miércoles, 4 de diciembre de 2013

¿QUÉ TIENE QUE VER PLANCHAR CON LA CORRESPONSABILIDAD DE LOS LAICOS?


Sí, ya sé que no es muy glamuroso, pero esto es lo que se ve la mitad de los días en la puerta del cura de Santa Ana, cuando el sol se decide a rociar un poquito de su yesca en la parte delantera de mi casa, calle el Cuerno, 14 (que no 16). Más o menos a la hora del vermú.

Mi vecina Josefita es la que habitualmente orea mi colada en su terraza y su doblao, pero se ha puesto una rodilla nueva y está en el dique seco, así que he descubierto que secar la ropa es una cuestión de ingenio y de perseverancia. Como tantas otras cosas en la vida. Hay que ir rastreando una mijina de sol y buscando fuentes domésticas de calor: calzoncillos bronceándose, el tendedero portátil en la entrada, calcetines tostaditos al brasero, toallas ante estufas o radiadores... Esta rectoría tiene que parecer un mercadillo después de un chaparrón.

¡Qué días de frío, madre! Es horroroso. Para estar por casa, te pones el pijama con un chándal y la bata encima. El aceite se vuelve impracticable, se congela y tapona la boquilla del porrón con un carámbano; si vas untar galletas, al bote de Nocilla hay que trabajarlo con escoplo, sacar pegotes y meterlos en el microondas. Descongelar la comida es otro drama que también entra en el circuito textil: hay que traer el taper al salón, porque la cocina está a menudo a menos temperatura que los 5 grados del frigo, y no es broma (que se lo pregunten a Manolo Alegre). Y al terminar de ducharme, saco una mano por una rendija que abro en la mampara, agarro la toalla y me seco dentro, con los dientes acompañando sevillanas a pesar de que el calefactor está a toda marcha. Ay, qué fresquito es mi pueblo.

Otra experiencia totalmente choc es la plancha: como de eso se encargaba también Josefita, resulta que llevo dos meses en los que he planchado más que en los 43 años anteriores. Y oyes, le estoy cogiendo el truquillo, eeeh? Las camisas me imponían porque, cuando me había visto en el trance de planchar alguna, había echado media tarde y había acabado con los riñones aplastaos. Pero ahora, fiuuuuuuu, plancho como quien come pipas, mientras hablo con mi madre por teléfono o preparo la homilía del domingo. Y la camisas me quedan... que no se ven debajo del jersey.

Digo yo que será por la práctica, aprendemos a base de repetir. Esa es la pedagogía de los Ejercicios. Y eso le servirá, ahora que lo pienso, a la gente de mis parroquias. Si yo, con lo torpe que soy, plancho ahora con los ojos cerrados, los laicos de aquí pueden coordinar sectores completos de la pastoral, preparar reuniones y celebraciones, acompañar a los padres y padrinos, etc. Al principio cuesta un poco lanzarse, pero luego, por el camino, vamos adquiriendo destrezas, aprendemos equivocándonos, ensayando y atreviéndonos. La necesidad nos apremia y la vida, con sus repeticiones, nos capacita.

Se lo voy a cascar en la siguiente reunión: ¿qué tienen que ver el frío, secar la ropa, la plancha y la corresponsabilidad de los laicos en la misión? ¿Eeeeeh?

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