jueves, 31 de marzo de 2016

SÁBADO SANTO BAJO EL HUAYCO


Por la noche, en casa de tía Mila, en Omia, me percaté de que es la primera vez en mi vida, al menos en los últimos 32 años, que no celebro la Vigilia Pascual. Así ha sido. Es la Eucaristía más bonita y más importante del año, la que más me gusta, la que más disfruto. Solo una fuerza mayor puede privarme de ella. Debería estar narrando más peripecias de la Semana Santa, pero he de contar que sigo vivo, o que la Resurrección este año es más física o más nítidamente real.

Después de todita la mañana sin parar preparando cosas para la vigilia de Mendoza, había logrado llegar a Omia sobre las 2 y media, con algo de tiempo para almorzar y pegar un pestañazo hasta las 4, hora en que había quedado con un grupo de gente para armar la vigilia de allí. Aparqué la moto en la plaza, frente a la catedral, ya cayendo tremendo aguacero, y durante toda la siesta el lluvión no dio tregua. De modo que estábamos maquinando cómo vamos a proyectar dentro de la iglesia y dónde íbamos a encender el fuego, cuando desde la puerta un grito nos sobresaltó: “¡¡¡¡La quebrada!!!!”

Yo al principio no sabía de qué se trataba, pero rapidito reparé en las caras de pánico de Junior, Jamil, Delmi y la tía Mila. Salimos zumbando y en la plaza nos cruzamos ya con grupos de gente corriendo hacia la banda (el otro lado del río), gritando despavoridos. Recuerdo que el rato que estuve dormitando escuchaba un pum-pum, y creí que era un parlante de alguna fiesta, pero me explicaron más tarde que son los golpes de las piedras al bajar el huayco. Porque de eso se trataba, de un huayco: un terrorífico alud de lodo, piedras y palos que se forma al descolgarse el agua acumulada en la altura, que se precipita por la ladera del cerro y lo arrasa todo a su paso.

“¡Vamos arriba, a Huarango!” – grita Nancy, y casi sin tiempo para coger nada enfilamos calle arriba, hacia la parte alta del pueblo. El run-run continúa, como si de unos tenebrosos tambores de guerra se tratase, y el olor a barro movido se cruza con los bramidos de aviso y algunos llantos. Aún no he creído que la cosa sea muy grave, y de hecho nos acercamos a uno de los puentes para hacernos unas fotos (la tía Mila sale con cara de circunstancias) y bromeamos, pero pronto se nos borrarán las sonrisas. Llegamos arriba y vamos a mirar la zona por la que se carga y desciende la quebrada, justo cuando oímos como un inmenso rugido, el huayco se desprende y comienza a bajar delante de nuestros ojos.

Don Helí está a unos quince metros de la catarata de lodo y lo vemos salvarse por los pelos, pero su cafetal desaparece bajo la avalancha de barro, rocas y palos que avanza incontenible hacia el pueblo, con un ruido aterrador. Es impresionante y espantoso, ahora sí que siento miedo y comprendo que nuestra vida está en peligro. Las mujeres chillan, los niños lloran, se escucha alguna oración, suben ecos de voces de hombres. ¿Qué habrá pasado abajo, en el cercado, por la plaza? Por prudencia esperamos un poco más antes de regresar.

No ha habido pérdidas humanas, apenas unos rasguños, pero lo que se ve es sobrecogedor, el pueblo está sepultado por el lodo: calles, casas, chacras… Hay varias casitas que han sido borradas del mapa, hay otras amenazadas por enormes piedras, y barro por todas partes. La gente está empezando a afrontar los estragos del huayco, ayudándose unos a otros, con generosidad, y yo me pongo manos a la obra también, a botar agua y cieno de casas, veredas, calles y sardineles que están desbordados. Son apenas las 6 de la tarde y sigue lloviendo.

