sábado, 30 de diciembre de 2017

CHOCOLATADA


Hay universales de la Navidad que se dan incluso en este confín amazónico, como el pino gigante con adornos, los anuncios de colonia, el buen rollo, los juguetes y las luces de colores con melodías insistentes. Ciertos clásicos de la Navidad peruana por acá no existen, como las pastoritas (en la selva muchas ovejas no hay, no), pero el Niño Manuelito, el panetón y los gorros de papá Noel son infalibles. Y por supuesto, la chocolatada.

Nos propusimos armar una en la parroquia. Para ello se reparten unos oficios muy serios solicitando los ingredientes a diferentes instituciones: la municipalidad (que está casi en la obligación de dar), los candidatos a la alcaldía de 2018 (que más vale que den para ganar votos), empresas y tiendas varias. “De mi mayor consideración: Por medio de la presente nos dirigimos a usted para saludarle muy afectuosamente en nombre de toda la comunidad cristiana católica etc… Hemos programado dar a los niños una chocolatada etc. para lo cual solicitamos panetones, juguetes, cocoa etc. De esta forma vamos a ayudar a que los más pequeños disfruten de estas fechas entrañables. Estamos seguros de que usted atenderá nuestro pedido con generosidad y quedamos agradecidos y bla bla bla”. Cocoa es chocolate en barra o instantáneo.

Nos dieron 10 panetones grandes y casi 200 panetoncitos pequeños, además de 5 kilos de azúcar y unos 100 juguetes; el resto lo compramos. A las 10 de la mañana ya estaban en marcha dos enormes ollas con cerca de 80 litros del brebaje preparado por Juanita: clavo de olor, canela, maicena, azúcar y un cola-cao autóctono. A las 12 ya estaba listo, tapamos las ollas y nos turnamos para ir a almorzar; a pesar de que habíamos avisado para las 4 de la tarde, los niños pasaban por delante de la iglesia, nos veían, se enteraban otros amiguitos y llegaban… Total, que a las 2 notamos los primeros síntomas de la muchedumbre que se avecinaba.

Los niños paran los días de Navidad (acá las vacaciones fueron el 15) yendo de una chocolatada a otra. Todo el día se ven bandadas de muchachos jarra en mano (o taza o vaso y hasta biberón), corriendo por esos puentes rumbo a los diferentes lugares donde saben que recibirán lo habitual: chocolate, un buen trozo de panetón untado con mantequilla y, si hay suerte, un juguete. Hay chocolatadas de empresas, de la muni, de los candidatos, de particulares, a veces hay dos el mismo día, pero eso no parece aplacar la ansiedad de los críos, que ya abarrotaban literalmente el piso bajo la iglesia mientras cortábamos los panetones.

Las mamás-comando que reclutamos los contenían como podían mientras ubicábamos todo. Me puse a servir chocolate junto con tres de ellas y ya solo vi una avalancha de recipientes que me llegaban por todos lados, sin tregua, jalándome del polo por la espalda y los costados, cientos de miradas infantiles entre cautelosas e inquietas por si es que no hay suficiente para todos y me voy a quedar sin mi ración. En medio de este trajín se puso a llover, vi el agua entrando en la olla, nos desplazamos un poco debajo del puente pero fue inútil, resultó una versión navideña del diluvio y el aguacero nos empapó sin remedio, lluvia en todas direcciones.

Mientras esto ocurría, Papá Noel y la profe Djeny intentaban repartir los juguetes, que eran a todas luces insuficientes, así que probaron haciendo mini-concursos con preguntas, pruebas… era complicado porque los que ya tenían su panetón formaron un río de niños que bajo la lluvia los cercaban y apretujaban pidiendo su juego. Una caja de de cartón llena de regalos, empapada, se desfondó; yo ya había terminado de servir y, como mi olla estaba enjuagada por el chaparrón, logré recoger algunos camiones, carros y muñecas y guardarlos en la olla, que sostenía por encima de mi cabeza a salvo de un bosque de manos acechantes. Veía algunos bebes en brazos de sus papás o mamás y trataba de darles, pero fue imposible contener a tantísimos niños.

La batalla fue breve: en menos de una hora todo había terminado. Quedamos hechos mazamorra y calados hasta los huesos pero contentos (disculpen que no haya testimonios gráficos). Y no es que los niños no tengan juguetes en Navidad, hay papás que les compran -a muchos tal vez no-, pero veo que ellos desean sentir la emoción de que les regalen. Les voy a pedir a los Reyes que ajusten el GPS para que el año próximo pasen por Islandia trayendo en sus camellos al menos 500 juguetes; como son magos supongo que será pan comido para ellos.

Es una Navidad a 30 grados: acá no hay nieve, ni cabalgata, ni mazapán, ni “Qué bello es vivir” en la tele, ni carrera de San Silvestre, ni doce uvas, solo algún espumillón despistado y en vez de discurso del Rey tenemos indulto del presidente a un antiguo dictador. Escribo esto el 25 de diciembre, un día muy silencioso, sin electricidad hasta las 10 de la mañana, metido en agua, casi nadie por la calle, un día que he pasado solo casi en su totalidad. Pero no estaba triste. Sé que esto forma parte del contrato de misionero y pensaba que muy rápido se dice “me voy a la selva” y hay momentos en que pesa. Menos mal que tenía turrón, un cariño sabor a chocolate que nos ayudó, en palabras de mi madre, a “estar un poco más juntos”.

sábado, 23 de diciembre de 2017

PALOTES DE INCULTURACIÓN


En el silencio de la noche, golpes secos: tchac, tchac… un hacha que prepara leña y una conversación. Miro el reloj dentro de mi carpa… las 3 de la madrugada. Oigo risas y yo también sonrío: qué lejos estoy de comprender algo de la forma de ver la vida de los ticuna. Y eso que anoche dimos un paso modesto pero creo que acertado e ilusionante.

Estamos en Yahúma I Zona, en pleno territorio nativo ticuna del Bajo Amazonas. Es la segunda visita y puedo paladear el placer de regresar, que es una bonita evolución de la alegría de ir. Por la vereda que atraviesa el pueblito la gente nos saluda, me llaman por mi nombre. Tras los saludos y bromas (“los esperábamos ayer, padre”) el altoparlante brama en su lengua anunciando repetidamente que la reunión con los misioneros será a las 7 de la noche en el salón comunal y todos están invitados.

Esta vez, como dicen los manuales de etnografía, he procurado documentarme: he leído los mitos fundacionales de la cultura ticuna, he visto un documental sobre la ceremonia de la pelazón -woxrexcüchiga- he escuchado wiyaegü (canciones), he consultado a Goulard, he buscado en internet y he conversado con otros misioneros. Y antes del encuentro de esta noche mantengo una larga conversa con don Roberto Huanico, el papá de los animadores Armando y Lerín, uno de los mayores de la comunidad y cuya familia nos da alojamiento.

“Llegaron los evangélicos y el pastor empezó a enseñar que no debemos hacer esas cosas, como la pelazón, que son malas, diabólicas. Se quedó solo. Nadie de acá quiere ir a esa religión” - me dice Roberto. Yo había leído ya algunas críticas a las iglesias cristianas como uno de los factores que han contribuido al abandono de los elementos de la cultura ticuna, sus valores, ritos y prácticas tradicionales. Me fastidia y al mismo tiempo temo que eso fue más común en la historia de la evangelización de lo que pensamos. Y recuerdo que la tierra que piso es “lugar sagrado” (Ex 3, 5), así que hay que quitarse las sandalias de mi programación occidental con el máximo respeto y disponerse a dialogar en el terreno espiritual y cultural de los indígenas.

El ambiente está de nuevo repleto: casi toda la comunidad ha respondido a la llamada, y además con gran interés. Me doy cuenta con sorpresa de que estoy casi desacostumbrado a tanto público y lo disfruto. Al comienzo de la celebración les explico (muy lentamente y haciendo traducir cada frase) que Dios nos habla de muchas maneras, por ejemplo en los mitos judíos -el pueblo de Jesús- y en los mitos del pueblo ticuna. Leemos y traducimos la narración de cómo Dios creó al hombre con barro y le dio vida soplando su aliento sobre su nariz (Gn 2, 7. 21-24); luego invitamos a don José, anciano sabio, a contar el mito de los gemelos Ipi y Yoxi, que nacieron de las rodillas de su padre Ngutapax y que originaron el pueblo ticuna, sus conocimientos, costumbres, idioma, ceremonias… su cultura.

Durante la narración de don José, que dura más de media hora, la gente se ríe, comenta, hace bromas…

Rü wüxi i ngunexüa tanatü a Yoxi naxmaxsü ñaa: ¡nuxa rüxauu, rü nuxa rü aux, rü chacuenee cuxna chacuenee! (Un día nuestro padre Yoxi dijo a su mujer: “Quédate aquí, quédate porque yo voy a cazar animales).
Entonces su hermano Ipi la descubrió en su hamaca, y allí mismo la dejó embarazada (Nax Ipi chaxmaxmaa gnexü cuwagüxü natürü ta ixaxacü tá wüxicana i ngema chaxmax cuxü tá).

Luego, siempre con ayuda del traductor, intento conjugar, conectar o compatibilizar ambos mitos:
- Ipi y Yoxi nacieron de Nguxtapax. ¿Él es Dios? (comentarios, algunas discusiones)
- No, no. Tupana (Dios) es anterior a todo eso.
- Ah ya, así que Tupana Dios creó a los gemelos y por medio de ellos formó todo.
- Sí padre, porque Ipi fue sacando a toda la gente del río.

(Para mí es un momento muy especial. Me siento “yo mismo” al máximo, coincidiendo al cien por cien con lo que siempre he soñado. ¡Esto sí!)

- ¿Pero solo a los ticuna o a todos, a los gringos también? (risas).
- A toditos, incluso a los blancos.
- Ajá, es decir que así creó Dios todo. ¿Y Jesús?
- Jesús viene mucho después.

