sábado, 11 de octubre de 2025

SER UNO DE TANTOS


Siempre me ha gustado sentirme lo que soy: una persona como otra cualquiera, sin nada especial, uno más en la cola de los pecadores, con un número de la seguridad social, como todo el mundo. Esto, que parece una obviedad, me sosiega, me centra y me hace respirar simplemente mi humanidad. Más que agradarme, es que lo necesito.

Nos formaron con la vieja táctica de sacarnos de “el mundo”, especialmente en las primeras etapas. La teología conciliar del Pueblo de Dios, con la igualdad radical de todos por el Bautismo (hace treinta años todavía no estaba de moda la palabra sinodalidad) estaba vigente pero ya en regresión; era una época claramente con muchos menos clergymans, pero seguía pesando mucho la tradición: los religiosos son “distintos”, de algún modo “mejores” o “superiores” al resto. Perdón por la crudeza, pero así era.

Por eso, cuando salí de la congregación y evolucioné a cura de pueblo, esa manera de vivir me calzó como un guante. Disfrutaba siendo vecino, que va a comprar el pan, participa en los carnavales, llora las muertes, cocina, va al bar con sus amigos, pasea y saluda a todos, porque es uno más, sin nada que lo distinga o lo segregue. Y cuando alguien me decía: “reza por mí, tú que estás más cerca de Dios”, yo le contestaba: “no es cierto, tú yo estamos a la misma distancia, porque Él está en nosotros”.

Esta sensación la disfruto en lugares de paso, en museos, bibliotecas, sitios públicos o en transportes. Según se estudia en antropología, citando a Foucault, son heterotopías, espacios excepcionales que existen fuera del orden social y territorial normal, con sus propias reglas, funciones y sentidos. Son áreas donde las identidades quedan difuminadas o integradas, que acogen la diversidad sin prejuicios ni clasificaciones, de alguna manera “no-lugares”.

Observo a las personas en el aeropuerto, durante la cola del control de seguridad. Es increíble la multiplicidad de razas, colores, peinados, atuendos, idiomas, expresiones, hasta olores. Cada viajero es diferente, único e irrepetible. Todo está mezclado, pero la corriente humana obedece a unas normas, porque estamos en un mundo peculiar dentro del mundo, y por eso acá todos somos iguales: el escáner, el pase de abordar, los números de puerta…

Y yo, uno más entre ellos. Con mi cultura, con mis afanes y mis esperanzas, como todos. Sin cargos, particularidades o importancias; con la jerarquía puesta en modo avión, porque acá no hay “el sacerdote”, o el encargado de esto o responsable de lo otro, sino solo un hombre con una mochila en tránsito hacia su destino. No me quiero poner distintivos, no deseo que me reconozcan o me señalen, para bien o para mal, sin eventuales ventajas o incomodidades. Descanso al pasar desapercibido, disuelto en la masa, perdido plácidamente en el anonimato.

Ahora estoy en el ponguero, el colectivo que surca el Amazonas de Indiana a Iquitos, una especie de autobús del río. Los asientos son dos largas bancas fijadas longitudinalmente a las bordas del bote, de manera que los pasajeros vamos colocados unos frente a otros, y es inevitable mirarse. Toda la gente de hoy es de raza amazónica, la piel oscura, el cabello y los ojos negros, la estatura baja, las piernas fuertes. Hay muchos niños, y varios bebés; uno llora, y su mamá inmediatamente saca la teta y se la embroca.

Acá se me nota mucho más singular, soy un gringo, o sea blanco, y además, pelacho. Contemplo sereno a mis compañeros de travesía, y me imagino los problemas de cada cual: la señora de mi costado, el joven con los audífonos… Voy con mi carga de preocupaciones, trabajo amontonado, enredos y sinsabores propios del día a día; pero cada cual tiene los suyos, nadie está libre, en eso sí que somos igualitos, y me conforta sentirme parte del conjunto, sin desentonar, también uno más.

En el ponguero o en el aeropuerto el tiempo tradicional se rompe o se "acumula" curiosamente. Se dilata, pero vamos chismeando quién sube en cada parada. Y de pronto ahí está el puente Nanay, y el cobrador pasa recogiendo los quince soles. Todos igual, ya llegamos, sonrío como todos, hay unos pollos en el piso, junto a unas piñas de plátanos, que sorteo como "uno de tantos" (Fil 2, 6-11). Qué alegría.

sábado, 4 de octubre de 2025

EL AGUA HA HABLADO

 
Todo ha sido vibrante en la Cumbre Amazónica del Agua, que se ha celebrado en Iquitos los días 1 al 3 de octubre. A todos nos abrazaba la sensación, como una amable nube de niebla, de que estábamos viviendo algo histórico. La energía que ha circulado se recargaba con las intervenciones, los gestos, las imágenes, los personajes, hasta desembocar en una rotunda expresión de vida compartida.

