jueves, 25 de febrero de 2016

TROMES EN CANOA


El Vicariato Apostólico de San José del Amazonas (www.sanjosedelamazonas.org) comprende un territorio de 155.000 kilómetros cuadrados (como una tercera parte de España) en plena selva amazónica, limitando con Ecuador, Colombia y Brasil. Su población es de 160.000 habitantes, con 14 grupos étnicos indígenas entre ellos. Es un vicariato y no todavía una diócesis porque se encuentra en un estadio más inicial del proceso de evangelización. Pero sobre todo es un grupo de hombres y mujeres admirables: valientes, entregados, alegres y un poco locos.

¿Locos por qué? Porque son únicamente 51 misioneros, de los cuales solo 11 son sacerdotes (contando con su obispo, el paisano Javier Travieso) para 17 puestos de misión (de los cuales la mitad están vacantes, no tienen personal). Porque han de recorrer enormes distancias en bote para visitar las comunidades (680 en total, una media de 40 por cada puesto) y caseríos que se alinean a lo largo de sus cuatro ríos. Porque viven sencillísimamente, utilizando los transporte colectivos. Locos porque han de soportar cada día el calor, las incomodidades, los zancudos… pasando a menudo semanas fuera de casa en zonas de pobreza extrema, en los límites de la civilización y lidiando además con la insignificancia propia de anunciar el Evangelio hoy día. Una misión durísima.

Son polacos, mexicanos, canadienses, un coreano… Están comprometidos en la defensa del medio ambiente frente a la depredación de las petroleras. Se sacan el ancho en servicios de promoción de su gente: tienen colegios, hospitales, grupos de acción social y sobre todo caudales de humanidad que se van dejando por estos ríos. He conocido de cerca a varios de estos locos: Paco, el responsable de la misión de Indiana, Dominik la coordinadora de pastoral del vicariato, Anna, Yvan, Gabriel, Bea… Me han parecido personas humildes y excepcionales, gigantes de la fe que van en canoa, misioneros en estado puro. Son tromes, o sea, "cracks", números 1, fueras de serie...

José es el que no tiene barba
Con el padre José Ayambo (uno de los dos únicos curas diocesanos autóctonos) damos una vuelta por San Salvador, a una media hora de Mazán, en el río Napo. Es una comunidad grande, de más de 100 familias, pero no hay luz ni agua. José dice que le da tiempo a visitarla un par de veces al año. Hay un Tambo, un equipamiento del gobierno que funciona como una especie de centro de servicios sociales; los dos jóvenes trabajadores destacados en este rincón selvático nos cuentan sus peripecias: cuando les dan alguito, todos los nativos llegan, pero si se trata de una capacitación, ya es más difícil. A veces les ofrecen una videoconferencia (el Tambo tiene un punto de internet satelital), y la gente se queda asombrada por poder hablarle a la pantalla. Las campañas de “cocina mejorada” o de eliminación del masato (bebida a base de yuka) de la dieta de los niños han sido un fracaso porque son contraculturales para ellos, como si las hubieran ideado burócratas en despachos de Lima sin conocimiento alguno de la vida en la selva. De hecho, nos muestran una moto nuevecita: está entre los implementos del proyecto, pero… ¿de qué vale acá? Están a ver si la cambian por un peke-peke. Jaja, aaay mi Perú.

No todo es trabajo, hay respiros de salvar el mundo. Por ejemplo, ocasión para comer los cocos cuya agua nos bebimos días antes, o para juntarnos a la hora de la cena, conversar hasta tarde e incluso tomar un vodka mientras las tromes polacas me pegan una paliza jugando a las damas chinas. Menos mal que al día siguiente me compensaron invitándome a un restaurante pituco de Iquitos donde comí ceviche de lagarto, toma ya. Perú es periferia respecto a España, Chachapoyas es periferia respecto a la costa peruana, la selva es periferia respecto a Mendoza, y el Vicariato es periferia en la iglesia de acá. Una periferia que enamora.

Una semana sumergido en la selva. Lo estaba deseando. Conté el año pasado ("No te guardes ninguna carta" (5 de febrero de 2015) que dicen que "la selva te repele o te embruja", y que quizá era tarde para evitarlo, y creo que sí, que es demasiado tarde para mí. La selva ya me ha cautivado del todo, es así. A veces, cuando sales río abajo, se tarda más en regresar a casa porque hay que surcar; yo no sé lo que demoraré, pero regresaré, estoy seguro.

Domi, eres una trome pero en la próxima partida me vengaré...

domingo, 21 de febrero de 2016

UNA SEMANA EN LA SELVA


Hay pocos lugares donde el silencio sea tan hondo y tan rotundo como la selva. Una cualidad lenta y espesa que te pone en contacto con tu soledad sin intermediarios ni intentos. En Indiana, en la ribera del Amazonas, me siento como dentro un paréntesis de mi vida. Croan las ranas y silva la brisa, pero no hay señal, el celular está amordazado por esta pobreza, y tal vez eso me otorga una clarividencia nueva, una percepción más profunda de mi vida a esta distancia física y emocional que impone la presencia del Río.