Dios es el origen de todo; la verdad de fe se comprende en la cultura ticuna de esta manera, con estas claves, símbolos, personajes y acciones. La historia de Ipi y Yoxi es un mito que esclarece el principio y dinamiza el presente, como el de Adán y Eva. Así Dios habla, y nunca dejó de hacerlo, en toda época, lugar y grupo humano. El misionero es un “encontrador” que ayuda a reconocer las palabras de Dios que ya estaban presentes en los tesoros culturales del pueblo antes de que él llegase. Con gran humildad, acompaña a estos cristianos en su proceso de sintonizar con el Evangelio el mensaje divino descubierto en sus valores ancestrales. De esta forma el misionero aprende a expresar su fe a la manera indígena y la redescubre en las riquezas de experiencia que Dios le va regalando por donde va.

Estoy como haciendo los primeros palotes en evangelización inculturada (Evangelii Gaudium 68-69). Son solo pobres intentos, pero ¡cómo me entusiasman!

domingo, 17 de diciembre de 2017

UNA FAMILIA MISIONERA


Llegamos al Vicariato juntos. En la Asamblea, cuando se presenta a los nuevos misioneros, ahí estábamos, un grupo peculiar: dos curas diocesanos, algunas religiosas… y ¡una familia completa! Desde aquellas semanas que pasé en Indiana hicimos buenas migas compartiendo dificultades de adaptación, impactos y perplejidades: todo era nuevo para todos en esta selva. Pero estábamos juntos, y ellos me enseñaron a hacer tortillas y a comer tacos pasando muy buenos ratos en aquellos primeros pasos.
La familia Romero-Mendoza, mexicanos, miembros del IMIS (Instituto de Misioneros Seglares) está compuesta por Antonio y Adriana con sus tres hijos: Obed, de 14 años (estudia 2º de secundaria), Raziel (12 años, 6º de primaria) y el pequeño Magdiel (3º de primaria). Cuando paso por Indiana siempre pregunto: “¿cuántos tacos eres capaz de comerte?”. Hoy toca entrevista.

Son una familia misionera, y eso es algo poco habitual. Son misioneros todos, no solo los padres sino los hijos también. ¿Cómo se llega a eso?
Adriana: Cuando Toño y yo éramos novios ambos habíamos tenido la experiencia de estar en el instituto de misioneros laicos siendo solteros, y decidimos formar una familia misionera, en donde vamos a enseñar a nuestros hijos a relacionarse con Dios y expresarlo en la vida cotidiana.

Pero es la primera vez que salen a la misión fuera de México con sus tres hijos.
Toño: Sí, a misión ad gentes es la primera vez. Habíamos estado antes en misión ad intra en la sierra de Jalisco en México, pero al extranjero nuestro estreno es acá en Perú, en el Vicariato.

¿Y cómo conocieron el Vicariato?
T: El Instituto ha estado presente en esta tierra desde 2009 en la misión de Tacsha Curaray y posteriormente aquí en el puesto de Indiana donde fuimos enviados nosotros hace poco menos de un año.

Sus hijos, antes de venir acá, ya fueron educados como niños misioneros, ¿no es cierto?
T: Ellos casi desde el seno de su madre son misioneros.

Pero no es suficiente con sus genes, hay que formarlos. ¿Y cómo?
T: Primero con una vida normal similar a otras familias cristianas. Ellos además siempre acompañándonos a reuniones del Instituto, de la diócesis… lo han vivido desde que nacieron.

A: Rezar en las mañanas, oraciones de la noche, el rosario, con la Eucaristía los domingos. Yo normalmente procuro tomar los niveles de catequesis donde están mis hijos para formarlos junto con los otros niños. Con ellos siempre he pensado que se trata de llevar la vida con el Evangelio.

T: Y hemos tenido la bonita experiencia de que ellos, por sí solos, por su propia decisión, han elegido los servicios de acólito (dos de ellos) y lector (el pequeño) en la celebración.

No debe ser igual ser misioneros en su propio país, con su cultura, cerca de su familia… que tomar la decisión de ir a vivir a un país extranjero, y más a la Amazonía, con todo y la familia entera. ¿Cómo fue esa decisión, cómo la tomaron? ¿Entre todos, o bien la tomaron los papás solos… cómo hicieron?
T: Se fue dando paulatinamente. Primero los papás lo discernimos, luego se lo dimos a conocer y comenzó su curiosidad por querer también venir a la misión. Como estábamos antes en la otra misión de Jalisco, los niños ya no querían dejar aquello pero al mismo tiempo deseaban venir, tener la experiencia de conocer “otro mundo”.

Obed, ¿a ti te ha costado mucho venir de Jalisco?
Obed: Me ha costado mucho trabajo porque he dejado a mis amigos, mis estudios y el resto de mi familia. Quería venir a explorar Perú, a ver cómo se sentía estar en una misión fuera de nuestro país

Raziel: Pero se pasa bien porque conocemos nuevas cosas, nuevas costumbres… Pero también un poco mal porque extrañamos a mis abuelitos, mis padrinos, y algunas costumbres de México.

Aunque hoy hemos comido tortillas, ¿eh?

Magdiel: Me gusta este sitio un poco (risas). Me gustaba más estar en Guerrero, de donde somos.

O sea, que a los niños les pasa lo que les pasa a todos los misioneros: que al principio cuesta trabajo. ¿Cómo es acá la misión, en qué consiste?
T: Nosotros estamos apoyando en la pastoral, en la salud con la medicina alternativa y en la educación.

A: Yo soy licenciada en Matemáticas y justo cuando llegamos quedó una vacante y buscaban a alguien para Matemáticas en Indiana. No específicamente veníamos a eso, ya habíamos sido destinados a Indiana antes, pero fue muy providencial; en Jalisco ocurrió exactamente lo mismo, estuve los cuatro años y medio dando las clases, y así tenía relación con los adolescentes en la escuela y les daba catequesis de Confirmación. Acá igual, al día siguiente de llegar al Vicariato preguntaron por un profesor para el colegio de Indiana. Me tuve que insertar inmediatamente en la cultura. Como las matemáticas son un lenguaje universal, tal vez ahí sí nos entendemos… Soy catequista de Magdiel, que va a hacer la primera comunión.

T: Junto con las religiosas de acá, salimos a las comunidades y caseríos del puesto de misión.

Acá tienen, si no me equivoco, unas 60 comunidades. ¿Cómo es esa experiencia?
T: Sí, tenemos en dos ríos, el Manatí y el Yanayaku, además de la ribera del Amazonas. A causa de las clases, Adriana y los niños pocas veces pueden venir, pero es una experiencia muy bonita y disfrutan mucho.

R: Estuvo bueno ir allá, conocer cómo viven las personas, qué tal diferente es vivir en un pueblo, sus casas, sus costumbres, su comida…

T: Les dieron masato y les gustó, dicen que sabe a yogur (risas). El pango (caldo de pescado) no les gustó tanto, les cansó porque era todos los días.

¿Cómo van descubriendo la situación de este Vicariato, esta parte de la selva peruana?
T: Es un territorio muy pobre, las gentes están muy necesitadas de ser acompañadas en su fe, en su formación religiosa, en su participación como Iglesia. No hay suficientes sacerdotes; ni siquiera aquí en Indiana, que es la sede del Vicariato, tenemos sacerdote, nos atiende el de Mazán. En el equipo, las religiosas y nosotros, hemos de ver cómo podemos hacer, con celebraciones de la Palabra, etc. Hay mayor respuesta en las comunidades que aquí en el distrito, sobre todo en los sacramentos.

A: Hay muchas sectas e iglesias, y esa división ha hecho mucho daño, ha confundido mucho a las nuevas generaciones. Los jóvenes no saben adónde ir, los padres tampoco les encaminan, y muchas veces no van a nada. Al menos escuchan algo en la clase de religión del colegio, que es católico.

¿Cómo va a ser el futuro? Este compromiso en el Vicariato es temporal nomás?
A: Sí, es un periodo de tres años. Cuando acabe, nuestro hijo mayor estará cerca de terminar la Secundaria y ahí regresaremos a México y nos estabilizaremos para que él pueda ir a la universidad, y después los pequeños. Por eso el momento de vivir esta experiencia y prestar este servicio era ahora. Dios nos fue preparando; desde más jóvenes queríamos salir pero siempre había impedimentos, pero ahorita se dieron las circunstancias favorables porque Dios lo quiso.

Luego encontrarán ustedes otras maneras de vivir su vocación en su tierra mientras sus hijos terminan su educación completa, ¿no?
A: Eso. Somos misioneros desde el Bautismo, y lo seguiremos viviendo aunque no salgamos.

T: Ahí será estar motivando a otros para que participen en la misión; pero nunca dejaremos de ser misioneros, es nuestra identidad. Nos vamos adaptamos a las distintas etapas de la vida.

A: Siempre he pensado que transmitirles el Evangelio a nuestros hijos es para que ellos lo vivan; podemos hablarles de Jesús y todo eso, pero creo que era necesario que ellos mismos se sensibilizaran viendo las necesidades en los otros. A veces los niños, con tantos juguetes y aparatos, ya no ven al otro. Ser impactados por esta pobreza les servirá mucho en el futuro. Los niños acá muchas veces no tienen nada que comer, pero en México siempre hay frijoles y tortillas, incluso en los lugares más pobres. No hay tanta desnutrición como aquí. Llevamos nueve meses y mis hijos han madurado, como su madre los conozco y van siendo más sensibles y dispuestos.

T: Siempre nos han dicho “sus hijos se ven diferentes”. Ahí se ven un poco los resultados de la formación que intentamos darles. Estamos orgullosos porque ellos son tan misioneros como nosotros y a veces más, porque el testimonio que dan es más claro y mejor.

A: En la última visita a las comunidades ellos decidieron independizarse de nosotros y acompañar a otros misioneros del equipo. Cuentan que a las personas les atrae ver a estos chicos animando con la guitarra y hasta dando catequesis en sus posibilidades.