Los seres humanos somos agua hasta en un 70 %. En este encuentro, el agua que está en nosotros, el agua que somos todos los presentes allí, se ha juntado para hablar, para denunciar, para susurrarnos a nosotros mismos, para gritar al mundo. Porque, aunque el agua está tan agredida “que ya no canta”, como dice Serrat, sí que habla. ¿Y qué ha dicho?

Soy un sujeto,
    un tú, interlocutor.
No soy un “recurso”, algo con lo que comerciar,
    una veta para la codicia, una mercancía. No.

Soy sagrada, el fluido divino,
    la fórmula de la vida
    el secreto del futuro.

Tengo derechos. Y por tanto ustedes, los hombres y mujeres,
tienen serios deberes para conmigo.
 
Me duele oler mal, ser veneno,
    ser causa de muerte y no de vida,
    ser fuente de conflictos…
Me aflige que me hayan quitado mi color azul.
 
Únanse, escúchense, dialoguen,
busquen a otros para luchar,
    reconociéndose todos como parte del Agua global.
 
Y recuerden que yo me muevo,
que si me estanco me pudro y emponzoño,
    así que se tienen que poner en marcha
    con creatividad,
    con firmeza,
    con tenacidad,
 
para que todos puedan ser manantiales que broten “hasta la vida eterna” (Jn 4, 14),
todos puedan vivir con salud, en armonía
              y felicidad.
              Especialmente los más pequeños y vulnerables.
 
Estos son solo algunos apuntes de todo lo que el agua ha expresado estos días; se manifestó de manera muy clara a través del relator de Naciones Unidas Pedro Arrojo, de los representantes de los pueblos indígenas, de los obispos participantes, y de muchos activistas, no todos católicos, que llevan años jugándose la vida en la defensa del agua.

El cardenal Pedro Barreto, en la Eucaristía de clausura, conectó las inspiraciones de la Cumbre con el recorrido histórico de la Iglesia en la Amazonía desde Aparecida y en los últimos 11 años, descubriendo cómo remar a favor del agua y los derechos humanos nos ayuda a forjar la sinodalidad y a caminar en la ruta de los sueños de Francisco. Él rebautizó el lema del evento: “Somos Iglesia, somos agua, somos vida, somos esperanza en acción”.


sábado, 27 de septiembre de 2025

DIOS SIEMPRE ES "RE-"


En el taller-retiro de misioneros, cada día comenzaba con un espacio de silencio que se extendía durante el desayuno y las tareas de limpieza, hasta el comienzo del trabajo a las 8. Para ayudar y conectar con lo que se estaba proponiendo, se daban unos breves puntos a las 6:30. Una de las mañanas me tocó a mí, y esto fue lo que ofrecí, por si sirve.

Puntos para meditar la sinodalidad

Me siento con la espalda recta y me voy relajando haciendo una serie de respiraciones abdominales, profundas, notando cómo el aire me llena por completo. Así me sereno y me centro, considerando “adónde voy y a qué” (Ej 239).

Notando cómo Dios me mira (Ej 75), cruzo la mirada con Él. Miro que me mira con amor y humildad.

La historia es el relato de los discípulos de Emaús: Lc 24, 13-35


1) Las rodillas duelen

Cuando nos sentamos en el grupiño, las rodillas que chocan, duelen. Están operadas, desgastadas, fatigadas.
La sinodalidad implica tomar en serio la igualdad radical de todos nosotros por el Bautismo, pero hay otra igualdad también constitutiva y esencial: la que nos coloca en la cola de los pecadores, junto a Jesús en su Bautismo.
Sinodalidad es caminar juntos, uno al costado del otro, mirar en la misma dirección, como estos dos amigos; pero también los codos se rozan, y, por el sendero, nos hacemos daño…
Es la sinodalidad una bella palabra, pero duele; no le sale de fondo una música de violines, sino que exige integrar diferencias, activar la acogida, alzar la comprensión mutua.
Y eso es difícil y trabajoso, cuesta, pasa obligadamente por el perdón.

_ Considero lo duro de la ruta, el cansancio y las ganas de renunciar, como estaban haciendo aquellos dos.