Alguien me pregunta si va a haber misa. Ni me lo he planteado, tal como está la situación. ¿Pero y la vigilia de Mendoza, que me toca a mí? Reflexiono un momento, miro a mi alrededor, es terrible… No creo que pueda salir de aquí en moto (por cierto, ¿qué habrá sido de ella?), pero es que creo que es acá donde debo estar, con esta gente, tal como me veo: sudando a chorros, lleno de barro hasta los ojos y con un pico en la mano, achicando fango. Localizo al padre Juan Manuel, nuestro compañero ya jubilado, y le pido que vaya a Mendoza a la vigilia. Yo permaneceré hoy junto a mi pueblo. La noche de Pascua, el paso de la muerte a la vida, será para mí, como para todos, luchando contra el huayco.

No hace falta decir lo bien que se portaron conmigo; me dieron ropa seca, comida y cama, y alguien incluso se preocupó de poner a salvo mi moto. De hecho, lo mejor del ser humano emerge en este tipo de situaciones límite. Es una aventura humilde: no hice ninguna hazaña, ni resolví nada importante o imprescindible. Pero estuve con la gente en esos momentos críticos, y sé que lo agradecen con esa sincera discreción de los huayachos. Por esta vez no hubo cirio pascual, ni Aleluya, ni recuerdo del Bautismo, ni chocolate al final de la Vigilia; pero sí hubo Resurrección, y tal vez más auténticamente vivida: la solidaridad, el compartir, la fraternidad. Luz que ningún lodo puede sepultar.

domingo, 27 de marzo de 2016

COLLAGE DE SEMANA SANTA


Es lo que tiene celebrar la Semana Santa en 6 o 7 pueblos a la vez: ¿cómo preparar las cosas bien? No se puede; al menos no como solíamos hacerlo en España. No se puede elegir un lema que de unidad, ni hilar las homilías unas con otras, pero se disfruta de la originalidad de cada sitio, con sus tradiciones, su estilo y su gente. Ha sido una experiencia diferente, pero también cargada de ternura y de intensidad.

El Domingo de Ramos tocaba Longar. Por el camino tuve que dejar la moto encargada en una casa porque la carretera desde Huambo estaba levantada por obras de desagües y era un barrizal tremendo. Llegué como pude, junto a la gente acudiendo con las ramas de palma. Se recorre la calle principal cantando, los más mayores ya en la iglesia cogiendo sitio (eso es internacional). Qué peazo celebración. Luego, para ir de Longar a Mendoza, primero de pasajero en moto, y a mitad de camino vemos un taxi con una plaza libre y lo contratamos en marcha

Bajando con Charo y Delicia de ver a Vicente. Al fondo, Santa Rosa
Una parte sustancial de estos días es la visita a los enfermos. El Miércoles Santo dediqué buena parte de la jornada en Santa Rosa, con mochila, bastón y botas de jebe para poder llegar a casa de don Eulogio, don Lucho, doña María… y por supuesto Vicente. Pero él tiene que ser después de almorzar, porque hay que escalar tremenda cuestaza de más de 45 minutos, hasta arribita. Vicente es un hombre no muy mayor (64 años), uno de esos peculiares ermitaños que eligen vivir solos y separados del mundanal ruido. A él hay que llevarle el alimento material, o sea, hay que llegar con un taper de arroz con pollo y yuca para que coma algo en condiciones por un día. Mientras él almuerza, nosotros nos reponemos de la brutal subida comiendo naranjas, que en su casa las hay hartísimas. Y conversamos. Nos cuenta cómo de vez en cuando llegan personas a engañarle, a robarle; hablamos de Dios, del cielo, de los valores, de cómo está el mundo. Le hacemos sencillamente sentir que pensamos en él, que para nosotros existe y merece ser tratado como un ser humano.


El Jueves Santo amanezco en Limabamba. En la mesa del desayuno, junto a mi plato, hay una rosa y una tarjeta felicitándome el día de los sacerdotes, delicadeza de las religiosas. Luego prepararán de todo: chicharrón de chancho, keke, budín... que se note que estamos de fiesta. Vamos a la panadería a encargar un pan grandazo sin levadura para la celebración, y lo hacen muy bonito; me recuerda a mis Valles y me siento de pronto lejos de tantas cosas que amo, tantos detalle deliciosos de aquella semana santa entrañable. El proyecto de lágrima se deshace cuando veo a los apóstoles dispuestos con sus vestimentas, unos ponchos pardos que les embroca la tía Meche. Jaja, qué gracia. Y por la noche, durante la hora santa, aparecen un café y un pansito con queso a los que invita la parroquia; nos lo zampamos ahí mismo, delante del monumento... Me encanta y sonrío para mis adentros: acá también la semana santa te sorprende con quiebros primorosos y simpáticos.

