lunes, 30 de noviembre de 2015

MI DIÓCESIS, MI CASA


Todo me es familiar en la Asamblea Diocesana. Ya conozco a las personas, los lugares, las costumbres, los horarios, cómo funcionan las cosas. Noto con naturalidad que ya he dejado de ser “nuevo”, y me encanta. Es mi diócesis y me siento simplemente uno más; ya lo he vivido antes, pero acá cobra otros matices, tal vez es más difícil pero tiene su punto.

Es un pertenecer que está hecho de detalles. Por ejemplo, yo tengo mi llave de la casa sacerdotal, que abre fatal (una vez tardé más de un cuarto de hora dale que te pego); entro y, como todos, tengo mi habitación, que es la número 13, tradicional de los “padres de Mendoza”. Cruje el suelo, que huele a petróleo del mantenimiento de la madera. Aquí están mi pijama, mis chanclas para la ducha heredadas de Lolo y mis cosas de aseo. Ya se sabe: en casa, hasta el cucu descansa.

Cuando veo a la hermana Gladys, la ataco preguntándole qué pasa con las animaciones, que si va a cantar la de “El diablo está pisado”. Ella se ríe: “Tiene que bailar, padre. Le voy a estar vigilando”. Con unos y con otros van surgiendo bromas habituales para fastidiarnos. A Castinaldo le llamo “torpedo” porque él dice que hay elementos que torpedean el POA diocesano, están en contra y siempre protestan. Jaja.

Esa es otra: el Plan Pastoral Estratégico Diocesano (PPED) y el Plan Operativo Anual (POA). Diosito, una marea de términos que alocan a cualquiera: objetivos operativos, ejes estratégicos, resultados de impacto, misión y visión, hoja de ruta, estrategias, prioridades, tácticas… Ahí nos sumergimos con la divertida sensación de no estar entendiendo ni papa, pero estamos unidos en la confusión y el estupor.

El cafesito de las 11 es el momento para conversar, reirnos con las anécdotas de la jornada, contratar a uno para una misa o deplorar los atentados de París. Siempre hay gente que me dice que lee mi blog y que le gustó tal o cual historia, o nomás comentan de la última entrada. El café siempre me lo encarga Katy, lo traigo de Mendoza y pone el sabor cálido a una bonita convivencia.

Para llegar a la ODEC, donde son las reuniones, pateamos el jirón Amazonas, que es como la calle Santa Eulalia de Mérida: peatonal, en cuesta, abigarrada de tiendas y sembrada de gente; el ombligo de la vida de Chachapoyas. Es parte del encanto de estos días pasear por la plaza, hacer tus compritas, tomar un helado o un chocolate marca Sublime y llenarte de la belleza colonial de la capital.

Ya son las 7 y vamos a concelebrar la Eucaristía en la catedral; busco mi alba, una que Katy ha marcado con mi nombre, y ese detalle me chifla, estoy en mi casa, con mis compañeros.Y por eso mismo al ratito me toca lavar todos los cacharros de la cena, un viaje de platos, vasos y cubiertos. Es lo que tiene: hogar dulce hogar…

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