lunes, 26 de junio de 2017

MISIÓN MÁS QUE PARROQUIA


Solo tardé tres o cuatro días en comprender que la parroquia a la que me han enviado no es una parroquia: es una misión. Y eso, que parece una simpleza, tiene un alcance y unas consecuencias que estoy en proceso de encajar, a dos aguas entre la emoción, la sorpresa y el quien-me-mandaría-a-mí-meterme-en-berenjenales-con-lo-bien-que-yo-estaba-donde-estaba. Así, todo junto, porque es un pensamiento o un sentimiento que cada día se me cae encima como un ladrillazo.

Cuando llegas a una parroquia, te encuentras con algo ya hecho, con una estructura, una historia y una identidad, y tú pues entras a formar parte de una familia, con sus grupos y sus responsables, y luego vas trabajando con tu estilo, haciendo algunos cambios, poniendo cosas que no estaban, etc. Aquí prácticamente hay que empezar de cero. Este puesto de misión tiene poco más de doce años, y de ellos solo siete u ocho (no estoy seguro) hubo un equipo acá. El resto del tiempo, y antes de que Islandia se erigiera “canónicamente” fueron los capuchinos de Benjamin Constant los que venían a apoyar con la misa, los sacramentos y algunos viajes por el Yavarí. Los seis años anteriores las hermanas mercedarias hicieron lo que pudieron, con valentía y pocos medios; y el último año y medio aquí estuvo una religiosa solita.

Todo hay que crearlo. Hay que buscar catequistas porque no hay; convocar a los jóvenes para armar un grupo porque no hay. Preguntar quiénes estaban en el consejo de pastoral (llevan más reuniones en dos meses que en toda su vida) e ir a buscarlos. No hemos podido leer ningún informe, ni evaluaciones de años pasados, ni balances económicos, porque nada nos han dejado escrito para que continuemos la tarea. Vamos iniciando cosas por instinto pastoral o por ensayo-error, encontrando de vez en cuando, en medio del caos que es la estantería de la sacristía, algo que nos dé idea de qué se hizo y de cómo fue.

Normalmente los puestos de misión tienen bote y motor, y una mecánica de salidas, con itinerarios conocidos y establecidos. Nosotros no tenemos nada de nada. Hemos tenido que pedir presupuesto a un par de motoristas para que nos alquilen la chalupa. He preguntado por algunas personas que me habían dicho que conocen bien el Yavarí y les he hecho verdaderas entrevistas sobre comunidades, distancias, galones de gasolina necesarios, tiempos, dificultades… Como no hay señal, he enviado notas (esperemos que lleguen) a autoridades y supuestos católicos de esos pueblos que de momento solo son nombres en el mapa, y que nunca he visto, apenas he escuchado la voz de alguno cuando he logrado contactar por teléfono Gilat. Y así, a tientas, he programado el primer recorrido por nuestro río, como Dios me ha dado a entender y con la sensación de diseñar una aventura por etapas rumbo a lo desconocido. Me lo he pasado requetebién como tour-operador de viajes misioneros, pero al regreso cuento qué tal fue.

Y luego está el tema económico. La misión es muy cara. En la parroquia tú agarras el carro, llenas el depósito y chau; aquí hay que buscar el barco y el chofer, comprar la gasolina y llevarla contigo rezando para que no te asalten por ahí. En Mendoza  preparas la mochila sabiendo que los agentes de pastoral asegurarán alojamiento y comida; acá hay que llevar alimentos para varios días, medicamentos, hamaca para dormir en cualquier sitio y mosquitero de obligado cumplimiento. Y a la vuelta, en lugar de ingresar plata por misas, colaboraciones de las comunidades y sacramentos, acá echaremos cuentas de por cuánto nos ha salido este recorrido de 10 días, y estará en torno a los 1500 soles, más de 400 Euros… La parroquia te mantiene; la misión te cuesta, y solo la puedes realizar si te ayudan desde fuera.