El cafesito ante el Monumento igual que se tomó ante el ataúd...
"Salve salve salve, Santísima Cruz / Árbol cuyo fruto es mi buen Jesús". Qué preciosidad de himno, de antiguo sabor, para acompañar a la cruz por el pasillo de la abarrotada iglesia de Huambo. Les he convencido para traer un crucifijo bien grande, que se coloca de pie para la adoración: invito a cada cual a llenar de sentimiento ese gesto personal ante el Señor, y la imagen de Cristo muerto recibe una buena ración de sobas, besos, abrazos, caricias. Muchas personas lloran y yo también me emociono al verlos a ellos; el ambiente es impresionante. Les he convencido también para hacer la colecta al final, cuando se va a acabar la comunión (Rosario, ¿te suena?), para que nada distraiga ese momento único. Una celebración larga pero bien hermosa.

Acá no hay procesiones. Es increíble pero es así... ¡con lo que gustan los santitos! Pues parece que salen a pasear solo en fiestas de gloria. Con excepción del Via Crucis, que en Huambo comienza inmediatamente después de la liturgia de la Pasión: el mismo Crucificado que se ha adorado se planta en sus andas, la Virgen de los Dolores a su tras, y palante por las calles. Las estaciones resultan ser las catorce obras de misericordia, y las rezamos con devoción, solo la lluvia adorna el silencio. Al final del Viernes Santo, un rato de convivencia con las hermanas. Al día siguiente habrá ricas arepas en el desayuno, lo mejor para encarar las tareas del Sábado Santo, que va a ser muy distinto de lo que yo me imagino mientras manejo la moto a Mendoza. Pero eso es otra historia.

¡Ay mis apóstoles limabambinos!

martes, 22 de marzo de 2016

EL VELORIO


Acabo de llegar a casa después de celebrar la segunda noche. Lo tengo fresquito pues. Estoy llapchao (o sea, reventao), pero a veces te cae de propina para acabar la jornada asistir a un duelo. Y no hay esperanza de que la cosa dure cinco minutos, ¿eh? Nooooo. Acá lo de la muerte es una cosa solemne, casi de arte y ensayo.

Y es que cuando alguien fallece se celebran en su casa diez noches de novena... ¡diez! Toma ya. No vaya a quedar un resquicio de duda de que el muertito vaya al cielo gracias a las oraciones del personal, ¿eh? A los agentes de pastoral los llaman, y van con su manual de "La muerte cristiana", pero de vez en cuando alguien se empeña también en que vaya el padrecito, ayayay.

Llegas y te encuentras con "la capilla ardiente": un montaje a base de cortinas, crucifijo, flores, recordatorios, cirios, coronas, candelabros y adornos varios que rodean el féretro (que por cierto siempre está abierto o al menos la tapa, pa que se le vea bien la cara al muertito). Van rodando por la ciudad varios de estos tinglados que se alquilan, con desiguales gradaciones entre lo hortera, lo tétrico y lo ostentoso. Pero yo descubro que a la gente le encantan.

Hay un montón de sillas de plástico, pero no colocadas en círculo, sino mirando al ataúd. Y bancas de madera en la calle, dispuestas igual, bajo un toldo instalado para la ocasión. El rezo comienza cuando se ve que la gente ha llegado y está todo lleno. Es una pequeña celebración de la Palabra donde leo el evangelio de este día Lunes Santo y lo comento un poco. Todo el mundo muy atento, cantando, caras de circunstancias, es muy bonito.