La gente se quedaría asombrada, y no es para menos. Valieron la pena los dolores de cabeza por tener unos hijos capaces de evangelizar a sus propios padres. Tal vez sea esta la definición de una familia misionera. Y soy capaz de tragar como 8 tacos.

sábado, 9 de diciembre de 2017

TATUADO EN TUS PALMAS


“Te tengo tatuado en la palma de mis manos” (Is 49, 16)

Siempre estamos usando las manos.
Son nuestro instrumento, nuestro contacto con el exterior, nuestra tarjeta de presentación.
Son la mediación de nuestra ternura, la herramienta de la cercanía,
el consuelo,
la franqueza,
la disponibilidad,
la sinceridad.

Son la firma de nuestro cuerpo.
Siempre estás viendo tus manos. Y en sus palmas está mi nombre tatuado.
Está mi vida entera, está mi corazón.
Tauado: indeleble, definitivo, irrevocable, eterno, perenne.
Así es tu amor por mí. Tu don.

Y siempre me estás viendo, siempre estoy en tus ojos, nunca dejas de pensar en mí con misericordia, con ternura, con paciencia, con infinito respeto.
Me ves, ves todos mis caminos, mis errores, mis traiciones… y sigues creyendo,
sigues esperando, con humildad, como tú eres. Pequeño. Como Jesús.

Cuando encuentras mi vida tatuada en tus palmas,
solo sientes amor
piensas siempre en reconstruirme,
reorientarme a ti,
sanarme,
darme vida.

Porque como Amor primero, Amor mayor, tú únicamente deseas mi bien, mi felicidad por encima de tus propios intereses o intenciones o proyectos.
Para ti, primero soy yo. Y eso es estremecedoramente hermoso y desborda mi comprensión, fecunda mi tierra, despierta mis sentimientos más profundos y nobles, y me ayuda a perseguir la felicidad.

Yo tatuado en tus manos. Nada menos.

domingo, 3 de diciembre de 2017

EMPUJAR EL BOTE


Para lograr enterarme dónde me he metido es imprescindible escuchar. Y para ello hay que ir adonde hablan personas conocedoras, con recorrido y la sabiduría de la experiencia. Como los animadores de comunidades cristianas, que en el CEFAC (encuentro vicarial de formación y coordinación) toman la palabra.

Y no solo yo, sino todo mi grupo, el equipo del Yavarí que ha participado en esta reunión vicarial, mis hombres, llevan apenas un mes como animadores responsables de la comunidad cristiana de sus pueblos, eso es lo que dicen cuando se presentan, y es verdad. Con ellos me siento como si el tiempo hubiera vuelto atrás, hasta la época en que la tía Mila, Juan Vargas, Nely o Floriano daban sus primeros pasos como agentes de pastoral de las parroquias de Mendoza. Supongo que así de pardillos serían ellos también, con el despiste propio de los novatos.

Pero hoy son expertos, como la mayoría de estos hombres que este fin de semana me enseñan sin saberlo, igual que aquellos hicieron en las jornadas de formación que en el país guayacho celebrábamos mensualito. Gente de la selva ahora, loretanos que llegan de lugares tan alejados como Soplín Vargas en el Putumayo o las comunidades del alto Napo. Curtidos por el sol y en mil batallas apostólicas, bregando con las contradicciones de tener que ser profetas en su tierra, luchando por mantener viva la luz de la fe en sus pueblitos escondidos en las entrañas de esta Amazonía.

Como son líderes naturales, a la vez que animadores cristianos muchos son presidentes de asociaciones y federaciones indígenas, apus, jueces de paz, referencias en sus pueblos. Miguel me cuenta que vienen muchos vecinos a conversar con él para plantearle diferentes casos y problemas, y que deberían capacitarlos en derechos humanos porque muchas veces no sabe qué aconsejar. Y es cierto que en las quebradas profundas, donde no llegan el Estado o la policía, los animadores son lo más parecido a la autoridad por su prestigio moral y su compromiso por el bienestar de su comunidad.

En tres días en Indiana da para oír muchas historias, compartir trabajos de grupo, exposiciones con papelotes y plenarios. El domingo en la mañana hacemos resonar el pasaje del juicio final (Mt 25, 31-46), y es impresionante ver cómo el evangelio planea como un colibrí en la maloka, entra por los oídos de los animadores y sale por sus bocas matizado de entusiasmos y cicatrices, con su acento y los registros de su corazón sencillamente creyente y fiel.

La Iglesia no es como el Starbucks, una franquicia en todas partes del mundo igual, pero me lo parece en muchas ocasiones. Queda un montón para que surja una Iglesia auténticamente amazónica, con expresiones, pensamiento y espiritualidad propias; pero, si algún paso se está dando, lo debemos a estos hombres (solo había una mujer en el encuentro, doña María, de Mazán), que son los que, además de las fatigas de todos por sacar adelante sus familias, comprometen la vida en seguir a Jesús y servir la Palabra a sus hermanos. Los misioneros cambiamos (están en el vicariato tres años de media), pero ellos, los dirigentes de comunidades, permanecen.

Los del Yavarí me cuentan que, cuando bajaban a Islandia en su chalupa para reunirse conmigo y emprender este viaje, vieron un furo (atajo que acorta una vuelta del río) con agua y dijeron: “por acá nos ahorramos camino, vamos”. Pero cuando apenas llevaban 300 metros el nivel había bajado y el bote quedó varado. Ya no podían voltearlo para regresar, así que no les quedó más remedio que bajar pie a tierra y empujar a riñón más de medio kilómetro, alzándolo por encima de tremendos palos, pinchándose y haciéndose mazamorra los pies. Nos estuvimos riendo con ganas al contarlo, y yo pensaba que esa es a menudo la vida del animador y el misionero, empujar para avanzar aun cuando el asunto es tan difícil como hacer rodar un barco por el piso, pero como sea llegar.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

TODO ESTÁ CONECTADO


Cuando el deslizador está acostando en Iquitos hay que irse preparando para obligatorias contemplaciones de la fealdad que desfigura el río Amazonas, convertido en un “inmenso depósito de porquería” en palabras del papa Francisco en el número 21 de Laudato Si. Sería mejor no saber qué consecuencias tendrá esta abusiva y despiadada acumulación de basura, pero desgraciadamente se tiene la costumbre de leer y estudiar, de modo que a “ojos que ven” se le añaden “datos científicos que se conocen”, y así el corazón siente más impotencia y tristeza.

El agua del río que está siendo masivamente contaminada por la estupidez humana proviene de la lluvia. Y esta lluvia proviene del bosque, que mantiene el aire húmedo a través del reciclado de la humedad. Cuando las nubes precipitan su precioso líquido sobre el bosque, gran parte del agua se infiltra en el permeable suelo forestal. El agua del suelo inicia su regreso a la atmósfera absorbida por las raíces; luego sube, desafiando la fuerza de la gravedad, 40, 60 metros o más, por los troncos hasta las hojas, versátiles paneles solares químicos capaces de absorber la energía del sol y aprovechar la caricia de los vientos para transpirar y transferir copiosos volúmenes de agua vaporosa a la atmósfera, completando así el retorno del ciclo vertical iniciado con la lluvia.

Un árbol grande puede bombear del suelo y transpirar más de mil litros de agua en un solo día. La Amazonía sustenta cientos de miles de millones de árboles en sus bosques. Veinte mil millones de toneladas de agua por día son transpiradas por todos los árboles en la cuenca amazónica, un río vertical de vapor más caudaloso que el río Amazonas, que vierte cada día en el océano Atlántico 17.000 millones de toneladas de agua*. Vivimos dentro de una enorme cantidad de vapor, ¿cómo no voy a sudar? Aunque tal vez sea de terror al saberme rodeado de agua envenenada por los residuos, que contamina los árboles antes de intoxicarme a mí.

Para que el vapor vertido al aire se convierta en lluvia, los árboles tienen el ingenio de emitir sustancias volátiles, perfumes precursores de “semillas” que permiten la nucleación del vapor del agua, la formación de las nubes y su condensación. Es una maravilla. El bosque amazónico cumple un papel clave como generador de humedad del subcontinente y regulador del clima global, verdadero aire acondicionado del planeta. La deforestación, que ya se acerca al 20%, tendrá consecuencias dramáticas y será un punto sin retorno. En San Francisco de Yahúma vi el otro día dos lanchas cargaditas de enormes palos vendidos a 30 o 40 soles la unidad. Una insensatez más en la larga historia de depredación de la selva.

Cuando Francisco de Orellana llegó en 1542 había en la Amazonía en torno a 20 millones de habitantes que vivían en la abundancia de pesca, frutas y carne de caza; de hecho la zona en la que me encuentro es la de más alta diversidad de especies del mundo. Hoy, más del 55% de niños en la región Loreto sufren de desnutrición crónica. En cualquier conversación por las comunidades la gente te cuenta que ya no se ven paiches, sábalos, gamitanas o tucunares, y que hay que caminar dos o tres días monte adentro para encontrar algo de mitayo, alguna sachavaca o sajino. Los niños comen arroz, plátano y yuca, y una vez al día tal vez un trocito de pescado, con las consiguientes consecuencias en su desarrollo completo.

Y el panorama no parece apuntar mejorías por la amenaza de megaproyectos extractivos y carreteras por donde llegarán narcos y madereros sin escrúpulos. El bosque se acaba, el agua se ensucia, los recursos son sobreexplotados, el clima se altera y la pobre gente cada vez es más pobre. Todo está conectado (Laudato Si 117). Los desiertos interiores se extienden y hacen que se multipliquen los desiertos exteriores (LS 217). Hay que empeñarse pues en regar y refrescar nuestros adentros para que alrededor brote la vida; se hace en contacto con el Manantial y la Raíz, y también exhalando la pizca mágica que hace llover la alegría y da esperanza: la sonrisa.