Vamos a lugares donde sabemos que hace bastantes años que no llega nadie, y a pesar de los esfuerzos por avisar, no sabemos qué nos vamos a encontrar. Llegar a los más alejados es una prioridad que da forma al conjunto de nuestro trabajo misionero, y eso es algo que colma las aspiraciones de mi vocación y que además me encanta. Como estoy en una misión y no en una parroquia, hay muchas cosas que ya no me atan porque no existen (misas de difuntos, fiestas patronales…) o porque caen ante la necesidad de salir, deber sagrado que caracteriza al misionero, moldea su personalidad y configura su espiritualidad.

Así que tranquilamente la misa del domingo pasa a ser celebración de la Palabra, y la reunión de tal día se hace sin ti, y no pasa un pelo. Los de Islandia ponen cara de vaca cuando les hablo de esto, porque tal vez pensaron que “por fin tenemos un cura aquí para nosotros”, pero creo que lo van entendiendo. De momento, dos expediciones en poco más de mes y medio. Estar en una misión puede ser cansado, aunque muy variado (cada día es diferente) y para mí es apasionante. Me encanta ser párroco, pero creo que más todavía me gusta ser misionero, y ahorita me llamo así sin titubeos ni fisuras, pero con rebozo y humildad.

sábado, 17 de junio de 2017

CHAPO PARA DESAYUNAR


A la mañana siguiente Armando aparece con otro bote, que resulta que es primo del anterior: con vías de agua y tendencia a voltearse en cuanto te mueves un poco. Vamos hacia San Francisco de Yahuma, otra comunidad nativa ticuna donde no hemos podido avisar de ningún modo (a ver cómo nos las aparejamos). Llegamos al puerto, donde hay unos niños en una pequeña canoa amarrada en un palo horizontal, nos acercamos y ¡craaaaac! Chocamos y rompemos el poste… buena manera de presentarse. Nuestro chofer parece tan novato como nosotros, y eso no anima mucho, la verdad.

Después de habernos cargado el puerto, es natural que los de la casa a la que nos acercamos, ahí al ladito, nos miren muy serios y nos reciban fríamente. Descalzos pasamos y Luis (que es casualmente el agente municipal) empieza a hacernos preguntas: “¿quiénes son ustedes? ¿qué quieren?”. A medida que se desarrolla la conversación nos enteramos de que en esta comunidad sufrieron hace algunos meses el secuestro de una chica; se la llevaron unos visitantes que decían ser pastores y enseñar la Palabra de Dios. Y entonces nos explicamos el recelo y las precauciones iniciales, pero ya estamos viendo que Luis y su esposa están más relajados. Ella parece comprender mejor el español y cada vez él la consulta con la mirada (está visto que las mujeres mandan en todas las culturas).

Todavía daremos una vuelta por el pueblo pisando el barro (recién está mermando el río) para visitar al teniente y al apu. Nos dicen que no son de ninguna religión pero que si queremos venir a verlos seremos bienvenidos. Les explicamos que no hablaremos de nada religioso si ellos no quieren, pero que tal vez podemos reunirnos con la comunidad para tratar otras cuestiones, como por ejemplo el problema de la trata de personas que ellos han sufrido tan de cerca. Felizmente en el paseo vemos a la chica raptada, que fue capaz de escapar y regresó con su esposo y su bebé.

Contentos ponemos rumbo a Puerto Alegría, un lugar grande, mestizo, más acostumbrado a las visitas misioneras y donde hemos avisado la noche anterior a su animador Omar. Albergamos esperanzas de que la cosa sea más sencilla, pero nos llevamos un chasco: nadie sabe nada de nuestra llegada y Omar está en Tabatinga. Pedimos por favor que nos permitan guardar las mochilas en una casa, que resulta ser la de María, la hermana de Omar (ni ella estaba enterada). Son las 2 y salimos a buscar algo de almuerzo bajo un sol sofocante. De camino vemos llegar a Omar en un bote; baja y al toque nos acompaña adonde venden comida pero no hace el más mínimo ademán de invitarnos.

