viernes, 18 de julio de 2014

EL ´BACKSTAGE´ DE LA VELÁ


Fue hace una semana (mis riñones todavía se acuerdan). Salió bastante bien: 2005,75 Euros de vellón para ir pagando el tejado de la iglesia. Pero el camino hasta esta cifra es largo; comienza mucho antes del día del evento y termina varios días más tarde. Una ristra de preparativos, ejecución y remates que por momentos tiene hechuras de paliza.

Todo empieza con una reunión en la que tomamos decisiones, repasamos cosas de años anteriores, repartimos tareas, damos ideas... y a rodar. Se pone en marcha una maquinaria engrasada, porque aquí el personal se mueve excepcionalmente bien: se va encargando la carne para los montados y los pinchitos (que la gente paga), el pan, se piden las bebidas, se ponen los carteles, se recogen regalos para la tómbola, se cargan los botelleros y se van concibiendo los dulces que luego se venderán. Son los días previos, un trabajo más intelectual, un estar encima del asunto para que nada se escape.

El día de la velá comienza a las 8 de la mañana en Lina con los churros, que el párroco invita a los valientes que vengan a colaborar. Un rato más tarde estamos en la nave, guantes y gorra puestos, y nos metemos en harina: hay que montar un cacho de escenario para que por la noche actúe La Pilila, ir con el camión a cargar mesas y sillas, y colocar los veladores para que la unidad de mujeres, que llega a las 10, pueda limpiar el recinto. Este año lo hemos hecho entre tres, y no veas... Con los hierros del escenario varias veces se te machacan los dedos, y a mediodía te duele la espalda de cargar pilas de sillas. Es lo que hay: si la parroquia organiza una fiesta, el cura tiene que apencar el primero. Menos mal que Grabiel y el alcalde estaban hechos unos jabatos.

Pausa para comer y no ducharse, porque a las 6 continúa la trágala. Bajo un sol abrasador nos ponemos a montar la barra. Primero va el torillo a llevar los botelleros, y luego tocan los mostradores. Todos los años nos hacemos la misma pregunta: ha llegado el hombre a la luna, y... ¿no podrían haber inventado un sistema más sencillo? Qué castaña esos mostradores metálicos, que pesan un quintal, son incomodísimos de manipular y peligrosos para las manos. Se enchufa todo, se colocan los avíos de la cocina... y con una buena peoná me voy a misa mientras la tómbola y los dulces toman forma.

Cuando regreso está empezando a llegar la gente más mayor. Pasa hora y media, y asoman los primeros ruidos de la megafonía. A las 11 se presenta la habitual avalancha de pedidos de comida; los camareros no damos abasto, pero nos defendemos gracias a que las mozas de la cocina tienen tres planchas y una parrilla y le han cogido el tranquillo rápido al tema. Mientras el dúo va fusilando canciones de época, yo voy sirviendo copas: "Aquí hacemos de todo; tan pronto bautizamos como ponemos cubatas" - bromeo con unos colaboradores acodados.

La música sufre una mutación pachanguera y, mientras en la pista arrecia el bailoteo, noto un bajón físico. Son más de las 2: "¿será el barceló que me he trincado hace un momento? No, es que estoy reventao"- pienso. Como todavía queda mili, me jinco un bocadillo de chorizo que me pone Ascensión. Una hora más tarde, cuando la fiesta decae, los colaboradores espontáneos comienzan a acarrear cosas de vuelta a la nave. En un ratillo está todo recogido; los mostradores los llevamos con un artilugio llamado traspalé (o algo así) y los botelleros a palo seco, con lo cual los riñones se despiertan y protestan. Son casi las 4:30 cuando por fin me voy a la cama.

Pero no está todo concluido, ni mucho menos. El domingo por la mañana se lo pasan Enrique y Grabiel (de nuevo) devolviendo a su lugar mesas, sillas y demás. El miércoles, Mari y yo cargamos el camión con cascos y bebidas no consumidas (riñoncitos y espalda recuerdan el sabadete), ella se patea el pueblo pagando facturas, Enrique coacciona a Pereira para que haga las cuentas y ayer jueves, sentados en el despacho del director del banco, cuando amortizamos con la recaudación parte del crédito del tejado, ahí, ahí sí que termina la velá.

"Podíamos hacer otra en agosto" - me dice alguien en la piscina. Y yo silbo esa canción de La Oreja de Van Gogh que suena, y me tiro de cabeza.

No hay comentarios: