Desde que suena el despertador comienza la lucha contra el frío, constante y sin cuartel durante los meses duros del invierno. Saco un dedo de debajo de las sábanas de pelos (me arropo la cabeza porque si no la nariz se pone azul) y la impresión glacial me espabila. Embutido en el chándal y envuelto en la bata, me lanzo sobre la estufa y el brasero aun antes de las aguas menores tempraneras.
El salón de mi casa se va ambientando. Las tres puertas deben estar cerradas para intentar mantener el calor, así que, cuando atravieso la del fondo para ir a la cocina y el baño, la bofetada de aire gélido me transporta al polo norte y temo toparme con algún pingüino por el pasillo.
La cafetera va silbando mientras me lavo la cara, y cuando me siento a la mesa me cubro con la enagua hasta el cuello, sacando el brazo solamente para coger la taza de café calentito. Una vez me puse gorro para rezar, cómo estaría el asunto de "candente".
A la parte delantera de mi casa le da el sol casi toda la mañana, así que te puedes poner en el despacho a trabajar con cierta comodidad. Pero el patio, que está en el lado contrario, permanece en la umbría todo el invierno, así que se vuelve del Betis porque le sale verdín por todas partes. No hay manera de que se seque nada, más bien tiene uno la sensación de cámara frigorífica industrial.
Cuando vuelvo a mediodía, la batalla recomienza, pero es menos cruenta; me siento a comer con todos los calentadores encendidos y para dar la cabezá apago la estufa y me tumbo en el sofá de forma que la falda de camilla me llega hasta las orejas, estoy literalmente metido debajo de la mesa recibiendo el calorcito del brasero, mmmm, como un momentáneo regreso al seno materno pero sin líquido. Si los del satélite me graban, que no se extrañen.
Y ahora, a las 9 de la noche, escribo con un radiador halógeno a 10 centímetros y aún así me quedo helao, los pies pierden sensibilidad por momentos. A las 11 otro radiador empezará a calentar el dormitorio, para que cuando me acueste, con camiseta y calcetines, no me vaya curando como los jamones cada noche un poquito.
¿Cómo van a quitar la mula y el buey del portal de belén, por Dios? Que nooooo, que el Papa no ha dicho eso, solamente que los bichos no aparecen en el Evangelio, y eso ya lo sabíamos, ¿no? No salen, pero se entiende que aquella familia necesitaba calefacción animal, porque era de noche y haría "fresquito", como aquí... Lo que nos faltaba, recortes en las figuras del belén, como si la "sensación térmica" no fuera más bien "escarcha en el ánimo" y "congelación de los bolsillos".
4 comentarios:
yo tambien soy de las que casi me siento en la tarima. y tambien pienso de la mula y el buy que algo les tendria que calentar, que las tradiciones vienen de algun sitio, y si llegaron hasta alli en un pollino, en algun sitio tendria que estar no?
Como no sabes apreciar lo que tienes y no estas conforme.Tenias que haber estado conmigo en la capital de España,hoy.Eso es frio y lo demas tonterias.
¡arregla la chimenea hombre! o mete dentro un buey y una mula
probad con una mantita, brasero y manta hasta las orejas, es un sistema seguro.
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