El otro día, sin ir más lejos, conversando con un chivolo de 4º de secundaria, le preguntaba qué va a hacer cuando termine el colegio.
- ¿Vas
a ir a la universidad?
- No
creo. Supongo que me iré con mis hermanos a trabajar a la chacra.
- ¿Y
eso? ¿Tienes bajas notas? ¿No te gusta estudiar?
- Lo que pasa es que mis papás no tienen
plata como para pagarme los estudios en Iquitos.
Así de claro y contundente. Tanto que no
supe qué más decirle.
Pero debería haberle animado a pedir una ayuda para estudios, una beca. Y en
cuanto pueda se lo contaré, porque lo tengo ubicado, es de una comunidad junto
a Indiana que se llama Santa Teresa. Raúl es solo uno de los muchos rostros
concretos que están tras la misma historia: la pobreza de las familias, unida
al elevado número de hijos, impide el paso a los estudios superiores para
obtener un título y “ser profesionales”, como dicen por acá.
En Loreto, el porcentaje de hogares
identificados como pobres o pobres extremos supera el 40%. Solo el 43% de la
población ha completado los estudios secundarios obligatorios, el puesto 22 de
las 24 regiones del Perú. La calidad del sistema educativo es deficiente, pero
influye más la debilidad económica de
las familias, que viven al límite o al día en muchos casos, y más en las zonas
rurales, donde se encuentran todos los puestos de misión de nuestro Vicariato (ver http://sanjosedelamazonas.org/).
Por eso desde hace un par de años, a partir de una donación que llegó a través del p. Diego Isidoro, hemos implementado un fondo de becas para posibilitar que estudiantes que egresan del colegio puedan acceder a formación universitaria. Primamos a los chicos y chicas de lugares alejados y distritos remotos de nuestro territorio, así como a hijos de agentes pastorales o de católicos de nuestras comunidades indígenas y ribereñas.
Por eso desde hace un par de años, a partir de una donación que llegó a través del p. Diego Isidoro, hemos implementado un fondo de becas para posibilitar que estudiantes que egresan del colegio puedan acceder a formación universitaria. Primamos a los chicos y chicas de lugares alejados y distritos remotos de nuestro territorio, así como a hijos de agentes pastorales o de católicos de nuestras comunidades indígenas y ribereñas.
La condición es que el joven tenga buenas
calificaciones en secundaria y cuente con alguien que “le cuide” en el lugar
donde va a estudiar, es decir, que se quede en casa de un familiar (hermano,
tía, primos mayores…) o de conocidos a quienes los padres confían a su hijo. Hay
una comisión que evalúa las solicitudes, y atendiendo a cada caso se concede
media beca o la beca completa. El dinero
se utilizará para pagar la matrícula, los útiles (libros, cuadernos, fotocopias…),
desplazamientos por la ciudad y, si es necesario, para alimentación, aunque
procuramos que la familia aporte aunque sea alguito.
La prestación se concede por un año, y en
todos los casos se asigna una persona
que, in situ, acompaña al becado, le
va proveyendo de fondos y hace un seguimiento económico. Los beneficiarios se
comprometen a dar cuenta detallada de los gastos realizados y a aprovechar la
oportunidad estudiando con responsabilidad para obtener buenos resultados en
sus cursos (=asignaturas). Así van
consiguiendo la renovación de la beca hasta completar sus carreras. Todo queda
consignado en un acuerdo escrito.
Si algún lector desea ayudar a cumplir
sueños, que se ponga en contacto nomás. Gabriel
y Mª Ángeles ya lo han hecho: ellos se casan el 17 de agosto en Salvaleón y
han pedido a los invitados a su boda
que, en lugar de comprarles regalos, les entreguen el importe que deseen para
enviarlo al fondo de becas del Vicariato. Así van a posibilitar que muchos
jóvenes de la selva se desarrollen como personas, lleguen a niveles superiores
de instrucción, alcancen lo que acá llamamos “el buen vivir” y contribuyan a que
nuestra región y nuestro país progresen.
¡Gracias pareja! El Señor va a bendecir
vuestro amor con una gran sonrisa porque es un amor abierto, solidario y
amplio. ¡Qué alegría estar allí para verlo!
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