Acá no basta con "dar la cabezá", acá hay que participar en las noches, acompañar a la familia y rezar de lo lindo. En Huambo hay un viejito que toca el acordeón y va a toditas las novenas a amenizar. Y eso sí, cuando termina el rezo, invitación que te crió: cafesito, un pan con queso, un plato de arroz con pollo, un tamal... Lo que sea hay que recibir y nos lo comemos allí mismo, sentaditos junto al cadáver, pasando de las lágrimas a las bromas como quien salta una quebrada.

Y de regalo, el recuerdito: un llavero, una estampa, un solapín... diversos tipos de "pongos" siempre con una foto del difunto, la fecha y alguna frase para el recuerdo. Por ahí anda un abrebotellas que regalaron una de estas noches, y cada vez que tomamos una cerveza vemos el rostro del finado, como si brindara "salud" desde el otro barrio. Jajaja, cómo me gusta mi Perú.

jueves, 17 de marzo de 2016

ETNO-RELATOS DE ENFERMEDAD


Una bacteria pestosa me ataca y en cuanto el personal se entera me veo rodeado de diagnósticos, remedios y recomendaciones de todo pelaje. Es muy curiosa la relación de los peruanos con la enfermedad; le extraña a mi resorte antropológico, me divierte y me encanta. Así que tengo que contarla.

- Padre, ¡has de beber mucho líquido!
- Tienes que tomar hojas de malva calentita con limón y miel de abeja.
- Acá te he traído cápsulas de camu-camu, para que te tomes antes de dormir.
- Lo mejor para eso que tienes es hierbamaría.
- Cola de caballo, padre, eso es buenazo. Luego te voy a llevar una poquita para infusión.
- Has de estar a dieta sin grasa, solo tomar caldo de pollo limpiecito.
- No comas padre pollo ni pescado, ¡y huevos sí que no!

Pucha, ¡vivo en un país de médicos! Jaja, es mareante por momentos, pero adorable al mismo tiempo. Todo el mundo tiene su consejo listo para que te sanes prontito; hay prescripciones que son contradictorias, pero ya se sabe que no todos los cuerpos son iguales... A mí la que más me convence es la de la dieta a base de cuy, eso sí que no falla.

Acá todo el mundo se sabe los nombres de los medicamentos, es flipante: "Padre, ¿estás tomando ciprofloxacino ya?". La gente se automedica como quien come pipas y te suelta unos palabros que ni el doctor House: "Mejor que en vez de paracetamol te compres metamizol con dexametazona, que es más efectivo". Diosito. ¿Habrá cursos de farmacia en el colegio? Jaja.

Fui al hospital a un análisis de sangre pero casi siempre sale infección urinaria, así que el doctor John me mandó repetir y lo hice acá atrás, en la clínica del Jirón Loreto. No hay que imaginarse un edificio con aspecto de pequeño hospital, en realidad es una casa donde al llegar llaman a Katy, la técnica de laboratorio, para que venga a hacer la extracción; previo pago de 26 soles recojo los resultados una hora después. El doctor quiere que me ponga una ampolla (inyección) pero a mí se me paran los pelos y salgo zumbando.

¿Y cuando la gente te explica lo que le pasa? Eso es abracadabrante: "tengo gastritis emotiva" -pasmosamete genial-, "algo me ha chocado al hígado", "estás botando el calor corporal", "me ha agarrado el cólico""se chancó la canilla" o, el más desconcertante que he escuchado, "parece que tengo agua en la cabeza padrecito" (!!!!). Son unas etno-auto-diagnosis que tiembla el misterio.

Solamente aceptaría que Iris me pusiera una ampolla. Trabaja en la Botica Vargas y tiene más idea que los médicos, a ella se acude como antaño en España. Te explica todo con la experiencia que le da el trato con la gente sencilla del campo, que llega, le cuenta lo que le pasa, qué le duele, y ella receta las medicinas, que muchas veces se jincan ahí mismo. Vende los comprimidos y cápsulas por unidades, como todas las boticas, y eso es vacán: te puedes comprar un paracetamol nomás, y no una caja entera.

