domingo, 23 de enero de 2011

IMAGINANDO Mt 4, 12-24

Hoy no me apetece hacer muchas reflexiones o sacar enseñanzas morales en la homilía. Me apetece sencillamente recrear y ayudar a contemplar esta escena impresionante. Me valgo para ello de mis propios apuntes de la 2ª semana de los Ejercicios: contemplación del llamamiento a los apóstoles (EE 275).



Por la mañana temprano en la orilla del mar interior de Tiberíades, recién concluida la faena de pesca… los hombres cansados; Pedro y Andrés sentados cerca de la orilla, quizá uno de ellos arrastrando las redes. Mojados, descalzos, sucios, oliendo a pescado… Santiago y Juan un poco más allá, en la barca varada, reparando, junto a su padre, los agujeros de su red…sus ojos cargados tras la noche de trabajo, a los pescadores les duelen los brazos, la humedad les cala y la brisa del lago les acaricia. Charlan, bromean, contentos por rematar la jornada y por el descanso que se avecina.

Un hombre en la orilla. De pie; apenas distinguen sus facciones, pero parece joven, lleva la cabeza cubierta. Les habla; la mirada serena. Se hace un silencio bajo el cielo azul; la brisa silba quedamente, y sobre ella se destaca una voz fuerte, poderosa, segura. Jesús grita autoritario pero suave: “Veníos conmigo”. Con una seguridad que no admite réplica. Con total convicción.

Los dos hermanos, que han interrumpido su tarea, se miran un instante. Se conocen, se leen el pensamiento; comprenden la fuerza del deseo que está sintiendo el otro, irresistible… ¡Ese hombre es el Señor! Y toman la decisión; apoyándose uno en el otro, invadidos por una esperanza que los tiene en ascuas, sueltan las redes. Sólo miran adelante. Como Santiago y Juan. Sin coger casi nada, sin apenas despedirse. Ya no hay otro horizonte, se ponen en camino sin saber adónde ni para qué, sólo con quién… y eso es lo fundamental: estar con Jesús, seguirle.

Es el misterio de la predilección: Jesús elige inequívocamente gente de abajo, pobre, humilde, sin estudios… sin ambición ni vanidad, capaces de acoger el Reino. Él aprecia la calidad de los que llama, hombres de pueblo, sencillos, corrientes, con sus defectos y muchas limitaciones. Jesús los prefiere libre y gratuitamente.
Y ellos, sin merecerse nada ni haber hecho nada, responden al punto, aceptan con total generosidad, con alegría y también incertidumbre.
Su vida cambia radicalmente, están atraídos, fascinados irresistiblemente por Jesús. De forma increíble dejan atrás todo: su familia, su trabajo, su casa, sus posesiones, sus proyectos… Se despiden de los suyos y toman lo imprescindible para caminar: las sandalias, un manto, una pequeña bolsa… Recorrerán el camino junto al Maestro, aprenderán con Él, caerán y se levantarán, crecerán hasta vivir por y para Él, dedicados exclusivamente al Reino, llegarán a ser capaces de dar la vida por Él, de hacer milagros como Él…
Salen de Genesaret, junto al lago, cinco compañeros… emoción, expectativa, silencio… y gran alegría por “ser de Jesús”, por ser el grupo de Jesús.

Este episodio vuelve a ocurrir hoy en mi vida, en tu vida. Jesús te llama. ¡Qué grande! ¿Podremos responder como los pescadores? Lo intentaremos. Eso pedimos al Padre.

1 comentario:

moreno dijo...

Que relajadamente haces imaginar la llamada de Jesús a los apóstales.
Si importante es confiar en los humildes, trabajadores, sencillos... igual de importante es para qué los llama. Como bien dices me encuentro en ese llamamiento pero muchas veces no estoy a la altura de lo que Él espera de mí.
Que seas muy feliz y nos hagas también a los que te leemos, con el nuevo blog. Sé tu mismo como siempre y acertarás.
Un abrazo.