Almorzamos pagando unos 40 soles y regresamos donde están nuestras cosas; pasamos a la casa a conversar con Omar… pero no nos ofrecen ni un vaso de agua. Luego me voy a bañar al río, con lodo hasta las pantorrillas. No hay reunión, ni celebración. La capilla está en ruinas. Nos ubican para pasar la noche en una casa a medio construir, al aire libre, diciéndonos que en la familia vecina podemos ir al baño y pedir agua… Hay luz de 6 a 9 de la noche, y mientras se apaga conversamos comentando que no estamos contentos de cómo nos han acogido, no son capaces de darnos nada y ni siquiera nos alojan en casas de verdad. Es una gran desproporción: venimos con esfuerzo, batallando, gastando… y mientras que a los animadores se les pagan los viajes para que vayan a los encuentros, aquí no hay dónde cambiarse de ropa y no nos brindan ni los alimentos de un día. Y sin cenar nos metemos en las hamacas.

Sí hubo desayuno porque mis compañeras charlaron un rato con Omar y el resultado fue que su esposa preparó un chapo de plátano maduro que nosotros completamos con pan para todos. Y así continuamos la bajada por el Amazonas hasta entrar en una quebrada donde se sitúa Gamboa. Aquí las casas están separadas y hay que moverse por el pueblo en bote, a pesar de la vaciante del río, ¡qué sitio! Tampoco conocemos a nadie, así que esta vez procuramos no romper nada y entramos en casa de José y Beatriz, que nos cuentan cosas de la comunidad. No logramos dar con las autoridades pero sí encontramos un albergue turístico que tiene un celular colombiano que agarra señal y se carga con un panel solar, así que les pedimos el número por si en la próxima visita podemos avisar.

Así emprendemos el regreso a casa cinco días después, cansados pero bastante satisfechos: hemos conocido de primera mano un grupo de comunidades, apreciando distancias, situaciones, necesidades y problemáticas. Es apenas el primer contacto, emocionante con los ticunas y algo más árido en otros lados, pero siempre fascinante. La tarea se vislumbra gigantesca. Por cierto, a la otra semana Omar vino a Islandia con su hija; ni que decir tiene que les invitamos a aperitivo, almuerzo, café, copa y puro, y les ofrecimos posada con luz, agua, baño y manzanitos para matar el gusanillo. Quizás así el personal irá captando.

viernes, 9 de junio de 2017

NOVATOS POR EL AMAZONAS: CON LOS TICUNAS


Mis compañeras estaban esperando a que yo apareciera para iniciar las aventuras por estos mundos nuestros, así que casi no me dio tiempo a colocar mis cosas: cuatro días después de llegar a Islandia, pum, recorrido por el Bajo Amazonas, la última parte peruana del gran río que forma una enorme curva justo antes de hacerse brasilero y recibir las aguas del Yavarí. Ha sido el primer recorrido que hacemos como equipo y ha ido bien, pero claro, hemos pagado la novatada como es natural.

Hemos ido cuatro: Zélia, Fatima, Eunice y yo. El primer día lo pasamos varados en Santa Rosa porque el aviso que enviamos por el teléfono satelital no llegó a su destino; de hecho, este es el primer escollo que sufrimos: la dificultad para comunicarnos y avisar de nuestra llegada. En estos lugares no hay señal, ni energía, ni casi nada. Así que tuvimos que esperar varias horas a que Roberto y su hijo Armando nos recogieran en Tabatinga para llevarnos en el bote de su cuñado a Yahuma Primera Zona, su comunidad indígena ticuna. Llegamos casi de noche y nos recibieron nubes de mosquitos que nos machacaron dejándome los tobillos como un colador.

Casi de inmediato dimos un paseo por el pueblo para invitar a la gente a la reunión del día siguiente. Los zancudos han sido sustituidos por una nube de niños de varias edades que nos acompañan divertidos por la novedad de estos extranjeros. Me doy cuenta de que no hablan español y entre bromas y gestos vamos entrando en las casas saludando y conversando un momento. A la luz de las velas visumbro la pobreza de estas gentes; apenas veo hamacas y algún mosquitero donde hay bebés, pero nada de camas, ni sillas, ni otros muebles. Nada. Enseguida aprendo la primera palabra ticuna: moenxi (gracias).

