miércoles, 23 de enero de 2013

SÍNTOMAS DE ENGANCHE AL MÓVIL

- "¿De qué ha ido hoy la catequesis?" - pregunto esta tarde a un grupo de postcomunión.
- "De la libertad" - me dicen los niños.
- "¿Qué nos quita libertad, a qué estamos enganchados?"
Y todos: - "¡Al móvil!". Por si me quedaba alguna duda.

Lo digo porque hace tiempo que observo con perplejidad y un poco de alarma cómo el móvil asoma insistentemente por todos lados, nos persigue como el coyote al correcaminos. Camuflado sibilinamente de instrumento de trabajo, el aparatito se permite inrrumpir a su capricho en cualquier circunstancia del día, por muy solemne que sea.

Quien te llama a no importa qué hora no tiene la culpa, desde luego. Sino tú: ¿qué irresistible atracción te lleva a interrumpir lo que estés haciendo, sea lo que sea, para descolgar? Estamos en una reunión, a alguien le suena el móvil (por cierto, ¡que Nokia renueve esa melodía, por favor!)... e increíblemente se levanta y se pone a hablar ignorando olímpicamente a los que nos quedamos sentados. Los más finos salen, pero otros charlan allí mismo, y nos enteramos de un motón de historias. Ya lo he visto incluso durante la misa.

Lo de los mensajes es una versión silenciosa de esto mismo. Sigue la misma reunión de antes y uno ve que alguien (a veces alguienes) se dedica a escribir y recibir guasás sin encomendarse a naide, impunemente, pasando de lo que se esté tratando. Y es que el pitido del pollo o la cosquilla en el bolsillo te atraen, como el anillo a Frodo, y no paras hasta que tecleas.

Como hoy todo tiene que ser ya, "- Oye, que te he llamado" ( en tono de bronca). "- Es que no podía hablar contigo" (gran delito).  O quien te llama siete veces seguidas, con la esperanza de que la perseverancia en el timbrazo te hará claudicar y atender la llamada. Y claro, descuelgas para decirle: "- Perdona, no puedo en este momento, llámame luego"  (consumada la interrupción para repetirla luego. Absurdo, ¿no?).

Mientras escribo, suena el pío pío. Dejo de escribir y leo el mensaje, claro. El día del huracán la cobertura salió volando, y te sientes como abandonado. Me acuerdo que en verano la tarjeta del móvil se estropeó, no había manera de comunicar. Fui cefraíto a la tienda a que me lo arreglaran, como un yonqui de la conexión. Ni me acuerdo de la última vez que me dejé el cacharro en casa; bueno sí, en el camino de Santiago, pero le pedía el suyo a una compañera, como si fuera mi metadona.

Porque creo que yo también estoy enganchado, le he dicho a los niños, como si de alcohólicos anónimos se tratase. Y me horrorizo de los síntomas: voy por la calle a veces con el teléfono en la mano, me paro a escribir un mensaje o se lo dicto al programita de reconocimiento de voz (la gente debe pensar que estoy tonto o que voy hablando por walkie-talkie...). El coche se parece cada vez más a una cabina telefónica con ruedas. No sé cuántos miles de grupos de guasás tengo, etc. etc. etc.

Aunque hay momentos en que apago este aparato pegajoso y omnipresente. Ahí, con un par. Resiste uno la consiguiente sensación de desvalimiento y sencillamente desaparece del mapa. Qué tranquilidad, sobre todo a la hora de la siesta. El correcaminos siempre gana.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tenemos correo ordinario, correo electronico, telefono fijo,contestador en el telefono, telefono movil, mandamos mensajes sms, mms, chats, facebook y otras redes sociales...radio,televisión,etc....pero no nos comunicamos ni más, ni mejor que antes;Más bien la soledad es mayor, las relaciones más superficilales, más rápidas,incluso dañinas. Y sin embargo todo esto es necesario; tenemos que aprender a usar lo que tenemos con responsabilidad y enseñar a los más pequeños a que no sean esclavos de todo estos medios y herramientas.