* Los datos están tomados del libro “El Futuro Climático de la Amazonía”, de Antonio Donato Nobre. Se descarga fácilmente en internet.

lunes, 20 de noviembre de 2017

EN LA MISIÓN NO HAY FRONTERAS


Desde hace algún tiempo los religiosos presentes en la triple frontera Perú-Colombia-Brasil tienen la inquietud de encontrarse para acompañarse, sintonizar, converger y simplemente disfrutar del gusto de estar juntos. Lo venían haciendo en reuniones breves de media jornada, pero esta vez prepararon tres días de formación, retiro y reflexión en Tabatinga del 6 al 9 de noviembre. A mí me invitaron también porque, aunque no soy religioso, formo parte de esta comunidad peculiar de Islandia con mis cinco compañeras.

Son más de cincuenta, pero a la casa de formación diocesana llegamos unas veinticinco personas de todas las edades, carismas, estilos y pelajes. Uno de ellos el obispo de Alto Solimoes, Adolfo Zon, que es misionero javeriano. Parte importante del encuentro es conocerse, convivir y compartir experiencias, vicisitudes y caminho misionero saltando barreras idiomáticas (una mayoría es brasilera) y generacionales, sumando mentalidades, criterios y sueños. Echo de menos estos espacios, que en España sí tenía, así que aproveché mucho la oportunidad.

Normalmente, los análisis de la realidad suelen aventar bastantes quejas y lamentos, puesto que la situación social, económica y ecológica de esta zona está salpicada de graves problemas en los que todos nos vemos envueltos de alguna manera. Pero superada esta fase (que es como la primera avalancha hacia la mesa en la comida de un día de campo, voraz y decidida), un ramillete de textos del Evangelio y de Laudato Si nos ayudaron a enfocar la mirada trocando las dificultades en retos y poniendo en juego los activos de la esperanza.

Las reuniones de grupo, los plenarios, las intervenciones estuvieron sembradas de compromiso con los indígenas, lucha por la defensa de la naturaleza amazónica frente al acecho de los megaproyectos, cuestionamientos en torno a salir de la propia zona de confort, la inculturación, la fidelidad creativa a los carismas, la conciencia de la propia debilidad y al mismo tiempo de participar de la misión de Dios, no la nuestra. Siempre en un clima de entusiasmo a pesar de todo, sintiendo como un privilegio estar en esta hermosa selva y poder seguir a Jesús como misioneros sirviendo a esta gente, especialmente los más abandonados.

“¿Cuál es nuestra misión?”. Buena pregunta. ¿Cómo responder a los desafíos de nuestra triple frontera? ¿Qué significa tomar realmente en serio la inculturación, como proceso personal y pastoral que comienza por renunciar a la inercia de implantar esquemas, tradiciones y formas de religiosidad occidentales que los misioneros traemos de serie? ¿Qué pasos dar para ayudar a que vaya surgiendo una iglesia con verdadero rostro amazónico? Fueron preguntas que sobrevolaron el grupo y, aunque por supuesto no encontraron respuestas acabadas, fecundaron planteamientos y desataron pistas que iluminaron y enriquecieron.

Muy presentes estuvieron el próximo sínodo panamazónico como horizonte ilusionante, y también la REPAM como inspiración y modo nuevo de ser iglesia en esta región del planeta. El jesuita Alfredo Ferro, con sus aportaciones atinadas y clarificadoras, colaboró en centrar y dar perspectiva de conjunto al amplio abanico de temas que fueron desfilando. Se trataba también de concretar algunas acciones que pudieran surgir de esta sinergia amazónica, y salieron iniciativas de coordinación en el trabajo con los jóvenes y de formación permanente con el apoyo de la Universidad Javeriana de Bogotá.

Dos religiosas jóvenes especiales había entre nosotros: una postulante ticuna y una juniora cocama. Durante la Eucaristía final, una de ellas manejaba el proyector y la otra tocaba la guitarra. Imaginaba su andadura vocacional mientras Monseñor Adolfo comentaba aquel evangelio de “el que no renuncia a todas su cosas no puede ser discípulo mío” (Mt 14, 33). “Estas liberaciones y desapegos no son un fin en sí mismos – decía en su portugués aliñado de gallego-, solo tienen sentido en función de la misión, para que estemos totalmente disponibles para realizar la misión de Dios”. Esto se quedó meciéndose en mi mente, como un bote amarrado a la balsa en la noche. Libre… para la misión; porque el centro es la gente, los indígenas, la Amazonía, esta vida preciosa y compleja que cada día rebosa abundancia y adonde he venido a dar con mis huesos.

sábado, 11 de noviembre de 2017

LLUVIA


Hay días que hace un calor insoportable. No tanto porque la temperatura sea excepcionalmente alta (rara vez llega a 35º) sino porque la humedad y la fuerza de este sol tan rotundo y tan plano, que te aplasta más que quemarte, hacen que el ambiente se vuelva sofocante. Me pongo a sudar a chorros y no soy capaz de concentrarme en nada, ocupado en abanicarme o secarme con una toalla.

En la siesta más o menos la cosa se sobrelleva porque cuelgo la hamaca en mi habitación, que está hacia dentro, al lado contrario de la orientación del sol, y logro dormir un rato (en la cama a esas horas yo no puedo, soy un charco de sudor). Pero a partir de las 2:30 más o menos el sol asoma detrás del edificio de enfrente y pega directo en la pared de mi despacho… todo mi depa se convierte en un horno del que he de escapar obligadamente si no quiero derretirme.

A veces el calor tiene una cualidad como de interior de olla cociendo sin tregua, y entonces la gente dice que pronto va a llover; en cuanto se aprecian dos pellizcos súbitos de viento recortados contra una manta en tonos grises que de pronto ha colonizado el cielo, hay que prepararse para un lluvión como el de esta tarde. No se puede decir que fuese una tormenta, no: era una tempestad con genes de huracán que trastocó en un instante colores y temperaturas y rodeó de agua todos los costados, redentora del Yavarí abrasado.

A Eunice y a mí nos pilló bajando a la balsa camino de Benjamin. No había literalmente posibilidad de resguardarse, porque las oleadas de temporal golpeaban en todas las direcciones, borrando del horizonte casas, embarcaciones y sonidos, como se difumina con el dedo un dibujo al carboncillo. Qué bárbaro. El río se retorcía bravísimo y el bote avanzaba en medio de una cortina de agua, aunque hacía rato que estábamos completamente empapados sin remedio. Pero qué rica lluvia.

La brasilera población vecina no tiene alcantarillas ni desagüe, de modo que para cuando nuestro peque logró acostar, las calles ya eran sucursales del Amazonas por donde solo los motoristas más audaces (que por cierto son bastantes) se atrevían a aventurarse haciendo escorzos con el agua a media llanta. Compras y gestiones resultaron mojadas esta tarde, aunque la borrasca concedió un rato de tregua.

Al regreso, a medida que poníamos rumbo a Islandia se sucedían los relámpagos más enormes que jamás he visto, encendiendo todito el cielo de tonos metálicos realmente espectaculares. Siempre impresiona navegar por la noche, pero en este río encabritado y doliente de intermitencias aterradoras te salen espontaneas oraciones en varios idiomas. Por más que se bajen los plásticos laterales del bote, cuando llueve con semejante tenacidad no hay manera de librarse del remojón, y estas son las aguas que corresponden a la creciente del río, que se empezará a apreciar en serio dentro de un mes.

En mi cuarto la lluvia violenta horizontal se filtra por entre las rendijas de las maderas y hay que retirar los cuatro libros para mantenerlos secos. A pesar de que el termómetro marca 27,5º, el aire es deliciosamente fresco y empiezo con antelación a disfrutar de una noche agradable, sin sofoquinas; me pongo las gafas y no se me caen porque no transpiro, veo un rato la tele tomando un sándwich con un café calentito que me apetece, puedo hasta escribir una mijita, relajado, con la perspectiva de descansar rico mecido por el aguacero que por cierto está arreciando.

Ya en la cama tendré hasta que arroparme con la sábana, como muchas madrugadas, y eso me encanta. El diluvio desatado atiza sin contemplaciones a las calaminas del tejado creando un rumor que me sirve de nana. Hay algunas gotas que saltan por la ventana alta y me rozan como pequeñas cosquillas de lluvia. Recuerdo que José Antonio siempre decía que cuando llueve se duerme mejor; hoy es 7 de noviembre y hace 22 años que nos dejó, pero siempre está ahí, y en esta misión lo percibo aún con más nitidez. Hasta mañana.

sábado, 4 de noviembre de 2017

CHICHARRÓN PARA UN BEBE Y MONDAS DE PAPAS


Tras un mes entero sin salir de Islandia a causa de la fiesta patronal, el Señor de los Milagros, se impone reflexionar y escribir sobre esta experiencia. Pues ha sido en partes proporcionales un impacto con la realidad, un buscar en mis registros algo con que responder y no encontrar nada, una masticación de expectativa, desconocimiento, confusión, estoesloquehay, decepción, sorpresa y la sensación de estar tocando el violín y no saber por dónde meter cabeza.

Lo primero que hay que comprender es que aquí la fiesta patronal no es la fiesta del pueblo. Esa función la cumple el aniversario del distrito (2 de julio), ahí se arman los grandes festejos típicos: deporte, fuegos artificiales, orquesta, reinado, bailes regionales, concursos varios… la municipalidad se pone las pilas, organiza, moviliza a todos, con un gran ambiente. Es una celebración laica. La identidad de Islandia no está en el Señor de los Milagros, su raíz no es católica como por ejemplo en Mendoza, donde el argumento de la fiesta sí es religioso (el patrón San Nicolás hasta le da el nombre al distrito). Y mucho menos desde hace unos 20 años con la llegada de un montón de religiones y sectas, especialmente los israelitas.

