martes, 3 de marzo de 2015

LA MUERTE NO SE IMPROVISA


Me cuentan desde Valencia que ha fallecido Tele, la madre de Isabel, que es la esposa de Fernando Bellido. Como otras veces, me duele no poder estar allí con esta familia, en nuestro pueblo, en la parroquia de Tele. Parece que la estoy viendo, en su banco, tantos días, toda la vida. Anoche, a muchos kilómetros de distancia pero equidistantes del Señor, hemos orado por ella en peruano, y sé que le ha gustado.

Iba siempre muy arreglada, pizpireta a pesar de su edad, y te saludaba con dulzura y recato característicos. Como tantas mujeres del pueblo, su personalidad se forjó en el crisol de la fe aprendida junto a las monjas Concepcionistas, por los patios y el locutorio del Convento. Mujer clásica, de las que abría mucho los ojos ante las novedades del nuevo curita, pero que desprendía siempre una serena amabilidad.

Muchos años de educación hicieron prender en el pueblo una espiritualidad tradicional pero muy bonita, centrada, más que en las imágenes, en los sacramentos: la visita al Santísimo con la iglesia siempre abierta, la comunión de los enfermos, la confesión... Y ahí estaba Tele siempre en la Eucaristía, fiel, con una fe fuerte vestida siempre de su sonrisa.

Hace algo más de un año que estaba enferma. Se quejaba muy poco. No podía ir a misa, tampoco quería molestar, de modo que cuando llegaba la comunión a su casa, ese día era fiesta. Era su vida, su amor, su devoción, su mundo: el Señor. Siempre quería que la gente se sintiera a gusto, y ella se sentía a gusto con Él.

Tele sintió que se acercaba el final y lo afrontó sin ningún miedo. Propusieron operar y... "¿operación? Voy a esperar, que a lo mejor Dios quiere y me pongo buena". Y es que estaba cansada, ya iba siendo hora de disfrutar del sosiego y de la infinita puesta de Sol. Cansada pero en calma.
- "¿Y no te da pena dejarnos solos?" - le preguntó su hija Isabel.
- "Mi marido está muy bien cuidado, os tiene a vosotros" - le respondió. "Además... piensa en el cielo... Yo allí con Dios, con la Virgen, con mis padres... ¡Qué maravilla! Lo bien que se tiene que estar".

Aquella tarde en el hospital pidió: "vamos a rezar el Rosario"; y al ratito descansó. Toda su vida, su carácter, sus valores y su convicción están en la hora de su muerte. Su profunda sensibilidad creyente afloró en en la experiencia más extrema, más cierta y aterradora. Qué manera de morir más hermosa, y eso no se improvisa: cada latido de fe, cada golpe de esperanza y cada pequeño gesto de amor de Tele la fueron preparando para el encuentro definitivo con su Señor. Le salió natural, y eso, a pesar del dolor, tiene que llenar de satisfacción a su familia. Me siento feliz por cada vez que consagré para ella el Pan de la Vida, valió la pena.

Como cualquiera de nosotros, Tele no era una santa, pero ha sabido morir, y eso me enseña. La muerte no se improvisa, es una destreza que se va fraguando en el fuego lento de nuestros días. No sé muy bien cómo, porque la vida sí que la vamos improvisando a cada paso, pero me figuro que ser humilde y ser uno mismo con todas las de la ley son buenos mimbres. Así que Tele habrá pasado al banquete con su permanente y sus uñas pintadas, ¡ole ahí!

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