Durante muchos años los misioneros de los ocho vicariatos apostólicos de la selva se reunían en enero en Lima, junto con sus obispos, para reflexionar, formarse, converger, planificar. Llegó un momento en que se incorporaron más personas, especialmente indígenas. Pero ahora, el habitual encuentro ha evolucionado a “asamblea eclesial”, nada más y nada menos.
Y ha sido un proceso similar a la cristalización de los minerales, la lenta
y progresiva decantación y construcción de una identidad y una tarea, en condiciones
favorables y con naturalidad. De pronto, este año nos hemos reconocido como Asamblea
Eclesial de la Amazonía peruana: obispos, misioneros, laicos, indígenas; protagonistas
y corresponsables de un camino compartido, y por lo tanto con la competencia
de diseñar el futuro.
El campo semántico de “competencia” refiere, por una parte, a talento,
destreza, saber; y ciertamente entre los participantes hay, como siempre hubo,
un capital acumulado en experiencia, conocimiento y trayectoria muy apreciables. Agentes de pastoral
con muchas horas de vuelo; Diego Clavijo aportando todo el bagaje de la misión
con los achuar; representantes de diferentes pueblos originarios (asháninkas,
murui, tikuna…); líderes y lideresas de organizaciones; pero también jóvenes
con su ilusión intacta, y además Amparo Zaragoza, memoria viviente.
Pero, por otro lado, “competencia” alude a capacidad, es decir, a
incumbencia, atribución, jurisdicción, autoridad. Ser asamblea eclesial, con el
reflejo de la CEAMA, y ya no un mero evento recurrente, implica asumir una
dimensión más ejecutiva, una facultad para producir y encaminar decisiones
concretas que marquen rumbo. Y eso son ya palabras luminosamente mayores en
nuestra Iglesia, todavía con demasiados tics clericalistas.
Se trata de una competencia inequívocamente sinodal. Porque esta
Asamblea eclesial es primariamente un espacio donde nos escuchamos, como recalcó varias
veces Miguel Ángel Cadenas, el obispo de Iquitos. El micrófono estaba abierto y
pasaba de mano en mano con rauda horizontalidad, de modo que todos
sentíamos que en cualquier momento podíamos expresarnos en completa libertad.
“Un paso clave hacia una Iglesia amazónica más organizada, participativa
y comprometida con el cuidado de la casa común”. “El objetivo (…) es proponer
acciones conjuntas para la construcción de un plan pastoral intervicarial”. “Un
espacio histórico”, etc. La crónica la pueden leer acá, y luego quedan las sensaciones, el
poso que nos ha dejado este acontecimiento, tan sencillo como innovador. Sé que
hay satisfacción por el paraje eclesial adonde hemos llegado, pero sobre
todo detecto una gran esperanza. La convicción de que estas son la ruta y la
manera, sazonada con la ración de sorpresa que llevan aparejadas las cosas de
Dios.
Por esta quebrada nos adentramos, conscientes de nuestras muchas debilidades
como iglesias casi nacientes, pero con decisión y pujanza. Los
remos son las comisiones intervicariales, a veces un tanto chuecas y limitadas,
pero que están funcionando. Contamos con una cada vez mejor conectividad, con
aliados que permitan financiación, y más que nada con la
afinidad, el cariño y el apoyo mutuo.
Se sueña mejor juntos. Unidos se pueden soñar los sueños de Dios. No conocemos
las siguientes fases de este desarrollo ni adónde nos llevará nuestra navegación
común. Sabemos que Dios desea una Iglesia con rostro amazónico, y esperamos ir discerniendo
sus contornos, atentos al impulso del Espíritu. De momento, en la
travesía ya hay felicidad, el gozo de estar en algo grande, vivo y hermoso,
como la misma Amazonía.