viernes, 12 de febrero de 2010

EL DINERO COMO LOS ZAPATOS, JUSTITO


Aquí están mis reflexiones y mi enfoque para la homilía de este domingo, que intenta explicar el texto de Lc 6, 17. 20-26. por si os sirve.


Cuando hay que jugar a la lotería obligatoriamente, como en Navidad, la gente se pregunta: “¿qué haré si me toca un chorro de millones?” Yo confieso que la idea me horroriza, porque tengo visto y comprobado que el mucho dinero suele traer muchos problemas y a menudo impide la felicidad.

De eso habla Jesús; él contrapone:
- la felicidad aparente: el bienestar como absolutización del tener, como el acumular y la autosuficiencia. Los que tienen mucho, los que ponen su seguridad en las cosas materiales, viven para acumular y no comparten; los que piensan que no necesitan de nadie estarán solos y siempre insatisfechos.
- la felicidad auténtica: la libertad como el desprendimiento de lo material, prioridad al ser y experiencia alegre de la necesidad que abre al compartir. Los que tienen lo justo están abiertos al tesoro de la solidaridad, serán capaces de amar y ser amados y su vida estará llena y no vacía.

Recuerdo haber escuchado a Adolfo Chércoles esta ley: “el que no tiene nada lo comparte todo; el que tiene algo ya comparte menos; el que tiene mucho ya no puede compartir, tiene que defender lo que tiene”.

· Estar saciado, acumular… angustia. Los muy ricos a lo más que llegan es a divertirse (felicidad aparente, vacía), pero tener tanto preocupa, porque hay que conservarlo. Quien ahora ríe luego llorará…

· En cambio los que tienen lo justo (el dinero justito, como los zapatos) comparten mejor, son más libres y más felices. Aunque pasen más estrecheces, la necesidad une, y la seguridad se puede poner en Dios; la debilidad bien llevada descansa…

Por lo tanto cuidadito; revisemos nuestra actitud hacia el dinero y hacia los bienes materiales, ahora que vamos a comenzar la Cuaresma. Nos ayudará este cuento:

La historia se refiere a un individuo que se mudó de aldea, en la India, y se encontró con lo que allí llaman un maestro. Este es un mendicante errante, una persona que, tras haber alcanzado la iluminación, comprende que el mundo entero es su hogar, el cielo su techo y Dios su Padre, que cuidará de él. Entonces se traslada de un lugar al otro. Tal como tú y yo nos trasladaríamos de una habitación a otra de nuestro hogar.

Al encontrarse con el maestro, el aldeano dijo:
“No lo puedo creer! Anoche soñé con usted. Soñé que el Señor me decía:
-Mañana por la mañana abandonarás la aldea, hacia las once, y te encontraras con este maestro errante- y aquí me encontré con usted.”
“¿Qué más le dijo el Señor?” Preguntó el maestro.
Me dijo: “Si el hombre te da una piedra preciosa que posee, serás el hombre más rico del mundo. ¿Me daría usted la piedra?”

Entonces el maestro revolvió en un pequeño zurrón que llevaba y dijo:“¿Será esta la piedra de la cual usted hablaba?”
El aldeano no podía dar crédito a sus ojos, porque era un diamante, el diamante más grande del mundo.
“¿Podría quedármelo?”“Por supuesto, puede conservarlo; lo encontré en un bosque. Es para usted.”

Siguió su camino y se sentó bajo un árbol, en las afueras de la aldea. El aldeano tomó el diamante y que inmensa fue su dicha! Como lo es la nuestra el día en que obtenemos algo que realmente deseamos.
El aldeano en vez de ir a su hogar, se sentó bajo un árbol y permaneció todo el día sentado, sumido en meditación.
Al caer la tarde, se dirigió al árbol bajo el cual estaba sentado el maestro, le devolvió a este el diamante y dijo:“¿Podría hacerme un favor?”
“¿Cuál?” le preguntó el maestro.
“Podría darme la riqueza que le permite a usted deshacerse de esta piedra preciosa tan fácilmente?”…

3 comentarios:

Ana dijo...

Muy bueno, César. Muchas veces el problema es que el diamante deslumbra y no nos damos cuenta que lo que hay que buscar está detrás.

margarita dijo...

Con la tuya es la segunda homilia sobre las bienaventuranzas que me ha llegado. Muy original y reflexiva la que leo de ti, encierra mucha verdad,el tener y acumular sólo trae quebraderos de cabeza, aunque si se comparte con los demás también da satisfacción.
Muy bonito el cuento del maestro y el diamante.

Nita dijo...

Me ha encantado el cuento. Me siento muy feliz César, tengo tantos "diamantes"...