Ha pasado un mes largo desde la elección de Robert Prevost
y, ahora que veo que en RD empieza a haber noticias que no se refieren al nuevo
Papa, y después de bastantes conversaciones con unos o con otros, me animo a
escribir algunas impresiones sencillas acerca de estos primeros pasos de León
XIV. Sin pretender darle consejos ni pedirle que haga nada; el pobre hombre
ya tiene bastante encima.
La aparición en el balcón fue crucial, por las palabras y
por la expresión gestual. El discurso, tan preciso, tan bien armado, con
tanta intención, tan exhaustivo… me hace pensar que la noche anterior, incluso
los días previos, el bueno de Mons. Robert Francis debió intuir que le podía
tocar. Eso no se escribe en diez minutos, y menos bajo presión… “paz desarmada
y desarmante, humilde y perseverante”. Maravilla comunicacional por eficacia,
impacto y concisión.
Una parte de la alocución fue en español, y dirigiéndose
directamente a su diócesis de Chiclayo, en Perú. Alguien me hizo notar el
otro día que Francisco, en la misma situación en 2013, no habló en español, a
pesar de que era su lengua materna, y no la es de Prevost; y esto es muy
relevante por la dimensión del mundo latino dentro de la Iglesia, y el especial
contexto de tensión de los migrantes en USA. El Papa se mostró como un
pastor genuino y como un valiente profeta, el que tenga oídos para oír que
oiga.
La gesticulación fue muy contenida, discreta… pero su rostro
lo revelaba todo. Un comentario en mi blog decía que “Me emocioné cuando le
vi salir por primera vez al balcón. No vi un papa, vi un hombre emocionado,
sencillo, humano, espiritual, sobrecogido por la nueva misión”. Sí. Se
le notaba un poco desbordado por las circunstancias, sin tiempo para encajar bien
lo que le estaba pasando, por momentos a punto de llorar, conmovido pero
determinado.
En la misa de inicio de su pontificado, el domingo 18 de
mayo, León XIV se presentó como “como un hermano que quiere hacerse siervo
de su fe y de su alegría”. Me sigue iluminando esta declaración. El Papa se
piensa como servidor de la alegría del pueblo, catalizador del gozo de la fe y
el seguimiento de Jesús. Recuerdo aquellas primeras jornadas y descubro
sorprendido que era justamente la alegría el sentimiento predominante, y lo
sigue siendo hasta hoy, a pesar de que, para mucha gente, Prevost era un total
desconocido.
Veamos más comentarios de mi entrada sobre el viaje en el
bote que olía a chancho:
- Qué alegría tan grande. Cuánto me alegro
- Pues lo pensé, dije: A lo mejor César ha estado con él en Perú, y no me equivoqué. Qué alegría tan grande, César. Me alegro mucho por ti. Algún día podrás ir a visitarlo a Roma. Me encanta este Papa desde que lo vi salir al balcón. Me emocionó. Un abrazo
- Pensé en ti y estaba deseando que escribieras algo... qué alegría más grande que lo hayas conocido… tiene cara de muy buena persona
- Hola César, que alegría que estés tan contento. Un abrazo
- Qué alegría tan grande. Cuánto me alegro
- Pues lo pensé, dije: A lo mejor César ha estado con él en Perú, y no me equivoqué. Qué alegría tan grande, César. Me alegro mucho por ti. Algún día podrás ir a visitarlo a Roma. Me encanta este Papa desde que lo vi salir al balcón. Me emocionó. Un abrazo
- Pensé en ti y estaba deseando que escribieras algo... qué alegría más grande que lo hayas conocido… tiene cara de muy buena persona
- Hola César, que alegría que estés tan contento. Un abrazo
Es como si, con este hombre, Diosito nos hubiera concedido
lo que se pide en la cuarta semana de los Ejercicios Espirituales: “gracia para
me alegrar y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro
Señor”. La felicidad más grande es cuando gozamos de la dicha del otro, como
hacen los amigos verdaderos. La alegría y el gozo auténticos están descentrados,
y son contagiosos, gestores de sinodalidad: el Papa León está abrumado, pero
sereno y contento, y eso tiene un efecto multiplicador, todo el mundo parece
estar encantado con él.
A principios de febrero de 2019 fui a Huacho, en la costa al
norte de Lima, a un cursillo sobre el proceso rápido de nulidad matrimonial que
el Papa Francisco estaba implantando. Había allí varios obispos, y el primer
día, el seminarista que conducía el evento los iba mencionando para que los más
de 200 participantes los conociéramos y saludáramos. Cuando llegó a Prevost,
la aclamación fue enorme y atronadora: “¡Un aplauso para Monseñor Robert
Francis!”. Se paró y saludó con la mano, esa sonrisa tímida que ahora vemos por
todas partes. La gente lo quería mucho. Lo recuerdo muy bien porque me impactó.
Se me va acabando el espacio, solo añado que estoy
convencido de que las reformas van a continuar y se van a profundizar, con un
estilo de consolidación firme y tranquilo, como si actuara la mano izquierda de
Francisco, menos espectacular y protagonista, pero más integradora. En
concreto espero que se den pasos adelante con el Rito amazónico. Y un último
comentario especialmente lúcido:
“Por su trayectoria, es una persona con importantes
cualidades y capacidades para desempeñar este cargo. Si bien toda misión no
depende de uno mismo, y se ve influenciada por la estructura en la que se
contextualiza. Ojalá los corazones estén abiertos al soplo del Espíritu y no se
empañen con resistencias estructurales que anclan las almas en el pasado. Pido
para él que su determinación y coraje sean más fuertes que las presiones y
miedos que puedan salirle al paso”.