Por lo tanto, la fiesta “patronal” es algo prácticamente solo de la “parroquia”, pero curiosamente, le queda adherido algo del triunfalismo católico de los años 40, cuando se inició en Islandia la devoción. Aunque el Perú es un estado aconfesional, la Iglesia conserva una cierta posición de poder institucional incluso cuando está en minoría, como acá. Así que se invitó oficialmente a las instituciones a la novena (la municipalidad, el colegio, el jardín, la policía, el centro de salud…), siguiendo el libreto nacional-católico como en Mendoza. Y sí llegaron y participaron, salieron a leer, trajeron sus ofrendas y algunos incluso invitaron a un lonche, como allí. La diferencia es que cada noche, exceptuando los novenantes de turno, la iglesia estaba prácticamente vacía.

Es decir: no existe algo como una gran devoción en un pueblo mayoritariamente católico que cada noche se vuelca con su patrón llenando la iglesia en el novenario; ni siquiera una comunidad cristiana que, aunque pequeña, celebra a su patrón con entusiasmo en una novena viva, concurrida y participada. Lo que hay es una especie de rotación en la que cada noche aparece un grupo diferente, todos como un poco fuera de lugar (es la única vez que van a la iglesia), sin saber cómo ponerse y qué hacer, la mayoría obligados por el alcalde, el director, el gerente o el superior… y apenas una muestra de los católicos de acá, que no llegarán a veinte, cada vez distintos (tan solo dos personas creo que han hecho la novena completa).

Nos reímos diciendo que hemos preparado 9 temas siguiendo Laudato Si muy bien hechos (las homilías nos las repartimos entre dos compañeras y yo), pero que podríamos haber repetido 9 veces lo mismo porque el público era siempre diferente. Eso sí, la iglesia estuvo varios días llena de gente, pero no nos dejamos llevar por esa falsa impresión de “éxito”, muchos eran de otras religiones y fueron por cumplir con un mandato o una tradición. Podemos seguir autoengañándonos programando más historias así, restos de religiosidad popular que corresponden a épocas pasadas que dan un cierto resultado numérico.

Como en el comic de Luky Luke “El séptimo de caballería”: en el oeste americano, en un fuerte de caballería hay un coronel muy estricto que revisa los uniformes de los jinetes por la mañana y castiga a los que no los lleven impolutos a pelar papas, y tienen que hacer las mondas tan finas que el sargento las revisará mirando al trasluz. Entre sus subordinados está su hijo, y con él este coronel es más duro que con el resto. Resulta que los indios atacan y asedian el fuerte, cortando los abastecimientos; los de la caballería se quedan sin alimentos y casi sin agua. Pero el coronel sigue con sus rutinas, a primera hora pasa revista detenidamente a los soldados, que tienen cara de hambre y sin afeitar; cuando llega a su hijo y le encuentra una mota de polvo en una bota, le castiga como de costumbre a fingir pelar papas (claro, fingir porque de hecho no hay papas), “¡Y fingirá hacer las mondas muy finas! ¡El sargento fingirá examinarlas!”. Jaja genial, me río al escribirlo.

En la Iglesia somos muy dados a instalarnos en la ficción para quedarnos tranquilos, no es la primera vez que lo veo. Vendemos humo. Somos como los de los anuncios de juguetes en Navidad, miras un robot vacanazo en la tele y luego, cuando lo ves en la tienda, te parece que ha encogido. En la pastoral hay mucho de publi, logramos un montón de cosas (la catequesis de Confirmación, los animadores de las comunidades, el consejo de pastoral, ¡la escuela de formación!…) a las que en el día a día hay que hacerles la raíz cuadrada. Y la fiesta del Señor de los Milagros es también un bluff; por supuesto que es positivo que la gente venga, y estoy seguro que a muchos les ha gustado, pero con pim-pam-pums se entretiene, aunque no se evangeliza.

La realidad de esta misión es que no creo que haya comunidad como tal. La Eucaristía del domingo es algo igualmente anecdótico para la gente, un rótulo sin miga, siempre a punto de desmoronarse, nadie es asiduo, unos días vienen unos y otros días otros en un templo siempre despoblado, no consigo saber quién forma parte de la Iglesia católica de verdad, en serio. Por eso pretender que los cristianos acudan durante nueve días seguidos a la novena, cuando no son capaces ni de ir a la misa del domingo es como dar de comer chicharrón de chancho a un bebe.

martes, 31 de octubre de 2017

QUÉ VA A SER DE TÍ


En medio de la reunión del grupo juvenil, llamada de Galileu: hoy no ha llegado porque en la tarde ha muerto su hermanito, que tenía nueve meses. “¿Y qué ha pasado, cómo ha sido?” – le pregunto. “Por maldad. Alguien le ha mandado algo malo”. Al rato nos encajamos toditos en la casa, y sin saberlo comienza una de las historias más extrañas y escalofriantes de mi vida.

La estancia es reducida, de madera, pobrísima. El cuerpo del bebe está sobre una mesa con una especie de mantel que antes debió ser blanco, envuelto en otra tela blanquecina hasta la barbilla, como una pequeña momia. En los costados del cadáver hay sendas tablas donde han colocado de pie algunas velas encendidas. La estampa me impresiona por tétrica, pero lo que la rodea todavía me impacta más.

En un banco desportillado se sientan algunas mujeres: la abuela de Galileu, su hermana que amamanta otro bebe, un par de tías… La mamá del muertito está tirada en el piso, llora mientras se tapa los ojos con un pañuelo. Y junto al cadáver, un montón de niños moviéndose, jugando, comiendo… De vez en cuando alguna primita se acerca para botar los bichos que trepan por el cuerpo del bebe. Dos o tres hombres están sentados en la entradilla, con el torso desnudo, alguno también cena.

Pedimos permiso para orar un momento. La mamá se acerca y mientras rezamos el padrenuestro intenta cerrar completamente los ojos de su hijo muerto, sin conseguirlo. Salen olores de la cocina contigua, alguien trae un par de sillas de plástico más. Por la noche soñaré con el bebe, mi oído visitado por la canción de Serrat “¿Qué va a ser de ti lejos de casa? Nena, qué va a ser de ti?”, que logra desbordar en mí una catarata de ternura triste, y esta vez fúnebre. Allí está, pequeñito, muerto sobre esa mesa, que mañana servirá para el almuerzo; inerte, frío como el barro, pero sin siquiera arrancar un silencio. Se llamaba Fabio.

Pregunto a Galileu qué pasa con el ataúd, y me dice que sus tíos están por llegar y ellos lo van a resolver. El muchacho tiene solo 17 años y ahora también llora, sobrepasado por la situación. Al día siguiente es domingo, en la tarde regresamos y todo se encuentra en el mismo punto: la suciedad y el desorden, la casa repleta, y el bebe tal y como, si acaso con más moscos y botando líquido por la boquita entreabierta, como los ojos. Ya llegó hace horas uno de los tíos del bebe, pero nadie ha hecho nada. Le digo “vamos a buscar un ataúd”.

El encargado de eso está en la canchita viendo el fut-sal del domingo por la tarde. Con su ayuda ubicamos por celular al regidor y quedamos para conversar con él en la casa misionera. Es un hombre joven, y nos explica que la Municipalidad recibe ataúdes de una empresa de Iquitos para familias con pocos medios, pero que para entregarlo necesitan en este caso fotocopias de los DNIs de los padres, del niño, y el acta de defunción. El bebe no tiene papá ni DNI, bastará con el de la mamá, pero el certificado de defunción hay que pedirlo en el Centro de Salud, donde fue atendido el niño por bronconeumonía severa un par de días antes de morir. Salimos a buscarlo.

Esperaste en el sillón y luego en el balcón a la pequeña.
Y de punta a punta de la ciudad
preguntaste a los vecinos y saliste a los caminos.
Quién sabe dónde andará...

La gerente del Centro está en Iquitos; su reemplazante, el doctor Albán, tampoco está. En Emergencias nos dicen que hay que volver al día siguiente. Se lo cuento al regidor y me dice que nos dan el ataúd si le prometo que yo iré a primera hora a pedir ese documento, y así quedamos. Al almacén municipal llega otro tío del bebe, y juntos llevamos el féretro blanco a la casa en una comitiva cuanto menos pintoresca. Al llegar, el operario pide que prueben si el niño cabe, pero resulta que “no le hace”; insiste diciendo que le ubiquen doblándole las piernas, pero una de las mujeres pone mala cara y el trabajador municipal cede y dice que van a ir a por una caja mayor. Todas las operaciones de colocación del cadáver son seguidas por una nube de niños (conté 17) entre curiosos, divertidos y pasmados.

Mientras regresan con otra talla de ataúd bromeamos con los críos, hay una Brenda que me sonríe con una simpatía sin dientes y pienso que no comprendo nada, pero al menos ese encanto le da un respiro a mi corazón. Igual que la noche anterior, se come, se conversa, se convive con la muerte con una naturalidad estremecedora, como si no pasara nada. Galileu no aparece porque está toda la tarde jugando al fútbol; su tío se despide, que se va a bañar. Finalmente llegan, dejan la nueva caja y parece que ahí nomá… Solo porque mi compañera Eunice insiste ponen al bebe en el ataúd, porque no tenían intención (¿para qué habremos andado todo esto pues?).

No todavía acaba. Al día siguiente este bebito será enterrado en Benjamin Constant (acá en Islandia no puede haber cementerio, quedaría cubierto por el río. Todos dan con sus huesos en un país extranjero…) mientras a mí me negarán el acta de defunción porque el niño murió donde un curandero (…) y acabaré haciendo yo mismo un certificado que esperemos que al regidor le sirva. En la noche notaré que estoy agotado. Me conozco y sé que me deja sin fuerzas la contemplación del semblante de la miseria, y aún más cuando está escrita con crueldad implacable en el día a día, ataviada de espontaneidad y hecha pensamiento, valor, costumbre y percepción.

