Y también se ve a las gitanitas, bien ataviadas, como todos los niños que participaron en la representación de la misa de Nochebuena en Yanashi; encantadora, divertida y entrañable, genuina manifestación del significado de la Navidad en esta periferia pobre de la Amazonía peruana.
La celebración se inicia con los pastores y el
resto de personajes ingresando a la iglesia en filas, cantando y danzando con
ese ritmo que me maravilla porque es como la vida misma: dos pasos adelante
y uno atrás, dos adelante, uno atrás…
Vamos pastores, vamos, vamos
A ver al Niño, vamos, vamos…
A ver al Niño, vamos, vamos…
Los ángeles se adelantan y llaman cantando a
todos, “a ver a María y al Niño también”, porque “ya ha llegado el
gozo de la Navidad”. Solo cuando llegan delante del presbiterio se dice
“en el nombre del Padre”, etc. Durante el Gloria una pareja se acerca y
coloca a Jesús en el pesebre, hasta ahora vacío. El grupo, de más de treinta
niños y niñas, permanece llenando el pasillo central toda la liturgia de la
Palabra.
A cada lectura se “contesta” con estribillos
de toda la comitiva. Hay que tener en cuenta que el imaginario bíblico
contrasta con el paisaje, el clima y la cultura de acá. Aunque las letras
hablan de “montañas” y “hielo”, la selva baja es una inmensa planicie donde la
temperatura media anual es de 27 grados: ni nieve, ni escarcha. La gente
tampoco ha visto jamás una mula, rebaños de ovejas o cabras; alguna vaca o buey
probablemente sí, pero raro.
Por eso tenemos problemas con los pastores,
que son difíciles de ubicar como arquetipos de los más humildes; y tampoco hay
casacas o gorros de lana, como cuando yo era niño. Pero el talento del
pueblo ha incorporado a los marginados habituales de esta sociedad: el
negro, los indios (¡con el estigma y la carga despectiva que tiene esa
palabra!) y el viejito, que siempre aparece en las pastoritas en todas
partes, y simboliza a los ancianos abandonados, a los más vulnerables en
general.
De modo que, como en el evangelio de Lucas, son
los más pobres los que tienen ojos para identificar la salvación que llega en
ese bebé nacido en un establo, y los primeros que van a adorarlo. Dentro de
esa categoría están las minorías étnicas:
Somos las pobres gitanitas,
que hemos venido desde muy lejos,
para adorarte con estos ramos de flores.
que hemos venido desde muy lejos,
para adorarte con estos ramos de flores.
Y también queda clara la apertura universal
del amor divino: llegan los magos Melchor, Gaspar y Baltasar con sus presentes,
y también la reina de Ungría (sin h en el folleto), que le dice al Niño Manuel:
vengo a ofrecerte mi corona y a obsequiarte este ramo de flores. Ahí
aprecio genialidad y precisión, porque el oro, el incienso y la mirra hay que
explicarlos, pero la corona y las flores (belleza efímera tan difícil de hallar
en la selva) se entienden perfectamente sin palabras.
Mientras los pastores cantan y declaman, me
percato de que muchos adultos musitan las letras. Luego me confirmarán que se
las saben desde pequeños. Así se van conservando y trasmitiendo las melodías y
la sabiduría que encierran, con resonancias de la tradición peruana y amazónica.
Y de este modo el pueblo menudo incorpora, elabora y expresa, a su
manera y con sus códigos, el misterio de la Navidad.
En el barullo de darnos la paz pienso que de
hecho la verdad de esta fiesta ha conectado con la sensibilidad de esta cultura
y calado hasta su corazón. Aunque pronto me espabilo, cuando veo que el
negro, tiznado de polvo de carbón, viene a abrazarme…
Mami, estoy seguro de que lo has visto y te encantado.




