sábado, 22 de junio de 2024

CARGADORA


Estábamos esperando que zarpara el ponguero en Tamshiyacu cuando reparamos en que había una lancha recién atracada con materiales de construcción para la obra del colegio Agustín Rivas. Una carrafilera de gente se movía, como laboriosas hormigas, afanándose en la ardua tarea de la descarga; entre los chaucheros, algunos bastante jóvenes, descubrimos a una mujer.

Me sorprendió porque ya conté que me parece un trabajo muy duro, muy físico, como reservado a los varones, y realmente nunca había visto a una mujer en esa chamba. Pero ahí estaba ella, de unos 30 años, acarreando y transportando sacos de cemento de 50 kg sobre sus hombros; y a veces sin manos, como en la foto. Diosito lindo.

El bote demoraba, así que nos sentamos junto a una bodega. Los chaucheros pasaban justo delante de nosotros y yo seguía cada vez más admirado. Alguien llegó vendiendo aguajes, compramos algunos y, a la siguiente vuelta de la mujer, la invitamos. Así pudimos conversar un ratito y ella tomarse un respiro.

Nos contó que les pagan 80 céntimos de sol por cada saco que suben; es decir, ¡unos 21 céntimos de euro! “¿¿¿¿Cómo así????” Mis ojos debieron abrirse como platos por el asombro y la indignación. Llevaba toda la tarde del día anterior currando, y le quedaría hasta las 3 de esa tarde, de modo que sería una jornada descargando, en total unos 50 sacos, 40 soles, 10,5 €.

Yo estaba a cuadros y desatado de chismoso: “¿Y no hay otros empleos que puedas encontrar mejores que esto?”. Ha intentado de todo, pero no hay forma; tiene tres hijos a los que alimentar, y no queda otra que entrarle a lo que le salga. “¿Y el papá de los niños?”. “Estábamos un tiempo en Lima, pero nos abandonó. Se fue con otra mejor”. Mejor que tú no creo, pensé yo.

Vaya moza más brava. “Pero el papá tiene que pasarles la pensión a los bebes, llevan su apellido, la ley le obliga, ¿le has denunciado?” – seguimos con el interrogatorio. Resulta que ella no conoce el domicilio del hombre, no logra averiguarlo, aunque llama y llama, pero él y su familia solo la pelotean… (se le quebraba la voz). Y por eso la denuncia no procede, porque no hay como notificarle. Qué miserable.

“¿Y si solicitas el programa Juntos (ayuda social del Estado)?”. En la Municipalidad le dicen que no se puede inscribir al programa porque sus niños no han nacido acá, sino en Lima. Lo más alucinante es que “los de la oficina me dice que me embarace nomás, y ahí sí se tramita la ayuda y la dan”. Me quedo sin palabras ante tamaña insensatez administrativo-descerebrada; los premios Nobel que andan sueltos por ahí, y nosotros con estos pelos…

“¿Y cómo te sientes con esta faena tan fuerte?”. “Mis hombros están pelados por el roce del cemento, aunque nos protegemos. Duele mi cintura y peor mi espalda, sobre todo en la noche”. Masticaba su aguaje y conversaba sudorosa, pero sin perder la sonrisa. Es pobre extrema, no tiene nada, pero vive por sus hijos y su energía es inmensa, igual que su dignidad. Está de pie, con la vida a cuestas.

sábado, 15 de junio de 2024

LLUSHKI UMA EN RUMI TUMI

 
Alto Napo 3

Algo característico del humor de los kichwas del Napo son las chapas, es decir, los motes. Son ingeniosos y hacen reír, pero a la vez hay que tomarlos muy en serio porque señalan un rasgo de la persona que la califica a ojos de la gente operando como sinécdoque chistosa y punzante. Ya mencioné acá hace un año a Pishcu Chaqui, por ejemplo.

Ojalá alguna vez yo me merezca tener mi chapa, eso será signo de familiaridad con este pueblo, de que me conocen y me aprecian. Por el momento, funciona bastante bien Llushki uma, es decir, “cabeza lisa”, calvo. Las carcajadas remontan hasta el Ecuador cuando alguien lo dice; en general todas las bromas en torno a que uno es pelacho levantan risas, hacen que el personal se vacile.

Llushki uma, junto con el resto del equipo, llegó a Rumi Tumi, quizá la población más grande de ese sector de vueltas del río. Con posta médica y tambo, con colegio secundario que supuestamente inicia el año próximo, con barro, alturas y un kuillur runa al frente de la comunidad cristiana que es de los que valen de verdad: Ricson Abarca. Hombre sereno, trabajador, inteligente y paktachi (cabal).

Hoy hay unos 16 bautismos, y eso significa que prácticamente todo el pueblo está implicado en la fiesta. El salón comunal está ya plagado de baldes de masato que señalan y anticipan la celebración. Es mucho más que una bebida, el aswa es un lenguaje completo, es el vehículo de expresión de este pueblo, contiene su alma, muestra su condición. Y es algo que depende casi por completo de las mujeres.

