domingo, 22 de diciembre de 2013

TRISTE Y TRAICIONERA ALEGRÍA NAVIDEÑA


Es una costumbre en mi pueblo, como en otros muchos: salir por la calle a cantar villancicos a quien se ponga por delante y entrar en varias casas de gente mayor a ofrecer nuestro arte por si no se han enterado de que estamos en Navidad.

La cosa empieza en los Pisos Titulados a la hora del café de media tarde. Conchi, Mello y Eugenio nos tenían preparada una merendola a base de anís, polvorones, caramelos y chuches para los niños. Como este año los guitarristas éramos unos aficionados (faltaba el maestro), las coplas sonaban más "caseras". Otros años Celes y Antonia Rosca han sacado a bailar a Avelino. Los ancianos escuchan los gallos con caras entre la resignación y la perplejidad. Pero es un momento bonito, y hasta José el vallero se ha arrancado a cantar.

Es un recital indiscriminado, pero también tiene sus objetivos claros y tradicionales: los más mayores de Los Barrios. Y hacia allí pusimos rumbo enseguida, haciendo una parada en el Abanico para hacernos esta foto. A Faísco lo hemos entallao este año en casa de su hija Carmen, y nos ha recibido tan contento como siempre. Como en el libreto no teníamos su villancico favorito, Los Campanilleros, pues lo ha cantado él. La estrofa que más le gusta es la que dice:

A la puerta de un rico avariento
llegó Jesucristo y limosna pidió,

y en lugar de darle una limosna
los perros que había se los azuzó.
Pero quiso Dios, ...
que al momento los perros murieran
y el rico avariento pobre se quedó.


Jejeje, la vida está hecha de ritos... Luego, por supuesto, Saturnino y Agustina, que ya nos estaban esperando. Y finalmente Juanico, con su particular show. Me ha dado varios abrazos mientras me decía: "¡que se esté usté muchos años con nosotros!", y me invitaba a su Alameda a coger higos, que hay muchos. Remedios sacó otra ronda de anisete, los cachetes de Isabel pasaron a carmesí, los zagales se tomaron una cocacola, Mari Carmen había vendido ya varias papeletas de la rifa del pavo y... cada mochuelo a su olivo hasta el año que viene.

Al llegar a casa me aplastó un poco el silencio. En el paladar notaba el regusto de esa especie de alegre tristeza de la Navidad. Una soledad que te palpita en las sienes, lenta pero implacable. El rumor de todas las amarguras de la vida, de lo que pudo ser y no fue, todo regresa por momentos como escombro o como cansancio que oscurece y atolondra. La tonadilla de la dedicatoria de Ana María Matute en "Olvidado Rey Gudú":

A todo lo que olvidé.
A todo lo que perdí.

Sí. Es una melancolía impostora, envuelta en belenes, turrón o adornos, que encuentra en estas fechas su caldo de cultivo. Reaparece sin paliativos, porque todos tenemos heridas, pero queriendo ser íntima con la excusa de no entorpecer el general jolgorio, y así logra permanecer a salvo de aceites y vinos (Lc 10, 34) sanadores. Pero a mí me aturrulla, e intento espantarla escribiendo esto. Perdonen los hooligans de la Navidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es cierto, todos tenemos heridas que en estas fechas nos ocasionan tristeza; pero debemos de seguir y transmitir a todos los que están con nosotros(sobre todo a los jovenes de la familia)mucha
alegria.