Me atraía conocer Canadá más que los Estados Unidos, pero no
me podía figurar cuánto me iba a gustar Quebec, la región francófona del país,
la cuna de nuestro Vicariato; la cultura desde la que partieron los fundadores
que comenzaron a escribir esta aventura misionera, que llega ahora a los 80 años. Fue poner el pie allá y sentirme a l’aise, a gusto, cómodo,
tranquilo.
Los primeros misioneros fueron quebequenses, hijos de esta provincia,
que es nación reconocida como tal por Canadá en 2006, de ADN francés y
católico, herederos de una fabulosa historia de conquista y después sumisión,
de fe que se expande en servicio al desarrollo, de resistencia y fidelidad a unos
valores humanistas y cristianos. Pasear por la ciudad de Quebec es como
estar en una Francia americana, encantadora y llena de sabor, orgullosa de su
raíz.
La colonia francesa se estableció con la llegada de Jacques
Cartier en 1534 (Pizarro había llegado a Perú dos años antes nomás) y la
fundación de Quebec por Samuel de Champlain en 1608. Poco después, en 1658, François
de Laval fue nombrado vicario apostólico de la Nueva Francia. Este obispo y las
congregaciones religiosas misioneras llegadas de la metrópoli resultaron claves
en la construcción del país naciente y en la gestación de su identidad.
A Laval no le interesó levantar su catedral, sino que casi
lo primero que creó fue el seminario, en 1663. Quería tener sacerdotes bien
formados, misioneros que salieran a los lugares más alejados e ignotos del
territorio. Por todas partes hicieron escuelas, puestos sanitarios,
posibilitaron servicios básicos y mejor calidad de vida, pero siempre cuidando
a las comunidades autóctonas, preservando sus culturas ancestrales con
clarividencia y respeto.
Es increíble el papel que las religiosas jugaron en este
proceso de fraguar Canadá. Visitamos el museo de las Ursulinas en Quebec y
aprendimos cómo se adelantaron a su época educando a mujeres instruidas y
empoderadas, fungiendo de constructoras, empresarias, promotoras de cultura,
igualdad y progreso. ¡Qué personalidad la de su fundadora, María de la
Encarnación! Y qué extraordinaria labor la de las misioneras, teniendo en
cuenta además que eran monjas ¡de clausura! como todas en el siglo XVII…
El paralelismo con la misión de los pioneros franciscanos canadienses
en nuestro Vicariato es enorme: ellos iniciaron la educación, la atención a
la salud y tantos otros servicios en este rincón de la Amazonía donde el Estado
peruano no había llegado en los años 50. Del San Lorenzo al Amazonas. Ahora comprendo
y amo más todavía la historia de nuestra iglesia selvática, que también me
cautivó desde el primer minuto. Pero sigamos con esta pequeña reseña.
En 1760 Canadá fue conquistado por los ingleses, pasando a
ser colonia británica en 1763 con el Tratado de París, el mismo en el que
España perdió Florida y Francia recuperó las plantaciones de caña de azúcar de
la isla de Guadalupe. La ocupación trajo la expansión del inglés y la
hegemonía de la cultura británica con la religión protestante. Los rasgos del
Quebec francófono y católico fueron debilitándose, más aún con el impacto
de la Revolución Francesa poco después, en 1789, y el posterior empuje globalizador
de los EEUU hasta hoy.
Claude y Marie-Josée, que me alojaron amablemente en su
casa, me decían que Quebec siempre ha resistido al invasor inglés como la
aldea de Astérix. A partir de los años 60, con la “Revolución tranquila”,
los quebequenses promovieron las familias numerosas y la defensa del francés, rehusando
a hablar inglés; apostaron por la formación superior de cuadros dirigentes, por
conservar y fomentar las tradiciones, recordando y actualizando sus fuentes europeas.
Creo que la batalla continúa, pero no puedo evitar intuir
que no se puede ganar. He visto una sociedad muy envejecida, de crecimiento
natural de la población negativo (mueren más personas que nacen) y el
catolicismo relegado a los monumentos y los topónimos, aunque moteada de brotes
de esperanza: rostros de inmigrantes jalados por el donaire de la flor de lis,
como yo. Lo cuento mejor en la siguiente entrada.
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