sábado, 29 de septiembre de 2018

CAMPAÑA ELECTORAL



El 7 de octubre hay elecciones municipales y regionales, de modo que estamos en plena campaña. El ambiente me recuerda que llevo ya una legislatura en el Perú; de hecho, en mi viaje hacia Chachapoyas a mi llegada hice una escala en Trujillo para visitar al obispo auxiliar Javier Travieso, y aquel domingo 5 de octubre lo acompañé a votar. Quién nos iba a decir a los dos que Javier sería mi obispo en la selva cuatro años después.

Que me voy del tema. Islandia, capital del distrito, está forrada de propaganda, concretamente carteles electorales y banderas de los partidos. Bueno, más preciso sería decir de los candidatos, porque en el Perú los candidatos predominan sobre los partidos políticos, los usan de modo oportunista como plataformas para lanzarse. De hecho, dos de los contendientes de acá se cambiaron de partido no hace mucho, uno de ellos en plena precampaña. Súbitamente los carteles mudaron de símbolos, y el polo del aspirante mutó de verde limón a morado como por ensalmo, pero las caras eran las mismitas.

Caretos de postulantes a alcalde distrital y regional, gobernador o consejero hay por todas partes. En algún caso el photoshop ha actuado de manera invasiva y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia (te cruzas con tal candidato por la calle y descubres que en el cartel parece una estrella de Hollywwod…), y otras veces son los fotógrafos los que no se han lucido precisamente, y hay algún afiche que parece más bien un pasquín de “Se busca” (rostros desafiantes, molestos…) de aquellos de las películas del oeste, por seguir con el tema cinematográfico.

Los símbolos de los partidos son cruciales para ayudar al personal a sufragar, que es el verbo que se usa más por acá. “- ¿Por quién vas a votar? – Por la espiga”, se dice por ejemplo. Marca el gallo, el 1000 (MIL=Movimiento Independiente Loretano), el pescadito o la pala (este partido promete hacer obras, recuerdo aquello de “El alcalde roba pero hace obras” y me parto de risa). Los letreros tienen una intención pedagógica, son auténticos minifolletos de instrucciones para que la gente no se equivoque en el proceso: “Marca así” – y aparecen los gallos tachados, toma ya, que no quede duda.

Otro aspecto de la campaña es la batalla acústica: cuñas y melodías ensordecedoras rivalizan por reventar los oídos de los vecinos a cada paso. Hay letras merecedoras del Pulitzer: “Marcando el pescadito / justicia encontrarás / pasa de mentiras / y el pueblo ganará”. Y siempre, igual que en banderines y posters, usando las chapas de los candidatos más que sus nombres: “Vota a Chupo”, “Arriba el profesor Tito”, “Nuestro amigo Coyote será el nuevo alcalde de Yavarí”. Jeje,

Faltan los mítines, que están programados para la semana que viene. Creo que me los voy a perder porque a ellos acuden nomás los seguidores de cada aspirante. Sí hay a menudo cabalgatas con gritos, música y petardos, en las que dan comida y folletos del partido correspondiente. “Los que apoyan” a un postulante esperan luego recibir la recompensa si éste gana, normalmente en forma de empleo en el municipio o en obras, pero también de combustible o plata propiamente dicha. Se acepta como normal que los trabajadores municipales salen toditos cuando termina el periodo del alcalde que los contrató al vencer, que además por ley no puede ser reelegido y por tanto no concurre a los comicios.

Aunque maniobran para perpetuarse en el poder, y así postulan esposas, hijos o socios de actuales mandatarios… Estos días se compran y venden muchos votos; los candidatos hacen inversiones que recuperarán cuando estén en el poder, que es visto más como un medio de enriquecimiento personal que como un servicio a la comunidad. Son las cosas de mi Perú, que supuestamente desde las altas instancias lucha contra la corrupción y busca mecanismos que conduzcan a una mayor madurez institucional y democrática. Bonitas palabras que se estrellan con la realidad: Islandia empapelada y disputada por magnates locales escondidos tras débiles rótulos políticos, mientras el distrito sigue empantanado en la pobreza y paralizado por el abandono del Estado y las instituciones.

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