2) Siempre podemos reconocer a Jesús en el otro

Necesitamos para ello abrir los ojos interiores, y nunca lo logramos plenamente, es un proceso en el claroscuro de la fe.
Jesús se les acerca y, a pesar de que no lo identifican, Él lidera.
Explica la Palabra, enseña…
El big bang de la la sinodalidad es la escucha; la escucha del otro; la escucha de Jesús en el otro.
Solo así arde el corazón.

_ Traigo a la memoria rostros y palabras, momentos en los que ahora reconozco que Jesús me hablaba.


3) Pasar de “nosotros y ellos” a solo “nosotros”
 
El grupo de se había roto… “Nosotros esperábamos”, “unas mujeres de nuestro grupo”…
Están decepcionados, desconcertados, y se han separado de sus compañeros; vuelven a casa, el sueño de Jesús ha terminado, “ellos” se quedaron en Jerusalén.
Cuando conocemos a Jesús, nos vamos re-conociendo en nuestras heridas, nuestra común vulnerabilidad.
Dios siempre es re-: reconstruye, recupera, re-envía (como a Pedro, al que Jesús le confía la misma misión para la que había demostrado que no valía), regala, reúne, reforma, re-nueva… pon más verbos.
Para Él, “ahora es siempre todavía”, como dice Machado.
Porque Dios es el Dios del futuro: ya no mira lo que hemos hecho, está atento a lo que haremos.

_ Recuerdo, siento y gusto los per-dones (regalos excesivos, inmerecidos) que he recibido de Dios, y me abro con agradecimiento y humildad a mi próximo paso posible en el camino de la sinodalidad.

sábado, 20 de septiembre de 2025

LOS PUEBLOS ORIGINARIOS, PROTAGONISTAS DE LA MISIÓN


Testimonio de Verónica Rubí, misionera en la triple frontera Perú-Colombia-Brasil, territorio del pueblo tikuna.

La comunidad Magüta (comúnmente llamada tikuna) es una de las etnias originarias de esta zona de la triple frontera. Están asentados en los tres países: Colombia, Perú y Brasil. Tienen una cosmovisión muy bonita, de una estrecha relación con todo lo creado, una lengua que van revalorizando, y un gran sentido de la hermandad.

Verónica Rubí, actualmente misionera en Caballo Cocha, vivió durante 4 años en Umariaçú, del lado brasileño, inserta en una comunidad tikuna, donde compartió vida y fe de modo muy intenso.

En esos años se gestaron diferentes proyectos de formación y acompañamiento de estas comunidades, entre los que se destaca el Proyecto Iglesia Sinodal con Rostro Magüta, con la invalorable colaboración económica de Porticus, que permitió un fuerte impulso pastoral y de capacitación de líderes.

Aquí en Perú, la mayoría de las comunidades tikunas pertenecen a Iglesias evangélicas, los católicos son pocos y con escasa animación. A nuestro equipo misionero le pareció una buena idea que los mismos tikunas de Brasil pudieran hacer una misión de unos días en un poblado que pertenece a nuestra parroquia, llamado San José de Yanayacu. Nueve misioneros tikuna (adultos y jóvenes) viajaron surcando el Amazonas para encontrar a sus hermanos. Fueron acompañados, de parte de nuestro equipo, por Verónica y la hna. Marisol, y también estuvo presente el padre Ferney, sacerdote colombiano de origen tikuna.


El objetivo de la misión fue compartir la vida y la fe. No se había previsto la celebración de sacramentos, sino más bien espacios de intercambio fraterno y evangelizador.

Desde el comienzo se generó un hermoso espacio compartido con la comunidad de San José. Los misioneros fueron acogidos con calidez, y la comunidad local se sintió cómoda con su visita. Participaron de las actividades propuestas con alegría y sencillez.

Ellos mismos alentaron que hubiera espacios de catequesis, celebración eucarística y solicitaron la preparación al Bautismo de varios niños de la comunidad.

Todo fue transcurriendo en un marco de profundo respeto ecuménico y honda comunión en la hermandad tikuna. Fue una misión hecha en su misma lengua, con sus cantos, sus símbolos y experiencias, lo cual se vivió como una auténtica experiencia del Espíritu que traspasa fronteras.

Al final de los cinco días de misión, queda la gratitud por todo lo vivido, y también el desafío de profundizar el acompañamiento pastoral de la comunidad de San José de Yanayacu, especialmente apostando a la formación de algunos catequistas de la misma comunidad.

Lo positivo de la experiencia nos hace pensar que, también, es posible replicar esta experiencia de misión en otras comunidades tikuna de nuestra región, con características similares.

