domingo, 16 de septiembre de 2018

"¿CUÁNDO VAS A REGRESAR YA?"


Estoy con la torre encimita, pero muy sereno. En este último día de las vacaciones me recorren el corazón algunas pinceladas de sensaciones y pensamientos a modo de ¿balance? Más bien el regusto o el poso que me deja este mes precioso. Trato de expresarlo y cierro la maleta.

Ha sido completamente diferente al año pasado ("Tengo la torre encima" - 26 de septiembre de 2017). En primer lugar porque solo ha transcurrido un año: mis sobrinos estaban altos, pero podía reconocerlos; las cosas se han movido, pero conservo las destrezas para brujulear, encontrar las balizas vitales y moverme con soltura. El parking de la plaza de San Atón ya no expide tickets, te leen la matrícula automáticamente (cosa que me deja a cuadros y me hace sentirme como Tarzán traído de la jungla a Londres), pero la fuente está donde siempre, no hay dudas, hay consistencia y seguridad.

Yo mismo también llegué esta vez en una situación muy distinta. No estaba tan extenuado física e interiormente como en 2017, ni mucho menos. Aquel verano estuvo marcado por las "reparaciones", que a menudo resultan dolorosas; este año hubo muchas más risas y menos conversaciones terapéuticas, disfrute y no tanto catarsis. Necesitaba y merecía un desquite, y me ha sentado de maravilla.

- ¿Cuándo vas a regresar?
- Pues el año que próximo, si va todo bien.
- No no, que cuándo vas a venirte ya del todo. (Ha sido la pregunta más repetida estas semanas. Curiosamente da por sentado que tengo que retornar a España, y que toca hacerlo pronto).
- Pero si llevo poco tiempo.
- Sihombre, cuatro años. Aquí también hace falta, ¿eh?

La gente quiere manifestarte el cariño, y esta pregunta es una versión popular. Me he ido entrenando en escapar haciendo una pirueta humorística: "En el sitio en el que estoy solo llevo año y medio, ni me he enterado todavía de dónde me he metido. Estoy empezando". No tan humorística...

Participar en el devenir de la vida de mi familia, encontrarme con los amigos, los compañeros curas diocesanos, celebrar algunas misas en Mérida, visitar a mis pueblos... todo se ha dado con naturalidad, como conducir mi viejo carro, igual que siempre, no se olvida, somos el uno para el otro y al toque nos compenetramos. Es lo que tiene pertenecer. Y eso no caduca aunque la distancia se solidifique y los años se amontonen.

Pertenezco a donde he nacido y crecido. Pertenezco a donde estoy. Pertenezco a donde trabajé y enterré la quishibra. Pertenezco a donde regreso a cosechar y entregar cariño y agradecimiento. Pertenezco a donde siempre puedo volver, malherido o medallista, porque estará la mesa dispuesta para mí sin condiciones ni juicios.

De modo que es mejor, si se puede, volver a menudo. Y así la despedida, aunque siempre penosa, es menos "adiós mundo cruel" y más "hasta luego". Ayuda mucho mi momento presente, lleno de certeza, lucidez y paz.

Gracias por estos días y por mí no teman: "Estás muy bien", me han dicho varias veces, y no solo por por los beneficios de las comidas de mi mamá, sino porque "se te nota feliz". Así es; me voy donde quiero estar, mi sitio hoy por hoy, mi "mera libertad y querer". No me planteo otra cosa. Al Perú y a la selva pertenezco también.

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