Creo que la bacteria va siendo abatida por los diferentes caldos calentitos, infusiones de hoja de limón y miel, cañonazos de levoflox y horas extras de cama. Aunque sospecho que el tratamiento definitivo consiste en unos buenos viajes de jamón marca "Luis Fernández Barroso", de Valencia del Ventoso, que me han llegado recientemente por valija diplomática. Eso sí que lo cura .

viernes, 11 de marzo de 2016

UNA VOZ EN MEDIO DE LA LLUVIA


Cuántas veces me ha ocurrido ya que, cuando menos te lo esperas, el día que más te cuesta botar la pereza y ponerte en marcha o te aborda el reverso desabrido de las cosas cotidianas... justo ahí Diosito te espera con el abrazo preparado. La última muestra, el jueves pasado en Longar.

Se trataba de visitar enfermos durante toda la tarde hasta la hora de la reunión del consejo de pastoral de allí. Este año queremos modificar la dinámica de las visitas a los pueblos, pasando en ellos más tiempo aunque no logremos ir con tanta frecuencia; pero eso exige una cierta ascesis: salir de Mendoza desde por la mañana o tras el almuerzo, dejar el despacho, el internet y las mil ocupaciones siempre importantes (...) que acá nos retienen. Encima yo no andaba muy fino a causa de uno de esos virus traicioneros, pero aun así agarré la moto y al ataque.

Longar está cerquita, y es un pueblo antiguo y grande, el corazón del valle de Huayabamba. Johnny y Silver me esperan para acompañarme en el recorrido, durante el cual desfilarán todos los climas: sol fuerte, lluvia, frío... justo lo que mi virus necesita para estar como un berro, pero pronto me olvidaré de él, de mí y de todo, ante lo que voy a ver. No es exactamente visita a enfermos... es un largo trago de agua del "pozo de la experiencia espiritual de los pobres", en expresión de Gustavo Gutiérrez.

Empezamos con los viejitos Eligio y su esposa; él ciego, ella descalza. Sentados en el banquito en la puerta de su casa de adobes nos castiga el sol. De ahí pasamos a conocer a María Benilde, una mujer de casi 50 años discapacitada de nacimiento: no habla, no puede ponerse de pie, "no entiende nada", nos cuenta su madre María Consuelo, que gasta su vida entera en cuidarla. Es "como un animalito", sobre una estera, en medio de esa suciedad, una miseria que se respira y a la vez te asfixia. La mamá hace honor a su nombre: consuelo humilde y sacrificado de los pequeños, debilidad que sirve a debilidad.

Bernardino sufrió un accidente, una bala le traspasó transversalmente la cara a la altura de los ojos, haciéndoselos pedazos y rompiendo su tabique nasal. Ya me habían hablado de él y no estaba seguro de poder resistir ver esas cuencas vacías (en expresión de Miguel Hernández), así que Johnny se adelantó para cerciorarse de que se ponía sus grandes lentes oscuras. Aunque apenas comenzamos a charlar, de pronto se las quitó... aaaay. Pero fue peor descubrir su baño, en la trasera de su cuarto, mugriento e indigno. Y él, como otros pobres, soltero, indefenso, desvalido, a expensas de migajas de compasión de parientes.

Pero me esperaba lo mejor. Casi enfrente vive María Liduvina, una mujer ciega de nacimiento que vive sola y hace todo, hasta cocina. Nos sentamos juntos frente a la pampa de su casa, de un verde resplandeciente a esa hora en que el sol va despidiéndose. Me impresiona lo inteligente que es, la conversa es bien amena, sonríe con su rostro terso a sus 64 años, y sus ojillos pequeños e inertes aportan matices a su expresión. Me cuenta que estuvo 11 años reunida con su esposo y, cuando al fin decidieron casarse, él murió a los 7 días; mientras ella habla pienso que hay personas con quienes parece cebarse la desgracia y la injusticia de la vida se ensaña cruelmente, como certificando su condición de insignificantes.

