Fueron cuarenta bautizos, ¡cuarenta! Por tanto, fiesta gorda para los kichwas, masato a raudales, la iglesia a rebosar, las warmis con sus mejores galas… Pero también ocasión única porque se despedía pani Domi, Pishcu Chaqui, después de 9 años de compartir la vida con este pueblo. Como es natural, allá me embroqué para vivir ese acontecimiento.
Dominik es una habitual de este blog, protagonista de varias
aventuras, inspiración de mi vocación misionera, modelo de amor por este
pueblo y persona clave en mi discernimiento para venir al Vicariato. No
podía dejar de estar con ella en este momento; primero porque la quiero, y
después como representación del obispo, como reconocimiento oficial de
su labor y entrega en Angoteros. Así lo declaré cuando me tocó decir unas
palabras.
El día comenzó preparando un shunto de sándwiches
de atún, pancitos de mantequilla y mermelada, decenas de bolsitas llenas de
canchita, galletas y caramelos, junto con varios baldes de refresco y un
buen viaje de botellas de gaseosa. ¿Y quiénes armamos semejante
refrigerio? Pues las tres religiosas que forman el nuevo equipo de Angoteros:
Clara y Nancy, paraguayas Misioneras Siervas del Espíritu Santo, más Pati,
peruana de la Compañía Misionera del Sagrado Corazón de Jesús. Además, la
ecónoma vicarial Anna Borkowska. No sería por falta de autoridades.
Porque sí, se sentía el ambiente especial en la
decoración del templo (“Pakrachu Dominik”), los chicos y chicas del
internado en pleno, y algunos rostros denotando pesar. Los naporunas no son
tan expresivos, es difícil interpretar los estados de ánimo, pero aquella
mañana me pareció detectar emociones propias del adiós, el cariño acumulado que
pugna por mostrarse, alguna lágrima que se escapó en hombretones hechos y
derechos. Sobre todo, al final.
Pero primero hay que contar la celebración. Domi se las
ingenió para organizar de manera que no hubiera un completo desbarajuste a la
hora los ritos: el achiote, los “soplones”, las wireras, la sal (cachi)…
Todo ya lo he relatado acá. Y he de decir que se arma un delicioso barullo, divertido,
pero increíblemente ordenado; la gente hace las cosas a su manera, con su
gracejo y en su ley. Y siempre respetando la liturgia, ¿eh?
Me pidieron que narrara el evangelio, el episodio del
bautismo de Jesús. Para escenificarlo, sacamos a los personajes de entre el
público: doña Enercia, que hizo del Maestro, Juan, Dios Pachayaya y la paloma.
Resulta que un viejito tiene como chapa justamente “Pachayaya”, así que lo
llamé a él para ese papel y durante la representación las carcajadas
retumbaron. Me impactó cómo todo el mundo conocía el pasaje, y fue fácil
conectarlo con lo que estábamos viviendo.
Se hicieron dos colas en para el agua: Domi, que tiene
facultades para bautizar, y yo. La celebración la presiden y conducen los kuyllur
runa, que se colocan una especie de peto blanco. Los sacerdotes, cuando
estamos, nos sentamos junto a ellos con esa misma vestimenta e intervenimos
solo cuando nos corresponde: la consagración, la homilía y poco más.
Llegó el momento de los discursos, fundamentalmente
agradecimientos por parte de unos y otros. Más que estar pendiente de las
palabras, me impregné del significado y la mística de ese instante: un pueblo
indígena que se despide de una misionera a la que han aceptado, querido y
considerado una vecina más entre ellos (de hecho, existe el “barro Domi”). Ella
explicó que se va por propia voluntad, que siente que ha cumplido un ciclo en
su vida y necesita, por bien de todos, cambiar. Y creo que la gente linda, con
su sabiduría sencilla y profunda, lo comprendió.
El relevo quedó expresado de manera plástica en el paso de
manos del remo, que recoge la imagen. No necesita muchos pies de foto: ahora
les toca bogar a ellas, junto con Matías, que llegará pronto. Una nueva etapa
en esta misión, en la misma olada de generosidad, respeto y admiración por esta
cultura y estas gentes, a quienes Domi ha servido hasta y en su adiós.
Gracias, madrina; porque, como leímos hace poco, “amar es también saber irse”.
PS: Cuando ya había terminado todo, llegaban las mujeres
para invitarnos a huevos a los kuyllur runa, a mí, al monitor, etc.
Fueron una carrafilera de huevos sancochados; algunos me los iban metiendo de
frente en la boca (vean el brazo extendido con el vestido rojo en la foto),
otros los recogía con mi mano mientras masticaba. Llegué a tragar tres o cuatro
y tenía siete u ocho esperando…
4 comentarios:
Hola, que privilegio tiene ud de conocer a nuestra selva profunda, muchas vendiciones en su larga misión 🙏🥰
Que bonito P.Cesar hacer la obra misionera es sufrida pero al mismo tiempo es regocijo
Felicidades por recoger tanta experiencia vivida, dentro de cada puesto de Misión.
Dios lo siga bendiciendo para que pueda seguir compartiendo.
Gracias y bendiciones.
Un gran saludo César, siempre transportándonos a ese mística amazónica que tanto tiene que aportar a la Iglesia y el mundo.
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