padre” (y no “señor” o “hermano”), te agradecen cien veces la visita, te ofrecen un sabroso tucunaré asado para el almuerzo, te cuelgan hamacas para que duermas la siesta y hacen azaí para la merienda. Qué sonrisas tan limpias… qué gozo, entre tanta secta uniformada, entre tanta indiferencia y sigiloso desprecio, que te esperen y que te cuiden.

Pocas cosas hay tan hermosas como apreciar la aparición de un bufeo surcando al atardecer. Me hace sentir que bajo la epidermis de la vida hay tesoros preciosos. A menudo la superficie también vale la pena, y se disfruta espontáneamente de lo amable de las cosas cotidianas. Otras veces se requiere aguzar la vista y sintonizar el corazón para vislumbrar dónde se encuentran los reflejos de la fuente. Y es un trabajo arduo, no cabe duda. En el siguiente capítulo hablo de ello.