"Yo le escucho los domingos en la radio, padresito. Me gusta mucho la música". Fue en tiempos catequista y agente de pastoral, iba a Mendoza a las jornadas de formación y no faltaba a la liturgia los domingos. "Ahorita ya no voy porque mi vecina no quiere llevarme del brazo, pero ¡soy del coro!". Para mostrármelo, se pone a cantar La Canción del Profeta, y entonces ocurre algo maravilloso: mientras los rayos de sol se tienden atravesando la fina lluvia, una hermosísima voz rima con el arco iris:

Tengo que gritar, tengo que arriesgar,
¡ay de mi si no lo hago!
¡Cómo escapar de ti, como no hablar,
si tu voz me quema dentro!
¡Tengo que andar, tengo que luchar,
hay de mi si no lo hago.
¡Cómo escapar de ti, como no hablar,
si tu voz me quema dentro!

¡Ooooh! Nos despediremos tras prometer que haremos gestiones para ponerle la luz en la casa y otro día llevarla a la radio y entrevistarla. Haremos más visitas junto a la plaza de Longar, soberbia en su coquetería colonial. Seguiremos pateando periferia y alternando con varios últimos, casi desechos sociales, pero mi corazón ya no podrá olvidar ese afinado canto, esa tonada fina y armoniosa en medio de la pobreza. Luego, ya en casa, de noche, iré a releer algo que despertó en mí:

"La gratuidad es el terreno de la entrega radical y la presencia de la belleza en nuestra vidas, sin las cuales la lucha misma por la justicia quedaría mutilada" (Gustavo Gutiérrez).

domingo, 6 de marzo de 2016

PARA LOS QUE QUERÉIS COMPARTIR


Varias personas me han preguntado cómo pueden enviar alguna aportación económica para colaborar con la gente de acá y con el trabajo que en la parroquia estamos desarrollando. Yo he intentado esquivar el asunto porque la verdad, me da un poco de roche pedir dinero, y además porque creo que la misión no puede basarse en un dar paternalista, sino en acompañar y apoyar sin generar dependencias. Pero en fin, ya que insisten...

Como también es verdad que hay mucha pobreza y necesidades materiales, y al mismo tiempo la misión es cara, os cuento en qué he empleado los dineros que unos y otros me disteis cuando me vine en 2014 y cuando pasé por España el año pasado en junio. Hasta ahora (un año y tres meses en Mendoza) he gastado unos 13.300 soles, aproximadamente 3.800 Euros, básicamente en:

- Ayudas para la salud: pasajes para ir a Lima o a Chachapoyas a tratamientos, medicamentos caros, pruebas... Acá este tema plantea muchos sufrimientos porque la gente vive al día, y cuando se presenta una enfermedad grave o una operación no saben de dónde tirar. Han sido unos 3000 soles (unos 850 Euros).

- La misma cantidad hemos gastado hasta ahora en reparaciones y materiales para la Casa Hogar, que es una especie de internado que tenemos para acoger a chicos y chicas de pueblos lejanos para que puedan estudiar su secundaria en Mendoza. De ello contaré más cosas en una próxima entrada del blog.

Ayudas para estudios: unos 3000 soles igualmente. Se trata de apoyar a muchachos de la Casa Hogar y de fuera para que puedan costearse sus estudios de secundaria, y alguno de la universidad. Ayudamos a pagar la matrícula, los útiles y sobre todo los costos de alojamiento y comida.

- Apoyo al grupo juvenil de la JEC (Juventud Estudiante Católica), que frecuentemente necesita, sobre todo para desplazamientos de los muchachos, materiales y gastos de encuentros regional y nacional. Perú es un país enorme con grandes dificultades geográficas y orográficas que complican y encarecen mucho los viajes. Aquí he empleado más o menos 1.500 soles (420 Euros).

- Hay un tipo de personas que están constantemente tocando la puerta de la parroquia para plantear necesidades inmediatas, desde alimentación o vestido hasta arreglos en su casa a causa de accidentes o la pura miseria. Intento siempre estar coordinado con el grupo de Cáritas y desde luego que no damos al primero que aparece así sin más, pero muchas veces hay que hacerlo. En este capítulo han sido unos 1000 soles (285 Euros).

- Para la Aldea Infantil han ido, de momento, 500 soles. Han sido para cosas "innecesarias", porque así me lo pidieron varias personas: juegos, tartas para fiestas, regalos... Los niños pueden vivir sin ellas pero les ayudan a ser niños como los demás, con derecho a divertirse y a ser felices, ¿no? Eso es importante.

