jueves, 19 de septiembre de 2019

PAN QUE ESPERA EN SILENCIO


Durante la noche hay que tocar el timbre del Carmen, en el centro de Mérida. Pero siempre te abren. Dentro, simplemente un pedazo de pan. Eso es todo. Pan que espera en silencio, humildemente. Un respiro en medio de las batallas de la vida, algunas estruendosas y otras tejidas en dolores más lentos. Una pausa y una mirada.

Paseamos hasta la penumbra y el frescor de la entrada de la iglesia, que muchas veces traspasé cuando niño en medio del pequeño gentío que se acumulaba, feligreses tardones colapsando las puertas. Ahora en cambio solo se distinguen cinco o seis personas como mucho, todos los ojos vueltos hacia adelante, como atraídos por la Bondad que emana del pan y que estremece de calma los corazones y los pasos.

Vuelvo a ser el crío que se arrodillaba y cuchicheaba repitiendo con el sacerdote la fórmula de la consagración, pero hoy no me brotan palabras. Son unas semanas demasiado densas, confusas y lacerantes en similares proporciones, aprendo sin tiempo para procesar, necesito contención y sosiego. Especialmente sosiego, y acá lo recojo.

En ciertas circunstancias, ¿hay alguien que puede acompañarte, capaz de disolver tu soledad? ¿De quién puedes recibir una ráfaga de aliento eficaz, una cuenca de comprensión sin glosas? Solo de Él. Del pan que aguarda sencillo. Incondicionalidad que no precisa de peticiones, Él ya conoce.

Solo la serenidad. Estar ahí. Tú y yo, en silencio. Con todas mis cosas expuestas ante ti, mi debilidad y mi miedo adentrándose en el silencio. Y tú, un Dios con las entrañas abiertas, total indefensión, mostrando tus heridas con delicadeza y valor, con firmeza de madre.

Pan dispuesto. Puro ofrecimiento. Humildad que te desarma. Compañía invencible.

Siempre te abren.

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