Salta a la vista la pobreza, es más descifrable y palpable. La gente puebla las orillas en casas de madera sobre palos en previsión de las crecientes anuales, y vive de la pesca y del cultivo de yucas, plátanos, cosas sencillas. Hay muchos niños descalzos y sonrientes bajo el sol del atardecer, cuando se arman los partidos de voley y fútbol. Por momentos miro a mi alrededor y mi país guayacho me parece primo de Manhattan.

La belleza del paisaje es arrebatadora: los cerros han sido sustituidos por paredes de árboles altos que colonizan el horizonte tierra adentro, el verde hace de lecho de guacamayos multicolores, puentes y hamacas, pero el Amazonas ejerce su primacía estética, ecológica y cultural. Ir en canoa acá es como montar en bici, la gente vive en una natural continuidad con el agua, que está por todas partes.

La humedad torna sofocante al calor, y me paso el día sudando, como me ocurría en Togo o Senegal. Entramos en una casa donde nos invitan a un refresco de carambola, un sabroso fruto de acá. La casa no tiene ni piso, que es de tierra, pero hay frigo y televisión, claro. Y una vieja máquina de coser Singer alemana como la que tenía mi abuela. Disfruto de la bebida fresquita mientras por dentro sonrío: mi Perú siempre tan chistosamente paradójico.

Los puestos de misión están en poblaciones ribereñas medio grandes, son como las sedes parroquiales, y desde ellos se anima a las comunidades y caseríos cercanos, aunque en algunos casos se requieren días de navegación para llegar. No hay carro ni moto ni burro, acá se surca (río arriba) o se baja en deslizador rápido, en lancha colectiva, en canoa o en peque-peque.

A Santa Teresa se tarda menos de una horita desde Indiana. Voy con D. Ángel, el animador, a la misa del domingo. El motor de la embarcación estaba perezoso y casi no llegamos. Se reúne un grupo de 15-17 personas, y me cuesta horrores arrancarles una sonrisa, o que contesten alguna pregunta (el carácter de esta gente es aparentemente más cerrado que en la sierra). Ninguno comulga, y cuando les pregunto por qué, me dicen que no han hecho la primera comunión. “¿Cómo? ¿Nadie?” – pregunto asombrado, porque hay niños, jóvenes, adultos y ancianos. “Nadie, padre”. Pienso un poco y caigo en la cuenta de que el misionero de este puesto es Paco, laico mexicano, y por tanto los de Santa Teresa llevan tal vez años sin celebrar la Eucaristía ni ver a un cura. Años…

Así que estos días mis vacaciones me han traído a la selva: Iquitos, Indiana, Mazán, Santa Teresa, San Salvador, Yanamono… En este confín del Perú me expongo a que Dios me hable, y la realidad es tan elocuente que Diosito no tiene que emplearse a fondo. Hay mosquitos, hay malaria, tortugas enormes, mototaxis pero no carros, murciélagos que contagian un tipo de rabia, avionetas que a veces se estrellan, palos nadadores río abajo, masato y suri, anacondas, compañías petroleras sin escrúpulos con el medio ambiente, lagartos, tala masiva, lluvias torrenciales, paiche, malokas… pero sobre todo hay pueblos indígenas indefensos frente a los nuevos tipos de imperialismo económico y cultural.

Después de la Eucaristía de la noche nos sentamos a beber agua de coco helado. Paco hace unos certeros cortes con el machete por donde se mete una pajita y mmmmmmmmh, qué delicia. Cae el sol sobre el inmenso Amazonas mientras el canto de las chicharras acuna Indiana. La selva es una periferia de Perú, pero bien hermosa.


miércoles, 17 de febrero de 2016

CONTRASTES


No deja de sorprenderme este Perú que, cuanto más lo conozco, más me conmueve y más lo amo. Tras los días de reflexión teológica, mis vacaciones seguían con el encuentro nacional de la JEC, lo cual me llevó esta vez al asentamiento humano La Ensenada, distrito Fuente Piedra, una de esas invasiones que rodean Lima.

Invasión porque el barrio se originó hace treinta años con la llegada masiva de gente de provincias a los cerros de ese costado de la ciudad, en una práctica que hasta hoy es común: mediante los traficantes de terreno, o así, “a pelo”, familias enteras aparecen con sus bártulos y construyen viviendas precarias en medio del desierto costero limeño. Los cerros se abarrotan de casitas pardas que los pueblan como un tapiz de pobreza veteado por escaleras de colores. Algo tremendo.