- En algunas ocasiones hay comunidades de pueblos que están construyendo o rehaciendo su capillita y piden un apoyo. Acá he colaborado con 700 soles nomás.

- Y luego hay una especie de "cajón desastre" de 600 soles donde he cubierto gastos que genera el trabajo cotidiano.

Pues eso es lo que hay. No es demasiado, pero ya digo que creo que no es bueno hacer del apoyo económico el eje de la misión. Hay muchas necesidades, desde luego; la pobreza salta a la vista y cada día te conmueve. Hemos de asistir a varios enfermos graves para que vayan a curarse, colocar varios baños y conectar la electricidad en algunas casas, además de asegurarnos que varios jóvenes puedan acceder a sus estudios y ancianos sean dignamente asistidos. Entre otras cosas.

Así que, si queréis compartir alguito, pues podéis poneros en contacto con mi padre en Mérida y él os dará el número de cuenta donde ingresar la cantidad que sea, indicando "para Perú". Si alguien no sabe cómo localizar a Luis Caro, que me contacte por Email o por facebook y yo le diré. Cualquier aportación por pequeña que sea, será utilizada en bien de esta gente, y la sabrán ellos, tú y Diosito.

miércoles, 2 de marzo de 2016

VUELTA A CASA


La puerta toca insistente, el ruido de las ruedas de la silla de mi despacho, una mujer que me interrumpe, "quiero conversar padresito". Escucho mientras risas de niños embellecen la plaza de Mendoza a la media tarde; dentro de un rato iré a Nueva Esperanza a celebrar la Eucaristía, y allí nos tomaremos todos una taza de tuprache antes de despedirnos. En ningún sitio se está como en casa.

Las vacaciones han sido espléndidas, pero ya tenía ganas de regresar. Y ha sido llegar y pegar: gira de presentación de mi nuevo compañero Baltazar y dos cursillos de agentes de pastoral, el de iniciantes (en la foto) y el de veteranos, ocho días a full. A continuación, las tareas propias de programación del curso, algo tan absorbente como estimulante.

Me doy cuenta de que tengo la parroquia en mi cabeza. Todita, la provincia entera. He pateado ya todos los pueblos menos 7, y por tanto puedo apreciar las distancias, los recorridos, las coyunturas y particularidades de cada comunidad. Ya me brota espontáneamente imaginar qué se puede hacer, cómo intentarlo, de qué maneras acompañar, qué hay que crear, qué se puede mejorar.

He necesitado un año entero para disfrutar de este conocimiento pastoral, y me entusiasma. Ahora hay que lanzar ideas, debatir iniciativas, proponer cambios. Lo iremos haciendo en diferentes momentos y grupos. Y también hay que tratar de encajar todas las cosas en la programación; armar el calendario es como resolver el cubo de Rubik, me acuerdo de mis padres cuando tocaba cuadrar el horario del colegio...

Llueve pero no como el año pasado.
A mediodía solea duro y un niño te vende un helado por la calle. Veo mujeres jugar voley al pasar con el carro. Gabriela me hace cosquillas y luego se duerme como una piedra durante la misa. Paso por la municipalidad y se me olvida el gorro por ahí. Mis gatos Pixi y Dixi cada vez tienen más cara y se meten en la cocina en cuanto te descuidas. Me gusta el sabor del primer café de las 5:15 de la mañana, envuelto en silencio. La moto siempre es perezosa para arrancar. El celular suena y escucho en guayacho: ¿On `stás?

Sí pues, ya estoy de nuevo en casa. Saboreando la calidez de las cosas cotidianas, disfrutando de lo conocido. Es muy bonito. Pero yo, de alguna manera, soy distinto. Hay sopa de quinua para almorzar; luego, cuando vea a Johnny y a Silver, retomaremos las bromas de costumbre: "te voy a reventar". Me voy a una ración de abrazos en la aldea. Pero... de nuevo llaman a la puerta, no hay manera... En casa hasta el poto descansa.