lunes, 6 de septiembre de 2010

SERRAT EN MÉRIDA

Fue la semana pasada. Junto a otras 3000 personas tuve el privilegio de asistir al concierto de Joan Manuel Serrat en el teatro romano de Mérida, mi ciudad… ¡qué experiencia! Y eso que era mi segunda vez, porque ya hace unos veinte años (¡!) que me deleité con “Mediterráneo”, “Aquellas pequeñas cosas”, “Algo personal” y “Las nanas de la cebolla”… nanas con las que he vuelto a emocionarme, puesto que en esta ocasión el cantautor ha interpretado solamente los temas del disco “Hijo de la Luz y de la Sombra” intercalados con los anteriores poemas musicados de Miguel Hernández.

Serrat apareció en medio de las espectaculares e iluminadas columnas romanas y todos nos pusimos en pie y aplaudimos. Serrat no necesita cantar, su mera presencia entusiasma y produce admiración; por su talento impresionante, por su trayectoria, su sensibilidad y su sabiduría, que parece ser ahora más profunda tras haber superado un cáncer hace poco.
Con una interpretación orquestal de gran calidad, Serrat fue desgranando páginas magistrales de Miguel Hernández; casi no habló entre tema y tema, sólo fue portador de la palabra eterna del poeta.

Me llamo Barro aunque Miguel me llame.
Barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame.

Fue increíble vibrar de nuevo con “Para la libertad”, sentir la dulzura de “Cerca del agua” o la genialidad de “Sólo quien ama vuela”. Pero cuando se desgranaron los acordes de la “Canción del esposo soldado” noté que las lágrimas me acechaban. El poeta atormentado en plena guerra civil, su espíritu inofensivo envuelto en algo tan terrible, nos llegó a través de la voz de Serrat.

He poblado tu vientre de amor y sementera…
Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.

Cómo él explica el porqué de esa sinrazón, cómo trata de justificar a su mujer la necesidad ineludible de la guerra…

Escríbeme a la lucha siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo.
Y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.

Es preciso matar para seguir viviendo…

Para el hijo será la paz que estoy forjando…

Pero es un hombre enamorado, que se siente perdido sin su esposa, que sufre su lejanía y se lo dice con una belleza inigualable.

Un día iré a la sombra de tu pelo lejano.
Y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.

Tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.

Fue asombroso sentir cómo, casi cien años después, Miguel Hernández, en una noche de verano, nos invadió el corazón, me hizo desear vivir intensamente. Una música magnífica, una voz entregada, la hermosura de las palabras nos envolvió… Una noche mágica e inolvidable. Miguel Hernández es inmortal. Gracias, Serrat.

1 comentario:

Anónimo dijo...

yo que tambien he tenido el privilegio de estar en el conciert0.(dicho sea de paso, gracias a mi mejor amigo),no has podid0 transmitir mejor lo que sentimos todos los que allí nos encontrábamos,que creo lo demostramos con nuestros aplausos.
¡Que arte tienes sacando fuera tus sentimientos!UN BESAZOm
TITA