domingo, 17 de agosto de 2014

MI POZO BLANCO (párrafos de una despedida)


No cupieron aquellos dos días todas las palabras. Y todas las que acerté a decir no caben aquí. Al menos que pueda decir GRACIAS.

Al principio me costó una mijina aceptar que el pueblo es muy pequeño, pero pronto y muy fácilmente empecé a sentirme a gusto en la parroquia, con mis vecinos, con todo el mundo. Un pueblo chico pero grande en humanidad, en cercanía, en solidaridad; una parroquia modesta pero rebosante de posibilidades, compuesta por personas excelentes. Recuerdo que desde el primer momento os vi receptivos a propuestas nuevas, abiertos a  ir asumiendo responsabilidades con  valentía  y generosidad. Jamás me he sentido solo. Creo que hemos crecido  mucho, y sobre todo  hemos disfrutado mucho juntos y hemos sido felices. Yo desde luego muy feliz.

Feliz recorriendo mi pueblo, entrando  en las casas, visitando a los enfermos y a los mayores. Feliz en nuestras miles de reuniones, feliz en los carnavales, en Navidad, charlando con los jóvenes, paseando por la mañana temprano, en misa, en la velá, en catequesis o en el centro sociocultural; feliz lavando los pies el jueves santo, tomando algo con los amigos en el Guardina, limpiando el desván, bautizando, en el mercadillo, en la Patrona; feliz mientras a la iglesia le ponen el tejado nuevo y bañándome en la  piscina; muy feliz y orgulloso celebrando la Eucaristía con todos vosotros el día de la Parroquia y bailando en la Vigilia Pascual; y luego tomando el chocolate. Contento como un berro en el agua de ser vecino y párroco de Los Valles, ¡toma ya! Y así lo he ido contando en mi blog  y he dejado escrito en mi libro.

Ha sido muy hermoso. También a veces muy duro, ya ha habido otras lágrimas antes que estas, ¿verdad? Porque cuando amas mucho has de prepararte a sufrir, y yo quiero inmensamente a mis pueblos.

He recibido mucho aquí: he aprendido y he crecido mucho, y por eso deseo deciros GRACIAS. Siempre os mandaban curas recién ordenados, zagalitos recién salidos del cascarón; yo había echado los dientes en otro  lado y vine ya mostrenquito, pero aquí veo que he madurado, que me he fortalecido; a lo mejor sé menos, pero siento más, puedo comprender mejor, creo que soy mejor persona, más sencillo y más humano. Mi madre lo nota: habéis sido  unos buenos maestros: el César que llegó es distinto al César que se marcha. Ha sido para mí una experiencia decisiva; si no hubiera sido por mi parroquia, yo no sería el hombre, ni el cura que soy ahora, y desde luego no podría ni soñar con Perú ni con nada. Os lo debo a vosotros. Muchas GRACIAS.

Y ahora… hay que leer estas  palabras. Son un poema de J. R. Jiménez que lleva cinco años  en mi tablón, delante de mis ojos en mi  mesa de trabajo:

Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas las tardes el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón de aquel mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostáljico.

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.
(Juan Ramón Jiménez. Segunda antología poética, 1922)

Me voy y no va a pasar nada: van a seguir los pájaros cantando, y el pozo de la hondoná en su sitio. La parroquia sigue su camino, y mi camino me lleva ahora a Perú. Es algo pendiente en mi vida, un gran sueño que tengo desde niño, es una llamada reiterada del Señor. Tenéis que seguir ayudándome (no está toda  la tarea hecha, ¿eh?), empujándome con vuestro cariño aunque sea en la distancia; lo voy a necesitar mucho. Todos me decís que tranquilo, que seguro que sale bien, ¿no? Pues vosotros también, yo os digo lo mismo. Ahora comienza una etapa nueva (para vosotros y para mí). Me siento orgulloso de nuestra parroquia, que está llena de vida y de dinamismo. Estáis sobradamente preparados para llevarla  adelante. Habrá dificultades, para  vosotros y para mí, pero no tengamos miedo: dejémonos llevar por el Señor, que nos conduce y nos dará lo que necesitemos para  seguir construyendo su Reino. Sencillamente, sed como sois y no deis ni un paso atrás, y todo saldrá bien.

Desde que ponemos el pie en un pueblo, los curas somos provisionales, somos una raya en el agua. No somos dueños de nada, sino que los curas pertenecemos a la comunidad, que es la suma de cualidades, de disponibilidad y de amor: cada persona, chicos y grandes, aporta lo que es, aporta su pan y su pez. Y el cura es el servidor más pequeño, que simplemente acarrea los panes y los peces de todos y los prepara para que se puedan compartir.

Esto es lo que he intentado; he hecho lo que he podido. Perdonad los  errores que he cometido, o si a alguien no he tratado todo lo bien que se merecía. Ahora paso a la lista de vuestros párrocos, y es un privilegio que me recordéis junto a Calvino o a Nemesio; yo también prometo que vendré a veros cuando  pueda. Me siento feliz de haber sido vecino y párroco de Los Valles; es un honor que ostentaré toda mi vida, que me acompañará siempre. Le doy las gracias al Señor por el inmenso amor que me ha demostrado poniéndoos en mi camino; os doy las gracias de corazón a todos vosotros, a mi parroquia, a mis pueblos. Os llevaré siempre en mi corazón.

Y a la vez, un pedazo de mi corazón se quedará para siempre en Los Valles, en vosotros. “Solo las montañas no se vuelven a encontrar”, dice el refrán africano. Os quiero mucho; en Perú o allá donde me encuentre, aquí tenéis a vuestro amigo, cura pero para siempre amigo.

2 comentarios:

Fénix dijo...

Sigues escribiendo lo que te marca tu corazón a primera hora del alba, hay cosas que no cambian nunca. Un abrazo

Autóctono dijo...

GRACIAS A TI CÉSAR. FRIENDS FOREVER