viernes, 4 de febrero de 2011

NECESITO UNA REVOLUCIÓN

Ya me llamó la atención lo ocurrido en Túnez, cosa rara teniendo en cuenta lo mucho que ha caído la política en mi lista de intereses. Pero lo de esta semana en Egipto es alucinante.
Gracias a la magia globalizadora de la tele lo vivimos en tiempo real; hoy viernes era el "día de la despedida" de Mubarak, pero al llegar a casa pongo al canal 24 horas y veo que el rais se resiste a entregar el equipo.

La gente durmiendo en la calle, tomando el país en una especie de levantamiento popular a cámara lenta, un desafío resuelto, pero sin demasiadas estridencias, persistente, un pulso que se quiere ganar agotando al contrario, un combate destinado decantarse por acumulación de puntos o claudicación del presidente, acaso rendido a la evidencia: no es que su pueblo no lo quiera, es que ya no disimula más y se lo dice, con claridad y contundencia tranquila, para obligarlo a marcharse. Lo dice con la invencibilidad de quien está dispuesto a morir antes de continuar sometido, caer de pie mejor que vivir de rodillas.

Esta imagen del helicópetro me recuerda a aquella otra en la plaza de Tianameng, en 1989. Un pueblo que se manifiesta pacíficamente con la fuerza de la razón insuflando energía a su sangre es indomable. Los soldados no son capaces de disparar. ¡Existe la posibilidad de cambiar las cosas! Cuando la pasividad se rompe, cuando la propaganda anestesiante o los packs de "pan y circo" se disipan porque los ojos están abiertos y la gente sale a la calle con la dignidad puesta, entrevemos que las tiranías no son irremediables.

Hace poco leí que es aterrador saber que el poder está concentrado en muy pocas manos; terrible no tanto por los controladores aéreos, sino por las multinacionales y la impunidad de su imperialismo voraz. Viendo a los egipcios vuelvo a creer que el poder está en la sociedad civil. Necesito pensar que las dictaduras están cogidas con alfileres, necesito una revolución para sentirme menos consumidor manipulado, para soñar de nuevo que es cada pueblo quien escribe su historia, cada persona quien es dueña de su destino.

Ya se que advierten que todo puede estar manejado por la oposición (admitimos a los contemporáneos maestros de la sospecha). Pero quiero, necesito creer, saber, que la chispa, que el desencadenante proviene de lo humilde, de los "nadies", de la gente de a pie, de los que no llevan traje sino chanclas. Esa ilusión me hace dormir más reconciliado con la humanidad.

1 comentario:

Alejandro Cobos dijo...

Amigo César, a mí también se me altera el corazón sabiendo que se pueden cambiar las cosas desde abajo, como debe ser y como realmente debería funcionar nuestra sociedad...pero me pregunto muchas veces: ¿tendremos los jóvenes "occidentales" el suficiente hambre de justicia y de revolución para levantarnos ante las desigualdades y la opresión?

No quiero contestar a esa pregunta, porque intuyo que la respuesta se aleja mucho de la utopía deseada.

Aún así, hay que seguir creciendo y trabajando para que la respuesta vaya cambiando poco a poco.

Un abrazo revolucionario!!