Son ellas las protagonistas en su preparación; aunque toda la familia participa en el proceso de sembrar la yuca, cosecharla, pelarla y cocinarla, solo las mujeres mastican la pasta junto con raíces de camote para acelerar la liberación del almidón, y escupen en la olla humeante. Y únicamente ellas transportan el líquido reverenciado y lo sirven, y ahí también hay una gramática peculiar.

La gente está sentada en el piso o en bancas, la conversación se anima, afloran las risotadas. Una mujer llena un pate de su balde de masato, se levanta, camina hacia otra persona y se lo ofrece. Quien ha recibido el recipiente se lo queda, va tomando mientras continúa el palique, hasta que regresa a la mujer que le ha invitado y le devuelve el pate. Intuyo que en el gesto de dar aswa hay reconocimiento, deferencia, exteriorización de alegría, deseo de compartir. Tal vez también un reflejo ancestral de ayuda y colaboración: la mujer espera al varón que ha ido a cazar o a pescar y le entrega el alimento que ha preparado para que esté fuerte…

De hecho, en mitad de la liturgia del Bautismo una señora se para y le da masato a Domi mientras está hablando a la asamblea; no hay interrupción, Domi lo recoge con naturalidad y da sus tragos entre cantos, crisma y rito de la luz. Pienso en que si viera eso algún liturgista purista se le pondrían los pelos como escarpias… Pero para los runas cuadra a la perfección, porque el masato es el elemento neurálgico de la fiesta.

Cuando terminamos y damos las boletas es cuando de verdad comienza. Los nuevos compadres se van a la orilla del río y sellan su vínculo compartiendo el aswa sobre las canoas. Aprovechamos para buscar algo de comer porque sabemos lo que nos espera esta tarde: una gira de casa en casa, donde sin duda nos invitarán a masato a raudales, de modo que mejor vamos con alguito en el estómago para aguantar el tipo.

Y así es: a cada paso nos jalan para que entremos a festejar. Y no puede ser la visita del zancudo, porque la lentitud forma parte de este ritual. Te sientas, se conversa… una warmi se levanta con el pate en la mano (“¡oh Dios mío, ya me va a tocar!”), jolgorio, charla, otra mujer masato en ristre –“y de esta no me libro”-, variadas agudezas, anécdotas, chistes con más risas. Demora… En los casos más graves quieren al estilo tradicional, tú con las manos atrás y ella embrocándote el envase en tu boca; y a veces te juntas con dos a la vez, y hasta con tres he visto. Diosito.

Bebes un poco al menos, y devuelves. Pero por más que quisimos ser prudentes, el trasiego de masato fue tal que, cuando llegamos a casa de Ricson, ya de noche, Pischu Chaqui y Llushka uma estaban un poco achispados. Había sajino para cenar y eso nos entonó, y fue una agradable velada en familia. En la mañana, había sido Ricson el ministro del Bautismo, porque tiene facultades para ello conferidas por el Obispo desde hace años. Me confortó conciliar el sueño pensando que en este ensayo de iglesia sinodal tukuy parihu, el sacerdote (yayapagri) es querido, pero no tan imprescindible.

Ricson Abarca durante el Bautismo en Rumi Tumi

domingo, 9 de junio de 2024

MUY VARIADO EN SAN CARLOS

Alto Napo 2

Para atracar en San Carlos hay que seguir una quebrada de aguas negras, cristalinas, una belleza. Es el pueblito mayor de esta zona, así que tiene colegio secundario. De hecho, vemos dos grandes botes en la orilla; nos explican que se trata del transporte escolar, recogen a los estudiantes de cuatro comunidades cercanas y los llevan hasta allí, de modo que ya no tiene que apañarse cual en su canoa. Tremendo logro democrático y verdadero negociazo para la empresa.

Visitar el colegio significa retroceder en el tiempo a los años 50 o ingresar en la cámara de los horrores educativos. La secundaria es un barracón de madera con techo de hoja; sobran las palabras:
 

Se trata de una única estancia enorme separada por toscos y cortos paneles con un pasillo lateral, así que seguro que se oye todo. ¿Cómo podrán dar clases ahí, enterarse de algo y librarse del dolor de cabeza? Al menos las pizarras son blancas, ya es algo:


Se aprecian también algunas carpetas (pupitres), pero doy fe de que había muchísimos más alumnos de lo que marcan las normas, salones con 50 muchachos, amontonados sobre mesas, los codos topándose, hacinados como anchovetas en lata. Días después, en Rumi Tumi, un papá me contó que había tenido que enviar a su hija junto con su carpeta y su asiento, porque no había para ella. Incluso vi a dos adolescentes sentados en la misma silla, medio poto para cada uno, pero me dio roche fotografiarles, disculpen.