Tu amor… amor sobre las rodillas.
Caballito trotador.
Qué va a ser de ti lejos de casa...

Para Fabio

jueves, 26 de octubre de 2017

HASTA SIEMPRE SANTI


¿Durante la vida somos capaces de expresar todo el afecto que sentimos o lo damos por supuesto? Incluso cuando perdemos a alguien tan íntimo como un amigo de la infancia, las palabras que decimos, ¿fueron pronunciadas antes tal vez de otras maneras más gráficas y espontáneas, menos solemnes y descargadas de tristeza? Ojalá. Para nuestro amigo Santi Cordero, esto fue lo que nos salió a Antonio Amores, a Iñaki Gómez Carrillo y a mí.

Queridos familiares de Santi, amigos, hermanos todos.

Hemos invadido un poco esta Eucaristía de domingo en nuestro colegio para orar por el descanso eterno de nuestro querido amigo, despedirlo de manera más íntima y dedicarle un sencillo homenaje. Si nos estás viendo, Santi, compañero, tranquilo, que sabemos que lo aparatoso no te gusta: tú has sido siempre un hombre discreto, enemigo de protagonismos; pero comprende que necesitamos decirte algunas cosas porque estamos todavía perplejos y como paralizados por la tristeza, no acabamos de creernos que te hayas ido.

Tus amigos coincidimos en la sorpresa que nos causa apreciar estos días lo importante que eres para nosotros y cuánto influiste siempre en nuestra vida. Tanto nos diste y de manera tan auténtica y desinteresada, tal y como tú eres, que te metiste en lo más hondo de nuestros corazones sin que supiéramos percibir hasta el momento en el que nos has faltado lo que significabas realmente para nosotros.

Nuestra niñez fue muy bonita, entre estos patios, a salvo de los videojuegos. Fuimos niños que disfrutamos juntos de juegos como los bolindres, el pinche, y las carreras a policías y ladrones, divirtiéndonos y aprendiendo unos de otros mientras crecíamos e intercambiábamos experiencias. Pronto descubrimos el gusto por leer, por los idiomas, el deporte y la música. Algunos, en tu casa, descubrimos a Alan Parsons, Mike Oldfield y Pink Floyd; no sé cómo pero tú te conocías todos los músicos. Inventamos revistas en las que dibujabas como nadie e hicimos nuestros pinitos en inglés (donde tú siempre destacaste). Éramos adolescentes sanos, capaces de pensar, responsables, con un rico interior, y con inquietudes. Fue una época muy hermosa en la que se formó un grupo de amigos, de compañeros, con un vínculo especial, y tú perteneces a ella; estuviste siempre ahí, lleno de cualidades, siempre un paso por delante en saber, adornado de una inteligencia fina, una humildad sin límites y con capacidades extraordinarias para la escucha, la fidelidad y la amistad.

Luego, el paso de los años nos fue distanciando a unos más, a otros menos. Pero lo sembrado cuando chicos fue cuajando en tu rica personalidad. Nuestro amigo Iñaki lo expresa magníficamente en el mensaje que te dedicó: “tu caballerosa discreción; tu sonrisa apacible; el estoico pecho; el buen juicio que te orientaba; las perlas de humor atinado y elegante; el despiste entrañable que en ocasiones se escapaba de las lindes de tu flemática postura; la fabulosa exposición de conocimientos que desplegabas en las partidas de Trivial; tu inquebrantable compañía en las buenas y en las malas”.

Hace poco que estuvimos juntos. No importaba que llevásemos bastante sin vernos, la magia de los viejos amigos hizo que rápidamente la conversación conectase y nos sintiéramos en casa. Tenemos ese tesoro que se fraguó desde nuestra más tierna infancia; esa facilidad para formar parte unos de la vida de los otros a pesar de distancias, tiempos y ocupaciones. Lo comprendemos estos días en que un poco aturdidos y aún incrédulos lloramos tu pérdida, amigo Santi; lo mismo que vemos con claridad lo que significas para todos nosotros, lo que amamos en ti; igual que el alpinista distingue más claramente los detalles de la belleza de la montaña cuando se aleja que cuando la está escalando, como dice Gibrán.

Te has marchado haciendo lo que más te gustaba, justamente subir montañas. Pero vas a seguir estando siempre en nosotros, tus amigos, porque nunca vamos a olvidarte, Santi. Tu melodía nos acompañará siempre en nuestros encuentros, en el devenir de nuestra vida que esperamos que nos llevará a lo más alto, donde tú estás ahora.

Cuando termine esta misa tus amigos pasaremos a besar el pie de nuestra Virgen, nuestra Auxiliadora, un gesto que hemos repetido cientos de veces en el recreo. No te preocupes que nosotros lo haremos en tu nombre. Ahora tú ya estás con ella.

Gracias por haber sido simplemente Santi. Te queremos.

Hasta siempre, amigo.

sábado, 21 de octubre de 2017

ENCUENTRO DE ANIMADORES


Pues sí que vinieron. Y superando las previsiones más optimistas. Del Bajo Amazonas, los 5 de la semana pasada regresaron y trajeron a uno más, 6; y del Yavarí… ¡8! En total 14 animadores de 11 comunidades, más algunas mujeres e hijos, éxito numérico total e insospechado… Al toque pensaba que este pueblo pobre y tanto tiempo abandonado me sorprende y me funde los esquemas (los que van quedando en pie, que son pocos). Y también que la sorpresa es la señal inequívoca de que algo es de Diosito lindo.

Propiamente animadores con oficio, conocimiento y alguna experiencia, habrá dos o tres. El resto son recientes fichajes, personas con buena voluntad que se ofrecieron para este servicio, o que invitamos, o simplemente gente que es nuestro único contacto de momento en las comunidades. Se ve que aquellas primeras visitas, aunque fueron duras y aventureras, dan su fruto; y eso que han faltado al menos un par de ellos medianamente competentes.

Es la primera vez que hay acá un encuentro como este, y se nota. Las instalaciones son pésimas, no tenemos dónde acogerlos bonito, las comidas son en nuestra propia casa, sentados en bancos en la entrada. Empezamos las reuniones en la escuela pero pronto nos mudamos a la capilla por el mucho ruido. Solo hay un baño, no hay ducha… pero a ellos se les ve contentos de juntarse, de conocer a compañeros de lejos; están acostumbrados a vivir con pocas comodidades, así que no reclaman y más bien suena un “gracias” cada vez que alguien va a lavar su plato. La verdad es que la señora Rosa cocina magníficamente, es una suerte.

Mis compañeras y yo nos volcamos. La impresora echa humo, la decoración de los ambientes es finísima, con telas, carteles, frases, velas (algo muy femenino, menos mal que están ellas, a mí jamás se me habría ocurrido); hay una escenificación que han preparado Eunice y Zélia con los jóvenes, y tiene música y palabras del Papa; Ivanês corre todo el día para que la comida esté lista a su hora, junto con Fatima echa cuentas, se multiplica; Emilia trabaja con los animadores cómo hacer la celebración del domingo; y yo desarrollo mi tema (“La identidad del animador”) lo mejor que puedo, y luego trato de coordinar las visitas, les pido que preparen nuestro hospedaje y alimentación, dejamos atado el calendario… Nos sacamos el ancho pero yo estoy en mi salsa, disfruto, es lo mío, “mi mera libertad y querer” (EE 32).

El domingo de madrugada llega la noticia de que el Papa Francisco ha anunciado un sínodo especial para la Amazonía, que se celebrará dentro de dos años. Cuando les pregunto cómo se sienten, qué les parece, responden: “Muy bien”, “vacán”, “interesante”, “chévere”. Más que lo que dicen, sus rostros expresan satisfacción y asombro, el Papa se ocupa de nosotros, quiere ayudarnos“¿Y qué habría que anotar para que traten en el Sínodo?”. Esta cuestión desata una catarata de opiniones, pedidos y denuncias: “La flora y el agua es lo más valioso que tenemos, y se la están llevando las empresas”. “Hay muchos problemas con la titulación de las tierras, el gobierno friega porque quiere lotizarlas individualmente para que se puedan cargar, vender o conceder”. “En mi comunidad se ve cómo tumban los árboles y avanza la deforestación”. “No vemos que hagan un estudio de impacto ambiental para esa carretera que están proyectando”. Alguno dice que podemos decirle al Papa estas cosas en Puerto Maldonado, porque ya hemos programado antes que dos de nosotros van a ir al encuentro con Francisco allí el 19 de enero. “Vamos a  hablar bonito con él”, yo me encargo.

“¿Y los indígenas?”. Los adjetivos que sobrevuelan la reunión son igualmente despiadados: estamos olvidados por las autoridades, abandonados, desprotegidosno interesamos a nadie. El día anterior, haciendo un análisis de las necesidades de las poblaciones de la misión, comentaron que casi nadie tiene agua, ni desagüe, ni electricidad. Y eso que casi todos tienen un motor proporcionado por el municipio, pero “un motor bamba, motores chinos malos, comprados ya así, baratos, para decir que nos los han dado”; todos están malogrados y ninguna comunidad tiene luz. Los misioneros damos fe.

Hay varios ticunas y yawas, y cuentan que su cultura se está perdiendo, sobre todo en el caso de los segundos, que ya casi no hablan su idioma. A pesar de los esfuerzos, y de que hay poblaciones con la escuela primaria bilingüe, lo cierto es que el acervo cultural indígena se vuelve cada vez más invisible, una rareza, confinado al silencio del pueblito o acaso expuesto como una atracción turística cerca de Iquitos. Necesitan que alguien les ayude a poner en valor su historia, sus costumbres, sus conocimientos, su carácter; reivindicar sus derechos culturales, territoriales, lingüísticos. Poner en pie su dignidad.

De pie estamos, en torno a una mesa con una luz, es la oración del envío. Siento que todo concuerda, que tal vez estoy acá con un propósito, y pienso como en pinceladas que el Evangelio es algo muy sencillo cuando se vive pegado a la realidad de la gente de abajo. El encuentro ha sido… y yo había pensado que… Los colores de las telas decorativas son el humor de Diosito. Casi podía oír sus carcajadas, discretas y cariñosas, invitándome a reírme de mí mismo. Y reía divertido en silencio.

sábado, 14 de octubre de 2017

UN OASIS EN MEDIO DEL DESIERTO


Esta misión es un desierto pastoral empedrado de dificultades: reuniones fallidas, aplazamientos de actividades, convocatorias vacías, descoordinación, “siempre se ha hecho así”-ismos, pero sobre todo gente que no aparece, prácticamente nadie del lugar que sea fiable y comprometido, en quien uno pueda apoyarse.

Todo está siempre atravesado por la duda de si te están diciendo la verdad cuando te responden que “sí hermano, allí voy a estar, esa especie de evanescencia loretana que viene a adornar la proverbial informalidad peruana, y que torpedea sin remedio cualquier iniciativa que requiera el trabajo en equipo y que las personas den un paso adelante y asuman responsabilidades.

El fin de semana pasado teníamos encuentro de animadores. Nuestro territorio tiene dos zonas: el Bajo Amazonas y el Yavarí. Los del Amazonas llegaron durante el viernes, tal y como estaba previsto, pero los del Yavarí telefonearon a media tarde: que no encontraban quien les vendiera gasolina y no podían bajar. Que había que haberles mandado desde Islandia un par de latas día antes, pero no fue posible porque quien tenía que llevarlas llegó a casa a las 8 de la noche, sin posibilidad ya de cargar el bote, que salía de madrugada (y tal vez sin tiempo siquiera de comprar el combustible).

¿Qué hacer? ¿Seguir con el encuentro con los cinco que estaban ya acá o tratar de aplazarlo una semana para dar oportunidad a que vengan los del Yavarí? Conversamos y decidimos intentar esto último. Una hora más tarde llamo al teléfono satelital de Buen Suceso, donde está el bote de Santa Teresa que debería haber traído a la gente, y me dicen que OK, que para dentro de una semana, y que ellos van a avisar a los participantes. Y… que el domingo en la noche están en Islandia bajando una maderita, para que los recibamos, conversemos y ya puedan llevar consigo la gasolina para el próximo viernes.

El lector se estará preguntando por qué hay gasolina para venir el domingo con la madera y no el viernes para traer a los animadores… Buena pregunta, nosotros también nos la hacemos. La respuesta tiene que ver con el cruce de intereses del personal; el viernes el viaje no convenía, probablemente porque la madera no estaba preparada. Lo más desagradable es intuir que intentan aprovecharse de la plata de la misión, cuestionarte si hay alguien en quien de veras puedas confiar en esta selva donde rige con mano de hierro la ley de la selva.

Y si hablamos de la propia Islandia, en pleno proceso de preparación de su fiesta patronal, el asunto se hace más agotador. ¡No hay manera de armar una reunión que sea medianamente efectiva! De los 15 miembros del consejo de pastoral que convocas, unas veces vienen 3, al siguiente día 4 distintos… Recuerdo que en la primera ocasión reclamaban que los anteriores misioneros no les llamaban, que hacían todo solos; y ahora, ¡justo al revés! Tal vez se las gastaban así porque no encontraban personas capaces de compartir las tareas con compromiso y seriedad.

Todo acá es como un parto, difícil y tortuoso. Se salva apenas el bingo del otro día. Y, por supuesto, en medio de tanto despropósito, está el grupo de jóvenes. ¡Eso sí que funciona! En mi ausencia, ellos con mi compañera Eunice programaron sus encuentros, y han trabajado bien. Película, tema, diálogo con las superioras que estaban de visita, preparación de la Eucaristía… Anoche estuvimos juntos, y todo sale con naturalidad, entre risas, con gusto. Meeenos mal: un oasis fresco y agradable en este secarral de fracasos y decepciones apostólicas, jaja.

No sé si es que nos estamos equivocando en los métodos, si vamos un poco deprisa, si esperamos más de lo posible hoy por hoy, o todo a la vez. O quizás este implacable reflejo por sobrevivir a costa de lo que sea ha emborronado las capacidades para la gratuidad, para el dar sin más, perdiendo, sin ganar nada aparentemente tangible. No sé. ¿Y qué pasará con el encuentro de animadores? ¿Vendrán los de Santa Teresa en su bote maderero trayendo a los del Yavarí? ¿Volverán los del Amazonas como han prometido? ¿O no aparecerá nadie…? Lo veremos en el próximo capítulo.

sábado, 7 de octubre de 2017

VIVIR EN UNA BALSA


Llevábamos un rato conversando cuando de pronto todo comenzó a bambolearse. Eeeeeehhhhh!!. “Es ese bote, padre”, dijo la tía Marina. “Cuando pasan cerca, nos mecemos”. Zélia rió, yo reí y entonces sentí el impulso de tomar esta foto para contar la experiencia de estar en una balsa sobre el Yavarí.

“¿Cómo pueden vivir ahí?”, pensé la primera vez que vi semejante cosa. ¡Una casa flotante! Las balsas están construidas sobre gigantescos palos de catahua, una madera que increíblemente no solo no se hunde, sino que soporta pesos enormes, hasta el punto de que hay hospedajes, grifos (gasolineras), restaurantes, almacenes, tiendas (en una acá cerca venden una moto, ¿por dónde rodaría?) y por supuesto hogares flotantes. Yo me parto.

Entrar en casa de Marina es ya una odisea, saltar del bote (hay que ir siempre en taxi, claro) sin resbalarte en la madera húmeda y pasar de frente a la sala. “¿Pero quién vive aquí, tú o tu hermano?”. “Todos”. Son dos casas juntas, una verde y una azul, una supuestamente de Policarpo y su esposa, y la otra suya y de su marido (nunca se sabe cuál es de quién), pero todos viven en la verde. Entramos en una estancia estrecha, con un par de mesas, varios asientos y un millón de enseres, adornos, cachivaches, todo abigarrado, demasiadas cosas para tan poco espacio.

Mientras organizamos cosas de la fiesta patronal veo sobre la cabeza de Marina a todos los santos del altar habidos y por haber, porque Marina y su familia son los católicos viejos de Islandia. De hecho su abuelo es uno de los fundadores, y tengo pendiente preguntarle cómo se les ocurrió crear un pueblo sobre el río y en un cacho de Perú que está dentro de Brasil… Es un enclave de peruanidad en tierra extranjera, y nosotros somos hitos vivientes (el desfile del día de fiestas patrias debió de ser tremendo, yo estaba en Isla Cristina).

Y el Señor de los Milagros, patrono del Perú, emblema de su carácter y su religiosidad, es también el patrono de Islandia, como no podía ser de otra manera. La balsa se trocolea de vez en cuando mientras armamos reuniones, kermés, pergeñamos oficios, imaginamos premios para otro bingo gordo (jeje), Zélia y yo preguntamos, Marina nos explica, y vamos aderezando el guiso de la fiesta que habíamos comenzado a cocinar la noche antes en el Consejo de Pastoral.

Las casas-balsa suelen tener una especie de minicobertizo en un costado donde está el WC, pero seguro que se bañan en la parte de atrás, en el río, como todo el mundo acá. En medio del Yavarí no hay señal, pero es que además la tía Marina vive a menos de 50 metros de donde estaría la línea divisoria entre Perú y Brasil, más cerca de Benjamin Constant que de Islandia. Este mes de octubre viste el hábito morado, como buena devota del Señor de los Milagros. Me ha parecido que en la casa hay luz, pero desde luego agua de la Municipalidad seguro que no.

“¿Pero ustedes tienen título de propiedad?”. “Sí, ya lo tenía mi padre. Los papeles dependen de Capitanía, porque es un terreno fluvial”. Cuando baja el río, como en esta época del año, la casa se retranquea hacia el pie del barranco que es la orilla; hay otras balsas que están más atrás y se quedan en tierra firme, pero la de Marina no, es siempre acuática. ¿Cómo será durante la noche? Habrá un silencio delicioso, con pinceladas de los rumores del río.

También se moverá mientras duermen. Seguro que están acostumbrados y será como cuando se mece una cuna, más rico descansan. Claro que, si comen sopa han de tener cuidado con las sacudidas traicioneras. Se me ocurre que la vida es como habitar una balsa: hay momentos en que todo tiembla y amenaza con hundirse, instantes de gran serenidad entreverados con truenos de tormentas, silencios sembrados de Presencia y, siempre, la alegría de mantenernos a flote y estar juntos en la misma balsa, por muy lejos que diga el mapa.

domingo, 1 de octubre de 2017

EL DÍA EN QUE GANÉ AL BINGO


- Puuchaa padre, ¡a los tiempos! ¿Dónde has estado?
- De vacaciones un par de meses.
- Pero ¿te fuiste a tu país?
- Ajá, y estuve con todita mi familia: mis papás, mis hermanas, mis sobrinos, mis cuñados…
- Qué bueno. Pero dos meses es mucho tiempo. Acá hemos pensado: “capaz el padrecito no vuelve”…

Esta conversación se repite, con más menos variantes, estos primeros días de retorno a Islandia: “Has demorado bastante”, eso significa que tal vez me estaban esperando... En mi cuarto varios carteles me recibieron cuando llegaba con mi maleta: “¡Feliz regreso! La misión tiene nuevo brillo con tu presencia”. Parece que mis compañeras también me extrañaban; hasta había un chocolate aguardándome sobre mi mesa, y duró cero coma.

Pero no solo eso: hay sandwichera, concentrado de jugo de mango que está buenazo, la puerta de la iglesia se abre extrañamente bien (¡!), el tanque de 2000 litros está a full porque llueve en serio (se ducha uno sin tantos remordimientos), hay cubiertos nuevos, sartenes y olla a presión, ¡impresora! y tele recién estrenada porque la otra se quemó. Incuso están colocando las nuevas canalizaciones (podríamos tener agua incluso cuando el río suba), y dicen que para el 1 de enero habrá electricidad 24 horas según unos, o de 6 de la mañana a 11 de la noche según otros. ¡Un montón de avances! Voy a tener que buscar otra misión realmente austera, jeje.