Verónica Rubí
Misionera laica en Caballo Cocha
Vicariato Apostólico San José del Amazonas (Perú)

sábado, 13 de septiembre de 2025

EL AGUA DE LOS RÍOS AMAZÓNICOS ES UN VENENO

 
Un reciente estudio caracteriza con datos científicos la alarmante contaminación por mercurio de los ríos de la Amazonía peruana debido a la proliferación abusiva e incontrolada de la minería ilegal. Se lo he escuchado a la gente muchas veces: “el agua del río es una cochinada”. Ya no es solo que está sucia: es escasa y tóxica. Poco a poco la ambición y la estupidez del ser humano están convirtiendo el elemento esencial para la vida en un tóxico letal.

La investigación, cuyo fruto lleva por título “Mercurio en Loreto: exposición humana y en peces en el contexto de la expansión mineraamazónica”, analizó muestras de cabello humano, peces y sedimentos en tres comunidades del Bajo Putumayo, y comparó los resultados con los datos reportados en seis comunidades de la cuenca del Nanay-Pintuyacu.

El Bajo Putumayo presenta un valor medio de mercurio en cabello humano de 15.67 mg/kg, casi el doble de lo registrado en Nanay-Pintuyacu (8.41 mg/kg). Si consideramos que el límite de referencia de la OMS es de 2.2 mg/kg, resulta que en el Putumayo es 7 veces más alto de media, y hasta 22 veces en las mediciones más elevadas. Una auténtica barbaridad. Ya teníamos en el Vicariato datos de un estudio realizado en el río Napo en el año 2011, que arrojó una tasa de mercurio que multiplicaba por 5 los estándares de la OMS; catorce años después, la situación ha empeorado.

El 83 % de personas evaluadas en el Bajo Putumayo presenta niveles de riesgo alto para la salud, y este es el resultado más elevado jamás registrado en la región Loreto. En esta cuenca, el 97 % de la población estudiada evidencia exposición crónica; en el Nanay-Pintuyacu es del 96 %. Está demostrado que la exposición prolongada a metales pesados provoca daños en órganos como el hígado y los riñones, problemas neurológicos, cardíacos y gastrointestinales, y aumenta el riesgo de cáncer. En niños puede producir bajo peso, retraso en el desarrollo, problemas cognitivos y daños cerebrales.


Para los habitantes de la ribera, el agua es la misma vida. La usan para beber, para cocinar, para lavar… Desde que nacen viven en el río, su cultura es la canoa, la pesca, la cocha, el baño. Dependen absolutamente del agua, y el agua se está tornando un veneno que mata, que ya está sembrando los ríos de enfermos y de cadáveres, y que compromete seriamente el futuro: el 81 % de las mujeres en edad reproductiva en el Bajo Putumayo y el 35 % en el Nanay-Pintuyacu están en condiciones de alto riesgo, lo que podría derivar en daños neurológicos irreversibles en el desarrollo fetal y otros efectos materno-infantiles.

¿Por qué ocurre esto? Por los intereses depredadores de los mineros, protegidos por leyes y normativas que emiten sus compadres dentro del Congreso de la República. Y por la complicidad e inacción del Estado, comentadas días atrás en una entrevista por el obispo de Iquitos, Miguel Ángel Cadenas: “No me creo que no haya plata… lo que ocurre es que conscientemente no quieren dedicarla a aquello que es absolutamente necesario para proteger a la población” aseguró ante la excusa de que los exámenes médicos son altamente costosos.

A pesar de las denuncias y movilizaciones, Mons. Miguel Ángel decía que “el número de dragas ha seguido creciendo, ya que las embarcaciones ingresan tanqueadas al 100% con combustible”, lo que alimenta la expansión de la minería ilegal en la Amazonía. Pero, además, este negocio ilícito viene acompañado de una serie de problema sociales, pues convive con mafias dedicadas a la trata de personas, explotación sexual, trabajo infantil, trabajo esclavo, lavado de dinero y tráfico de armas. Estos grupos criminales campan a sus anchas en territorios “liberados” del control del Estado, como nuestra selva.

En fin, un horror… Escribo esto con la esperanza de que divulgarlo sirva para algo. Al menos para que como Iglesia pongamos decididamente manos a la obra en la defensa de la vida de nuestros pueblos. Porque creo que, en este y otros asuntos realmente graves, tenemos que aplicarnos lo de San Francisco: “Comencemos, hermanos, a servir al Señor, porque hasta ahora poco o nada hemos hecho”.