domingo, 18 de noviembre de 2012

CUSCÚS

Hace ya tiempo que Zora, Mimoun y Bushara me habían invitado a comer. Fue un día en que se llevaron unas cajas de cuscús ya preparados al curry que mi compañero José Juan me había pasado en mi viaje veraniego a Pamplona, porque en su barrio los ecuatorianos y rumanos no los quieren. "Pero otro día vas a venir a casa, padre, y vamos a comer cuscús preparado como en Marruecos". Y fue anteayer.

Habían invitado también a sus vecinas Ana y Manoli, a Eva y a Mari Carmen... probablemente una especie de selección de quienes, según ellos más les ayudan. Y es verdad que en su barrio de los Salgueros se portan estupendamente con ellos; en general todo el pueblo, que para esto es realmente espléndido. Así que era una comida de agradecimiento.

¿Quién ayuda más a quién? - me pregunto. Con sus hijas saltando y jugando con Lucía y Aisane, vamos colocando, sobre las dos únicas mesas que hay, platos, cubiertos, vasos, servilletas (la mitad de las cosas hay que traerlas porque somos más de lo habitual, y porque esta familia vive con lo puesto). Tomamos asiento y comienza la conversación, las caras sonrientes, todos muy relajados. Seguramente porque el reconocimiento es mutuo: es muy duro pedir, y es difícil dar sin degradar al otro. Atenderlo sin sustituirlo. Socorrerlo sin salvarlo. Compartir desde su mismo "abajo". Recibir con generosidad, sin resentimiento.

Aparece la fuente de cuscús, enorme, con verduras y pollo, que acompañamos con una salsa deliciosa dispuesta en cuencos. Nos cuentan cosas de su país: cómo es la familia, el trabajo, las costumbres. Su vecina Sabina, la madre de Manoli, murió hace un año; y ayer enterramos al yerno de otra vecina. "¿Cómo es allí el duelo? ¿Y el matrimonio?"... Preguntamos y nos explican, descubrimos que Bushara es universitaria. Me llega de alguna manera su lucha y su esperanza, se me pega al corazón la crudeza de su caminar, la acumulación de amargura y al mismo tiempo su enorme fuerza como personas. Escucho y admiro.

El postre es el té. Té verde preparado a su estilo, que me encanta y me transporta a viajes por Tánger, por Malí, Senegal y Níger. A esta hora las sonrisas son más abiertas. Bromeamos acerca de los idiomas que Anuar, el bebé de Bushara, precioso y simpatiquísimo, dominará cuando crezca. "Mis hijas nunca volverán allí, ellas serán de aquí", y no se sabe bien si es deseo o fatalidad, proyecto o posibilidad.

Pero se me echa la hora encima y he de volver a la parroquia, a la catequesis de confirmación, mi tarea con los que sí son cristianos (jejeje). Aunque en el fondo somos todos iguales, hemos dicho antes de despedirnos. He quedado en que el domingo, o sea, dentro de un rato, pasaré a por un bizcocho para celebrar el cumple de mis sobrinos y una caja de té del suyo. Qué buen rato. Y además, aquella noche, en el funeral de su madre, Manoli tenía mejor cara.

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