Roberto nos acoge en su casa, y para ello nos dejan libre la planta baja y todos van arriba a dormir. Colgamos las hamacas y nos preparamos para defendernos de los mosquitos nocturnos. Hace calor, estoy pegajoso de todo el día y sigo sudando, es la primera vez que paso la noche en una hamaca, el mosquitero me asfixia… pero me quedo como un tronco. Nos levantamos como ellos, al amanecer. Voy a la cocha a bañarme en gayumbos, con el lodo hasta las pantorrillas. Sachi y Esmeralda, que tendrán 4 o 5 años, me observan y se ríen mientras se cepillan los dientes con el agua del río. Luego busco un árbol para escarrancharme y abonar la selva, porque los ticunas no usan baño. Las finuras y los escrúpulos se te tienen que quitar al toque, si no acá estás perdido. Pasa un rato, no hay ni rastro de desayuno y más bien comienza a llegar el personal para la reunión.

La comunidad es bastante numerosa, Armando y su hermano hacen la celebración los domingos, pero usan un folleto en español que me parece que les resulta algo raro y artificial porque ellos hablan su lengua. Lo hago lo mejor que puedo intentando que me traduzcan, y creo que algo se logra porque de vez en cuando se ríen con alguna broma. Pero percibo la distancia, la extrañeza… No es algo “suyo”, es como un meteorito que cae de pronto. Hay que traducir la misa al ticuna… las canciones… formar a estos animadores… ¡todo! Pero ¿cómo…? De momento, como nadie va a comulgar, hacemos solo liturgia de la Palaba. En la conversa posterior cuentan que hace unos 20 años que no hay bautismos, y eso es lo que piden; tendremos que prepararlos nosotros mismos, habrá que venir dos o tres días. Por estos andurriales no puedes andar con remilgos o normas, hay que dar respuestas prácticas y realistas recordando que el derecho canónico se desactiva a más de 3000 metros de altura o a más de 100 selva adentro.

Almorzamos por fin y de ahí pasamos a Yahuma Segunda Zona, a una media hora de navegación bajo un sol sofocante, en un bote de nuevo sin techo, con grietas y agujeros (hay que estar constantemente achicando agua) y además bastante loco, es decir, que se trocolea un montón por ser demasiado estrecho. La comunidad es mestiza y ticuna, y su animador y presidente Andrade nos espera para acogernos. La esposa nos ofrece bananas y refresco de limón, y así nos tomamos un respiro hasta la hora de la reunión, a media tarde. Acá acude poquita gente, pero la diferencia es total, el castellano es el idioma… aunque tampoco habrá comulgantes. Nos invitan a cenar y contentos nos vamos a la hamaca luchando contra los mosquitos.

Todos nos agradecen nuestra visita y nos piden que retornemos pronto. Duermo pensando que está bien venir, pero lo precioso es volver, es lo que arranca sonrisas y crea lazos. De madrugada me despierto, voy a hacer pichí y al regreso… me caigo de la hamaca, ¡catacroc! Menos guasa y más aventuras en la siguiente entrada.

sábado, 3 de junio de 2017

YO VIVO EN UNA ISLA


Está en medio del río Yavarí, frontera nororiental del Perú con Brasil, y es un pueblo construido sobre palos y columnas de cemento, que pasa medio año sobre el agua y el otro medio sobre barro y tierra seca. Es para mí un mundo a la vez extraño y pintoresco, duro y asombroso, que no se parece a nada conocido, así que estoy tratando de acostumbrarme.

