domingo, 21 de julio de 2013

LA JACHA CORCHERA


Me la imaginaba con la hoja así de curvada, pero tiene el mango más largo de lo que yo pensaba, y acabado en punta para hacer palanca y sacar las corchas. Un trabajo duro y cuidadoso al mismo tiempo, una hermosura de mi campo extremeño, que me llenó los ojos esta mañana tempranito.

Eran las siete y media cuando el Negro me recogió. Los hombres están a esa hora en plena actividad para aprovechar la fresquita. Una collera de dos ataca un alcornoque, primero el tronco, los pies en el suelo, con golpes secos y certeros en ángulo recto (¡y sin dañar el árbol!) para obtener con gran destreza enormes tiras de corcho, cuyo envés sale aún húmedo del contacto con la madre.

Luego uno de los dos, por turno, se sube al árbol para continuar con las ramas mientras el otro le ayuda desde abajo. Es impresionante ver cómo se combinan la fuerza, la puntería y la habilidad para dar golpes secos, duros y eficaces y al mismo tiempo mantener el equilibrio para no caerse. Chac-chac-chac, las piernas fuertes sobre la rama, el sudor, son tipos valientes donde los haya; yo no creo que fuese capaz nunca, qué bárbaro.

Es la última jornada y quizá hoy no tendrán que soportar las calores tremendas de mediodía, que hacen si cabe más tremenda esta tarea. Aunque están muy bien pagados, madre mía, ¡qué trabajo! Pero es más que eso, es el corazón de un ritual que se repite cada nueve años: hacer los tratos, despojar los alcornoques, cargar las corchas, pesarlas al día siguiente cuando han perdido humedad... Uno de esos ciclos que acompasan la vida del campo y sus gentes, que disfrutan muchísimo de este momento.

Dar golpes duros y certeros... pero sin caernos y sin hacer daño. Trabajar y caminar con fuerza, unas veces fallando, otras con acierto, intentando mantener el equilibrio... ¿no es eso acaso vivir? Plantar los pies con seguridad siempre precaria, a merced de los otros, con las manos y el corazón como única jacha. Y culminar ciclos. Y volver a empezar, siempre desde abajo; quizá porque nos hemos caído.

Pero con la oportunidad constante de pasear entre los árboles desnudos, que nos susurran su secreto, y sentir esa belleza rotunda y áspera que es esencia de nuestro campo y nuestra alma extremeña. Y mejor con sabor al café que me puso Ceci.

2 comentarios:

Autóctono dijo...

Después de haber vivido muchas sacas de corcho, es la primera vez que es descrita de manera singular. Gracias por tus entradas tan especiales.

ANTONIO dijo...

HUELE A VIDA COMO LA QUE SE RESPIRA POR LAS MAÑANAS TEMPRANO EN NUESTROS VALLES EN VERANO.
MAGNIFICA COMPARACIÓN DE LA SACA CON LA VIDA, PASO A PASO.