Dos meses después, la vaciante del Yavarí ha modificado el paisaje prodigiosamente, es impresionante. La orilla es ahora un tremendo barranco de cinco metros mientras el río ha retrocedido el ancho de tres o cuatro pistas de tenis. Todo un mundo sumergido reaparece: gradas, canchas de fútbol y vóley, empalizadas, senderos, chacras… La tierra seca bajo nuestra casa sigue produciendo fauna que se empeña en visitarme: en dos días, una rana y una araña han perecido en acto de servicio, ambas tamaño XXL.

Es mi casa, aunque da un poco de reparo decirlo cuando todavía tengo en el paladar el gusto de mi casa y en mi cuerpo el calor del abrazo de los míos. Es misión, y como tal exige que rapidito me ponga las pilas y meta la cuchara: casi sin sacar los regalos, reuniones varias para preparar el encuentro de animadores del fin de semana próximo y armar la fiesta patronal. Así que además de adelantos y bolo de yuca, me esperaban chambas. Y música de los vecinos israelitas casi sin parar. Y una tormenta esta madrugada con unos rayos y truenos que estremecían la tierra, el agua y los cuatro palos entre los que duermo.

Los jóvenes también han cambiado su día de grupo al sábado, así que ayer noche tuvimos la suerte de estar juntos, y esa algarabía, esa bulla, esas bromas, esas sonrisas, ese desbarajuste… eso sí que me hace sentirme como siempre, en mi sitio. Los jóvenes son desde hace muchos años mi patria, allá por donde voy los encuentro, o ellos a mí, y estoy en casa. Gracias.

Pero antes, en la tarde, había programado un bingo a beneficio de la sacha-parroquia. El viernes, en un rato muy serio del Consejo de Pastoral, se vio que se había dejado todo para el final, faltaban premios, varios bingos eran ilocalizables, etc. Pero al final, y en un arrebato muy peruano, todo sale adelante sin que se sepa muy bien cómo. De pronto la puerta de la iglesia se llenó de gente (nunca he visto allí tal multitud), en un plis plas se acabaron toditas las papeletas, Susan agarró el megáfono y empezó a cantar. Regalo sorpresa, juego de vasos, cesta con víveres, otros que no me acuerdo, seis ollas y el último un ventilador. Nunca jamás gano a esto, así que no me sorprendió no sacar nada, hasta que llegó el final; bromeé con que me hace falta un ventilador para la misa, que sudo mucho… ¡y me tocó! Se hizo un silencio cuando canté bingo, y el más sorprendido fui yo.

Con la bajada del río, las balsas toititas se han movido, así que me perdí en Benjamín cargado de equipaje buscando los botes de Islandia, y al pasear por el muelle es como si mi sobrino hubiera cambiado todo de lugar haciendo el zonzo: casas, lanchas, botes, grifos. Estoy en proceso de reubicarme, y no solo geográfica o climáticamente, sino sobre todo personal y emocionalmente. Porque dos años es mucho tiempo… pero dos meses también, jaja. Triunfar en el bingo ayuda.

martes, 26 de septiembre de 2017

TENGO LA TORRE ENCIMA


Llevo viéndola acercarse varios días, cada vez más amenazadora, inexorable en su silencio. Estoy ya bajo su sombra, que emborrona el corazón y le inocula su tristeza característica, la de la despedida. Porque ya me voy.

Estas palabras aparecerán dentro de unos días, cuando ya esté en Iquitos, pero las escribo, como otras veces, en la noche, velando mis maletas a medio cerrar, aprendiendo que marcharse es una rutina que nunca se aprende. Un dolor conocido pero cada vez más temible; una cisura en el corazón, de apariencia pequeña, pero insistente y cruel, por donde la vida palidece y se te marchita.

Estas semanas de vacaciones han sido tremendas. Miro atrás y veo ahora lo cansado que llegué, agotado física y emocionalmente. La principal conclusión es que dos años son demasiado tiempo sin venir a casa. Es necesario regresar con más frecuencia; mi familia lo necesita, mis padres... y yo lo necesito mucho. En dos años te pierdes muchas cosas, mis sobrinos crecen un palmo, ocurren cambios y uno se queda como descolgado.

Dos años después la percepción del paso del tiempo es rotunda y demoledora, de pronto te has hecho más viejo, la vida ha evolucionado, hay un mundo que se te escapa, problemas de los que estás al margen, trechos de camino que no compartes... En dos años puedes perder referencias vitales y afectivas, y acusar más el desgaste de la lejanía y los estragos del aislamiento de aquellos ríos. Tengo que volver antes a beber de la fuente del equilibrio.

De nuevo no me ha dado tiempo a ver a todas las personas que me hubiera gustado, disculpen los que se quedaron esperando y no pudo ser. Solo con su cariño me ayudan en este momento de nostalgia y de miedo. Porque tengo miedo, ¿eh? Creo que porque soy más consciente hoy de lo bonito y lo duro de lo que me espera. La aventura deja paso a la realidad; la ilusión del novato a la lucidez llena de ganas. Y la realidad supera siempre a los sueños.

Sé que no estoy solo. Mientras escribo esto, me llega un whatsapp. Para mí, directamente de Diosito:

Te vas. Te marchas lejos, estarás ausente. Para mí, siempre siempre, muy presente. Esta vez todo será diferente, ya no hay comienzo, no existe el no saber cómo ira todo, aunque existan dudas, miedos...cansancio, NO hay torre.
Hay FE, VALOR, AMOR... hay lucha de sonrisas entre humildad y paciencia, hay estimulo desde lo más profundo del corazón. 
Deberás cuidarte cada segundo, para seguir cumpliendo sueños, destinos… Y a ello le sumo tu misión Yavarí, tú no tienes que hacer nada, solo caminar con ilusión, y ganas de ser feliz.
Todo forma parte de mí. Para ti.
A la vuelta de tu gran pequeñez, espero seguir sintiendo tu sonrisa, cada vez aún más libre de dolor. 
Estoy contigo. A tu lado. Cada instante estaré junto a ti.

jueves, 21 de septiembre de 2017

MISIONERO DE VACACIONES: REPARACIONES


Estar en el terruño le permite a uno someterse a ciertas reparaciones que, con ser necesarias, habitualmente no caben en el ritmo de vida amazónico. Porque no se dan las condiciones o los recursos, no están las personas adecuadas o no se encuentra tiempo... o sea, porque habitualmente soy un dejao más perro que una manta y no le echo cuenta a asuntos que en vacaciones parece que cuadran mejor.

Uno es la salud. Hacerse una analítica completa para comprobar que estoy como una pera. Pasar a revisar algunas caclas leves pero fastidiosas: esa carraspera que me acompaña hace tiempo, algunas manchas en la piel, la visita a la podóloga para que repase mis piececitos y... la cita con el dentista, que temo como una vara verde desde que era niño. Esta vez incluso obligado por la muela rota que ya conté aquí. Una castaña, vaya.

En vacaciones no hay muchas oportunidades para ver a demasiados compañeros, pero se pasa por el obispado y se renueva el sentido diocesano. He conversado un rato con el obispo, que siempre me dice que recuerde que tengo la puerta abierta para regresar a casa; he recibido las atenciones exquisitas de Gabriel Cruz, el delegado de misiones, de Paco Maya y de los capos de la economía, Yolanda Pírez y Julián Peña. A pesar de que me he ido a la selva y no estoy trabajando en las misiones institucionales de Chachapoyas, es refrescante comprobar que somos todos de la misma categoría, ¿eh? Por si alguno piensa divergente, que haberlos haylos.

Resulta muy divertido comprobar que mi equipo de estudio del Evangelio sigue en su camino de reuniones con más o menos quorum, su formación en la metodología de El Prado, las ocurrencias de Pepe Moreno y las habituales bromas y chismes de sobremesa en el Rogelio. Este es un tipo de espacio más relevante de lo que parece y que se echa mucho de menos por aquellas latitudes... los presbíteros del Vicariato somos numéricamente menos que los de mi grupo cuando van todos.

Para ponerse a punto, nada como pasar por mis antiguas parroquias. Celebrar la Eucaristía, saludar a millones de personas (sobre todo si coincide con la fiesta, como en Santa Ana y Valencia), tener presente lo que he vivido y saborear el significado que tienen para mí mis pueblos. Avivar el agradecimiento, que tanto bien nos hace, con la perspectiva de la historia: no sería ahora la persona que soy ni estaría donde estoy si no fuera por tanta gente que me ha modelado. Es tonificante comprobar que la generosidad sigue intacta, la lotería de Navidad que ha hecho la asociación Ardila se ha vendido al toque, incluso en La Lapa y el Valle, adonde en esta ocasión no he podido ir (discúlpenme, por favor).

Muy necesario también restaurarse por dentro, a veces en territorios complejos, y entonces hay que acudir a los expertos como Alfonso López-Fando, para que con su delicadeza y su sabiduría humilde me ayuden a comprenderme, restablecer mis referencias vitales y emocionales, recomponer mis zonas fracturadas y resituarme. Como a todo el mundo, me toca ser a veces como un árbol sin hojas que para rebrotar precisa de cariño, acogida y competencia. En general, junto a personas con un deseo muy grande de que yo esté bien y sea feliz, las reformas son más descansadas y uno mejora con más decisión.

Reajustes, renovaciones, adaptaciones, arreglos, rehabilitaciones. Las vacaciones se hacen tan cortas que parecen un pit stop de fórmula 1: llega Fernando Alonso a los boxes, le cambian las ruedas y le reparan el alerón delantero en 5,8 segundos, y a seguir la carrera como una bala, que pa luego es tarde.