Este asentamiento donde hemos celebrado el encuentro cuenta más de 100.000 habitantes y solo hace cinco años que tiene agua; lo cual es relativo, porque los cortes son cotidianos, y normalmente a partir de las 2 de la tarde ya no hay agua, hasta las 6 de la mañana. Me imagino cómo sería en la época en que tremendos camiones cisterna pasaban llenando los bidones que cada cual sacaba a la puerta de su casa… con el calor asfixiante que te hace sudar todo el día, pegajoso, la arena pegada al cuerpo… El tema del agua es un problema en todo Lima, pero claro, los pobres lo sufren el doble (como siempre).


Pero increíblemente en el barrio existe piscina, concretamente un complejo bien pituco de cuatro piscinas azulitas a 10 soles la entrada donde hasta te alquilan el traje de baño si no lo llevas. No hay agua pero sí hay piscina… Tal vez cortan el suministro para que se llene, jaja. El caso es que allí fuimos con los muchachos una tarde para aliviar la calorina. Nos divertimos sumergiéndonos en la paradoja que me pasma en cada esquina.

También hay pescado. Lo anuncia un parlante que empieza a machacar los oídos a las 5:30 de la mañana, sin piedad, me recuerda al almuédano de Zinder, en Níger, solo que acá en lugar de llamar a la oración a los musulmanes, se informa de los recorridos de los autobuses, se promociona una guardería (la única del asentamiento), se convocan reuniones de vecinos y se jalea la mercancía: “pescado cachama, pescado pampanito señora ama de casa… bueno, bonito y barato”. Jaja.

Varias veces a salimos a pasear por los alrededores. Las calles se alinean en una aparentemente ordenada improvisación. Bolsas de basura botadas adornan el pavimento o la arena, los olores agreden tanto como el sol implacable. No hay veredas (aceras), no se ve un árbol y sí todos los ladrillos de casas inconclusas pero con televisión dentro. Un equipo entrena a las 7, la gente sale por la noche cuando hay fresquito, los niños van vestidos con camisetas bamba de fútbol a 5 soles, el colegio tiene 2000 alumnos, hay por todos lados mujeres que venden comida al paso, los pollos con las patas tiesas, pero la desnutrición infantil pasa del 80%.

Lo de la JEC estuvo muy simpático, pero yo no podía dejar de mirar a mi alrededor, fascinado o quizá sobrecogido. Así es este Perú que voy descubriendo, cosido de contrastes: me choca, me desconcierta, me asombra… Y cada vez es más mío.

jueves, 11 de febrero de 2016

UN ANILLO NUEVO. El Evangelio: melodía, emoción y risa (Parte 2)


El final de estos días de estudio de Lucas ha sido imponente. Durante horas le hemos hincado el diente a los textos, sacando petróleo y devanándonos los sesos, la experiencia y el corazón a pesar de que estamos de vacaciones. Pero no basta con eso: es necesario contemplar el Evangelio, dejar que en el silencio nos habite y nos nutra. Permitirle que se haga nuestro.

La opción preferencial por los pobres... Todo queda vertebrado, inspirado y enriquecido por esta intuición: la imagen de Dios, que es rhm (“útero”, entrañas de misericordia), la sensibilidad hacia los marginados como antena, el discernimiento que los identifica, los rasgos de la comunidad fiel al proyecto de Jesús, la misión que es la búsqueda de la justicia, la relación como liberación integral, la gratuidad y la primacía del Reino. Pero no puede quedar en apuntes o deseos.

Todo entonces se detuvo el viernes por la tarde. Se trataba de digerir lo escuchado, comprendido, dialogado y meditado. Y lo hizo cada cual cara a cara con el Dios de la Vida. Me senté tranquilo, rodeado de toda mi fragilidad, el peso de mi camino, las esperanzas volando al aire fresco y el Amor primero e incondicional hecho murmullo de verano. Y regresó, como un boomerang, Lc 4, 18-21: "El Espíritu del Señor está sobre mí". La vieja llamada, pero renovada.

Y miré el anillo en mi mano derecha. Es de coco y lo había comprado días antes, en Barranco. Me había quitado sin pensar mucho el de siempre, que es de oro, y ahora comprendía por qué. Es la invitación de Jesús, la misma desde que era un adolescente, pero nueva. "Anunciar la buena noticia a los pobres". Inequívoca. "Proclamar la libertad a los cautivos". Rotunda. "Dar la vista a los ciegos". Sin dudas ni fisuras. "Liberar a los oprimidos". Esta es la misión. El anillo en mi dedo es el mismo, pero con una fuerza, una claridad y una urgencia de hecho nuevas.

