De nuevo en este fin del mundo tan querido: lejano, distinto y añorado. Amanece en el país kichwa lentamente, jirones de niebla van desvelando las ondas del río sereno, que apenas acaricia la playa emergente frente a mis ojos. La humedad es frondosa, como la calma; un colibrí suspendido a menos de dos metros rubrica el gozo que siento. Realmente es un fin del mundo de belleza deslumbrante.
Y a la vez es un confín duro, desafiante, dificultoso.
Nada más llegar ayer, una víbora se cruzó en nuestro camino: verde,
serpenteante, brillante, peligrosa. En mi conciencia los ecos del reciente
libro de Javier Cercas, que quiere hablar del Papa Francisco, pero termina
hablando de los misioneros, esos dementes, esos perturbados… pero ¿qué hacen
en medio de esta selva estos cuatro locos que vengo a visitar?
Viven en una casa como las de la gente, de madera,
techo de hoja y emponado. Solo tienen un baño y bromean acerca de quién
demora más gestionando necesidades y limpiezas. Traen el agua potable en
baldes que deben subir desde un manantial junto a la orilla del Napo. Racionan
las baterías de los celulares porque en este pueblo solo hay cuatro horas de
luz, en la noche; a duras penas conservan alimentos en un arcón y luchan
sin ventiladores para combatir el calor, insoportable especialmente a las 2 de
la tarde bajo el techo metálico de la capilla, donde se celebra la tantarina,
el encuentro de agentes pastorales kuyllur runakuna, lideresas warmis
y apus (jefes) de las comunidades.
También yo estoy ahí, sudando, abanicándome y espantando
moscas que sé que provienen de la carne de majás ahumada que están preparando en
la maloka que hay al costadito. Como no tienen cuarto de invitados, han
separado con cortinas una parte de la sala y colocado una cama, pero la
lluvia de la madrugada reveló un agujero en el irapay del tejado justo
sobre mi cabeza, de modo que la gotera me despertó y tuve que emigrar.
¿Seré yo asimismo uno de estos lunáticos de Dios? En tal caso, ¿qué hacemos
acá?
Durante el encuentro paso horas escuchando hablar en kichwa,
tratando de seguir el hilo de las intervenciones gracias a algunas palabras
que, al no existir en la lengua, surgen en castellano incrustadas dentro de ese
discurso incomprensible, como resquicios o balizas de significado. En esta
frontera cultural me cuentan que se trata de estar, contemplar, escuchar, aprender,
permanecer, compartir. Eso es todo. No sé si satisface la profundidad
indagatoria de la pregunta, pero es la respuesta de estos chiflados acerca de
qué diantres pintan acá.
Son para mí días primos hermanos de las vacaciones: tranquilidad,
silencio, muchas horas de sueño profundo… Como si Angoteros por sí solo pudiera
exorcizar los enredos pastorales y personales, los desencuentros comunitarios,
y dejar a años luz laberintos administrativos y socavones financieros que me
suelen amedrentar y hasta afligir, sobre todo desde que estoy en tareas de
coordinación. Cuando estoy más perdido, nada hay más efectivo como navegar dos
días y “salir de la vida”, para hallarme.
Esta tantarina es especialmente deliciosa porque todo
lo hacen ellos, y no me refiero a los chalados, sino a los naporunas. Ricson,
Florentino, Alipio… líderes de largo recorrido y capacidad contrastada
son los que llevan la voz cantante; y voz enteramente en kichwa, incluso la
misa. ¿Qué hacemos acá, pues? Solo tengo que estar, dejarme llevar, no
empujar, saludar, reír, mirar a los ojos.
Hacer bromas. Sale el tema de que hay kuyllur varones
que no dejan participar a las mujeres en los encuentros de la misión porque son
celosos; me dedico el resto de los días ya a llamar celosos a todos sin piedad.
Quieren que salga en la noche cultural y les cuento una historia: el marido
celoso que compró un guacamayo para que vigilase a su mujer. Las carcajadas retumban.
Hablo y mi traductor, Rodil, se las ve y se las desea para encontrar las
palabras y expresiones, y las risas arrecian. Eso hacemos.
También bailar. Y tomar aswa, por supuesto. Incluso
durante la oración, que esta vez han preparado mientras el pate de masato
pasa de mano en mano, y por tanto consiste en compartir, unidos a Pachayaya. Todo
fluye con naturalidad y facilidad con esta gente desprovista de solemnidad y
abundante en humor y sencillez. ¿Qué hacemos en este fin del mundo los locos
de Dios, si es que yo soy uno de ellos? Fluir, ser nosotros, ser otros,
respirar. Vivir.
Feliz día del DOMUND.
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