Es una isla muy creyente: hay como siete u ocho iglesias o sectas o religiones, de entre las cuales la católica es una más, y no creo que la más numerosa. Mi calle es la “calle comercial”, así que está llena de casas de israelitas, que son los que controlan el comercio en todo este Amazonas fronterizo a partir de San Pablo. Son una mezcla de asociación, partido político y grupo religioso que merece una entrada aparte (por lo menos). Los viernes por la noche empieza el Sabbat, así que el 90% de las tiendas de mi isla cierran y la iglesia de color azul que está al costado de mi cuarto empieza a funcionar con una sucesión casi ininterrumpida de cantos, oraciones, inciensos y sermones que terminan al día siguiente a la caída de la tarde. El ruido en general es excesivo por todas partes. ¿Cómo serán los evangélicos, pentecostales, movimiento misionero mundial y el resto de la tropa…? Mejor no saberlo.

Si paseas por el mercado de mi isla, junto al muelle, escucharás acentos brasileros y tonos colombianos, y verás circular varias monedas. Hay hombres que llegan con hatos de pescado recién cogido, y mujeres con piñas de plátanos y alguna que otra papaya. La sirena de la lancha que está casi a diario atracada silba abriéndose paso entre los estruendos de la afanosa carga y descarga, y siempre puede leerse un cartel donde aparece el horario de salida: “Gran Diego” o “María Fernanda” - “Iquitos 10 am”. Mi isla es un lugar de trasiego, de paso y de tráficos de todo tipo, unos más presentables que otros. Hay varias balsas que son grifos donde los botes repostan, casas que flotan en pleno río sobre gigantescos troncos.

Yo llegué el jueves 18 de mayo, y ese domingo 21 las autoridades me invitaron a hacer el izamiento del pabellón nacional para darme la bienvenida. Después de misa (es a las 8 de la mañana) nos dirigimos hacia la canchita donde semanalmente se celebra la ceremonia para honrar a los símbolos patrios. De pie nos sancochábamos al sol mientras el policía pedía permiso al subprefecto para comenzar el evento. Luego desde el parlante me invitaron a acercarme al mástil para alzar la bandera blanca y roja mientras sonaba la marcha militar. Yo quería irme a mi sitio, pero el policía me decía bajito: “ahí nomá”. Cuando me indicaron, volví donde las personalidades y desde allí entonamos el sagrado himno, y descubrí que ya me lo sé. Luego hubo un par de mini-discursos, incluido el mío. Es una isla peruana y por tanto acogedora con los que llegamos nuevos.

Pero no todo en mi isla es bonito. Muchos días no hay luz, ni funciona la señal del celular, ni hay internet (de hecho, no sé cómo haré para publicar esto), ni agua potable. No recuerdo que en mi depa el termómetro que me regaló mi mamá haya bajado de 28 grados, y conmigo viven unas arañas tamaño XXL, de vez en cuando nos vemos y cada uno sale corriendo por su lado. No parece fácil vivir aquí ni trabajar como misionero. Pero es acá donde hoy he cumplido 47 años. No es perfecto, pero  sé que es lo que Diosito quiere y me siento en paz.


Gracias por todas las felicitaciones; me siento abrumado e incapaz de contestarlas todas. Y si mis amigos del cole buscan AK-47 en wiki encontrarán esto; a mí me ha hecho reír:

El fusil AK-47 es famoso por su gran fiabilidad, ya que soporta condiciones ambientales muy desfavorables sin ningún inconveniente. Se ha probado que el arma sigue disparando a pesar de ser lanzada al barro, sumergida en agua y atropellada por una camioneta. Ejemplares viejos con decenas de años de servicio activo no presentan ningún problema; es un arma muy segura y permite alcanzar un blanco a 285 metros de distancia, según el fabricante, ya que fue diseñada según las experiencias de la Segunda Guerra Mundial, y se entendía que todos los combates se producían a menos de esa distancia.
Existen informes de la Guerra de Vietnam donde soldados estadounidenses abandonaban sus fusiles M16 por el norvietnamita AK-47, debido al constante encasquillamiento de sus fusiles y al hecho de que esta arma era más corta y fácil de operar en la selva.

Jaja… Un año más y cada vez estamos más operativos, compañeros. ¡Felicidades!