Esto requería unas buenas carcajadas, y la fiesta de la noche fue de lo más variada: aparecieron los viejos rockeros con sus chistes de siempre, hubo sketches, canciones, poemas, juegos, clases de flamenco hasta para los españoles (en la foto), carnaval y... una marinera que bailaron Rosa y José Luis de manera hermosa. Pocas cosas hay que me emocionen tanto como la marinera, que me hagan sentir una alegría tan luminosa. Era lo de la tarde en forma plástica, el paisaje musical de mi interior y la expresión del alma de un pueblo al que ya pertenezco.

Porque la libertad de seguir a Jesús, la apuesta de la vida desde los pobres, rompe en belleza, no puede ser de otra manera. La Eucaristía de despedida se inundó de melodías preciosas, de color, de silencio repleto, de poesía, de palabras de agradecimiento. Ha sido magnífico porque acá ha habido gente magnífica, y lo que compartimos crea entre nosotros un vínculo muy especial. He encontrado una familia de fe cuyos valores estos días circulan, se refuerzan y se cantan.

Como semilla pequeña
en manos de los pobres,
como el trigo que germina
en las sombras de la noche.
Tu reino en nuestras manos
agita nuestro espíritu,
y nos lleva por caminos
de luchas y esperanzas.

Tu voz es nuestro canto,
tu grito es la palabra que palpita,
en el corazón ardiente de tu pueblo
creadores de la historia,
testigos de tu Reino.

Así nos despedimos, así concluyó la 46 edición de estas jornadas (son mi mayor por pocos meses). El anillo está aquí. Ahora "haz tu lo mismo": la liberación integral no puede esperar.

sábado, 6 de febrero de 2016

HAZ TÚ LO MISMO. El Evangelio: tacto de la misericordia (Parte 1)


Splagnisomai, en griego: misericordia que remueve, moviliza y solidariza”, dice la ponente de hoy, hablando de la relación entre compasión y justicia en el evangelio de Lucas. Toma castaña. Y es que en el encuentro de reflexión teológica de estos días hemos profundizado, estudiado, dialogado y aprendido un montón (yo por lo menos).

¿Quiénes? Una manchita mutirracial y multiedad, procedente de los cuatro puntos cardinales del Perú, con variopintos niveles de gracejo, destreza en el voley y ganas de bañarse en la piscina. Jaja, una gente linda de verdad, el corazón en onda con el latido de Jesús, muchos de ellos metidos hasta los huesos en contextos de pobreza y exclusión: invasiones en los cerros de Lima, rincones de la selva entre los indígenas, alturas andinas o las junglas del mundo profesional o universitario.

Se trataba de analizar el evangelio de Lucas y yo me he traído hasta mis gafas de empollón, pero no ha sido exactamente algo académico, porque siempre había que tener puesto un ojo en la vida; de modo que los profesores hemos sido un poco todos, ya que a las introducciones más técnicas de los especialistas seguían trabajos de comisión y rondas de intervenciones en plenario.

Las comisiones eran pequeños grupos de profundización. Ahí nos hemos regalado, más que conceptos o reflexiones, jirones de vida: la misericordia preferencial se vive en medio de la guerra de Colombia, como médica o en el acompañamiento de personas con adicciones, qué bárbaro. Luego, en el gran grupo, se volcaba todo eso como una catarata; ahí yo sentía una mezcla de admiración y roche, pero también me solté y aporté lo que pude.

Los ratos de descanso y convivencia han sido también deliciosos. Allí puntos y materias de las charlas como la inversión mesiánica o una sola historia funcionaban como arsenales de chistes y bromas para fastidiar al personal. Bueno, si es que no te dicen directamente que te pareces al Transportador mientras nos tomamos un jugo de maracuyá en el refrigerio.

Un grupo con una visión de la fe y de la iglesia en la que el pobre es protagonista y punto de partida, y que comparte las consecuencias históricas de esa opción que emana del mismo Jesús. Lo hemos visto inequívocamente plasmado en los relatos de la infancia, las parábolas, las “acciones con fuerza” (“milagros” ya mejor no, nos han explicao), la historia de la pasión o los encuentros pascuales del Resucitado. Una gozada.

Hay circuitos que se te funden en la mente, ideas que son volteadas o se prenden, pero también hay convicciones que se te confirman, y criterios y planteamientos que estaban ahí y que solo ahora se atreven a salir a calzón quitado. Porque lo mejor no son los descubrimientos teológicos, ni siquiera las tendencias eclesiales, lo mejor son las personas que hacen vida concreta cada día la invitación de Jesús a hacer lo mismo que hace el samaritano.

Y qué queréis que os diga, me ha encantado ser uno de ellos. Y me ha asombrado: “¿pero yo soy como esta gente que hay aquí?”. Pues si no tovía del todo, eso es lo que deseo ser porque eso es lo que Diosito quiere de mí. Es su llamada clara, inequívoca y rotunda. Así que manos a la obra.

No me cabe más en este golpe; en la próxima, más.