martes, 25 de junio de 2013

RATON PERE MEE TRAGADO EL DIENTE


No se dio cuenta mi sobrina Pilar, le ocurrió comiéndose una bolsa de patatas, hombre. Pero no pasó nada, porque el ratón Pérez leyó el mensaje y le dejó una moneda y una pulsera muy chula debajo de la almohada. Y con ella puesta iba la Princesa muy guapa al bautizo de su primo Manuel, que es el amor de su vida... y de la de todos nosotros.

Al principio estaba un poco escamao al ver aquello: esa cosa tan grande de piedra, tanta gente junta en ese sitio tan chico, su tito vestido tan raro... Pero cuando su madre lo coge se le pasan todos los males y le sale esa simpatía que te conquista. Todos sus primos lo miraban, muy atentos. Los he bautizado a todos menos a Luis (lástima aquella época de "excedencia"), y por eso para mí era un momento muy especial. Como cerrar una época preciosa de mi vida, la década del nacimiento de mis niños.

Los que son titos saben lo que se siente, debe de ser lo más parecido a ser padre. Recuerdo una mañana en Cádiz, con Luis muy chico, andando por el paseo marítimo muy temprano mientras iba a misa a casa de unas religiosas; el cielo se abalanzaba grisáceo, y las olas castigaban como agrediendo las rocas junto a la Caleta. De pronto, desasosegado, pensé en mi sobrino, lejos, en su cuna, y sentí que si algo le ocurriese, yo no podría soportarlo. "Te quiero tanto que duele", le dice el doctor Hunt a Cristina en Anatomía... pues eso es lo que me colma el corazón por mis sobrinos.

Igual que su hermano, Carlete nació en plena etapa de búsqueda y cambios. Manuel y Guille vinieron en mis años de Valencia. Pilar, cuando yo estaba en Zafra y Nano justo antes de ir al Níger; recuerdo cómo le eché de menos. Y por fin, Manuel chico nació hace dos años, y lo fui a ver desde mis Valles, en un momento magnífico. Cada nacimiento guarda un significado, está unido a los años más hermosos de mi vida, y todos mis sobris son mis favoritos.

Así que el domingo me embroqué la estola salvadoreña que me trajo mi hermana. No fue fácil el óleo de los catecúmenos en el pecho (parecían las operaciones de vacunación de los guarros), pero luego a Manuel le gustó el remojón, y sale en todas las fotos sonriente como es él. Para la segunda unción le dijimos que había en el agua una ranina, y cuando se asomó desde los brazos de mamá... ¡pum!, el Santo Crisma, ahí, sin enterarnos, como cuando éramos niños y Claudio nos ponía las inyecciones en el culete mientras nos entretenía; notábamos el líquido y ya era tarde.

Y luego: jamón mismo, bacalao, presa ibérica y guerra de pistolas de agua. En ella yo el peor, empapao. Sobre todo de felicidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

TU SERIA PEOR QUE LOS MUCHACHOS.