martes, 8 de julio de 2014

LA EXPERIENCIA DE DAR EJERCICIOS


Mi amigo Alejandro Guevara, "el portugués", gran salesiano, me pidió hace meses que le contase que qué tal eso de dar ejercicios espirituales. Hasta hoy no me he puesto, porque es algo tan hermoso, tan interesante, tan satisfactorio, tan emocionante y tan divertido que se me han ido vertiendo y escurriendo las palabras pintiparadas para describirlo.

Es como guardarle a un amigo un trozo de tarta de galletas (¡de chocolate, eh!) que te ha gustado tanto, que quieres que él lo pruebe también. O como mostrarle a tu colega una gruta en el campo que tú has descubierto, una cueva magnífica. O aquella vez que recuerdo que le leí a alguien que quiero mucho un poema de Khalil Gibrán que pone mis entretelas fosforescentes porque deseaba empaparme de los resplandores de sus ojos.

Así fue como yo me sentía cuando Adolfo Chércoles me desgranaba las Dos Banderas o me explicaba el número [104]: un viejo hechicero que entrega al aprendiz su secreto, para que la pócima ignaciana pueda seguir entonando corazones y alzando vidas. Es ofrecer lo mejor tuyo, tan bueno que no es tuyo, es de todos, es recibido, es un regalo que haces aliento y huesos propios, y lo das.

Se lo cuentas "con breve o sumaria declaración" [2], intentando no salir de las palabras precisas, con mucha delicadeza, sin enrollarte con aditivos de tu propia cosecha. Pasan por tus manos modo y orden, textos, imágenes, ejemplos... que nacieron de la experiencia de Ignacio y se convirtieron, con su perspicacia, en un troquel universal que tú no tienes derecho a violentar en modo alguno porque entre otras cosas conoces su poderío.

Y además escuchas. Prestando atención a lo que el ejercitante te dice y atrapando lo que no te dice. Poniendo nombre a los sentimientos, a las mocionesinterpretando las resonancias del lenguaje de Dios o los rastros del mal espíritu dentro de él. Para hacerle como de espejo y ayudarle a atar cabos, a hilar los capítulos de la historia que su Divina Majestad quiere escribir con él, sirviéndole de disco duro que le vuelve a mostrar con cariño el paso de Dios en su vida. Qué maravilla.

Tengo aún poca experiencia, apenas dos años y medio y cuatro o cinco desaprensivos a los que acompaño. Pero ya puedo dar fe de que Dios actúa, Él "trabaja y labora" [236] en cada persona con gran generosidad e ingenio, y logra obras preciosas, que uno contempla intentando estorbar lo menos posible. Y sintiendo cada vez, como en un increíble efecto boomerang, el sabor de la tarta exquisita.

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