Como de costumbre, hay niños fuera de clase por todas partes, desorden, suciedad… Los tapers del desayuno llenos de fideos que se negocian con las manos, los pies descalzos, los perros sarnosos por el patio… Un aula convertida en comedor, la cocina humeante más allá… En fin, un despropósito, pero con muchas sonrisas. El director, joven y animoso, está moviéndose a ver si las autoridades reaccionan; ojalá este escrito ayude en algo.

Nos alojamos en casa de una profesora ya amiga de años. Alipio, el kuyllur runa (animador) y motorista, coloca su trampa y agarra unos pescaditos, que compartimos con la familia al atardecer. Así es como nos arreglamos con la alimentación durante todo este viaje. Y completando con aswa, por supuesto, la bebida ancestral que quita el hambre, la sed, las penas y probablemente hasta los estragos de los ysangos (esos gusanitos diminutos que se te suben y te dan comezón).

Pero antes de esa hora, a mediodía, comencé a notar rugidos en mi vientre, y al ratito se desencadenó una señora diarrea con tremendos gases y retortijones. ¿Hay baño? – pregunté. “Sí… solo que no está terminado”. Así fue como descubrí el “WC telescópico”, un lugar totalmente abierto donde te sientas y te están mirando desde la cocina… Claro, a la tercera o cuarta vez que fui, la señora ya comprendió y desapareció de allí discretamente.


Al día siguiente, en Bandeja Isla (vaya nombrecito) los disturbios intestinales arreciaron, y con ellos las burlas… hasta que a Alipio también le dio colitis. “Padre, hemos tomado el otro día masato hecho con agua cruda, por eso nos pasa esto” (“cruda” es el agua sin hervir); estábamos conversando en la ribera, y unas mujeres sentenciaron que “el agua del río es una cochinada”.

Es curioso que todo el mundo es muy consciente de que el Napo está contaminado por los vertidos petrolíferos del Ecuador y por los metales pesados (mercurio, plomo) que se usan en la extracción de oro. Por eso hay menos pescado, aunque lo siguen comiendo, qué remedio, igual que continúan usando el agua para bañarse, para lavar y por supuesto para tomar, aunque esté a años luz de ser potable. Ese es el tormento silencioso que sufren cada día los pobres cuyos derechos más básicos son arrasados.

Sí que advertimos dos o tres lugares donde el Estado está completando la instalación de un sistema de energía solar que proporcione electricidad de manera más limpia que los motores, algo es algo. También hemos podido conectarnos a internet, mal que bien, prácticamente cada día de nuestro recorrido, porque todas las escuelas tienen; incluso acá en San Carlos un profe brindaba Starlink por tres soles la hora, rápido como en Iquitos. Me asombra como un portentoso milagro.

Y además, siempre queda el placer inigualable del chapuzón en la quebrada. El agua iba un poco rápida y casi no permitía nadar, pero era limpia, fresca, suave. Como un arrullo de la selva profunda, con las risas infantiles como aderezo.

(Continuará)

lunes, 3 de junio de 2024

AVENTURA POR EL ALTO NAPO


Ese es el apelativo que se merece este recorrido por el país kichwa, días -que se me han quedado cortos- de encuentro directo con las comunidades, el combustible principal para el corazón de un misionero. Hubo de todo, y sirvan estas anécdotas como agradecimiento humilde a Pachayaya por darme tanto y cuidarme con tal fineza.

La cita con Domi, Alipio el Grandulón y su esposa Luciana era en la comunidad San Fernando: ellos bajando de Angoteros en el mítico Yayayakiwan y yo surcando en el ponguero Vichú. Llegué yo antes, y volví a experimentar la inquietante sensación de encontrarme solo en un lugar que piso por primera vez, donde nadies te conoce y no conoces nada. Ya bajar del bote no fue fácil, en un barro donde te hundías hasta las rodillas… una señora trajo amablemente una tabla para que yo pudiera pasar.

En cada pueblito hubo bautismos; hechos a su manera, con sus símbolos: el achiote con que marcan la frente de los wawakuna y son así recibidos en la comunidad, el santo wira para ungir el pecho de los bautizados… Eso es tarea de una mujer (warmi), y a continuación un ruku (anciano, sabio) va pasando y hace el soplo sobre la coronilla de los niños para sanar, liberar de malos espíritus, dejar espacio a Sumak Samay (el Espíritu Santo). Además del agua y la luz, todavía faltará que otra warmi coloque una pizca de sal (cachi) en la boca de los neófitos para que se conserven en la fe y para que hagan que la vida sea como tiene que ser, muestre su sabor genuino.

Soplo
Como se ve, es una celebración sinodal (tukuy parihu) donde cada cual tiene su papel y todos intervienen. El Bautismo acá va mucho más allá del aspecto meramente religioso, hunde sus raíces en lo profundo de esta cultura porque es la palanca del compadrazgo: el vínculo sagrado entre familias, el parentesco espiritual cargado de responsabilidades y obligaciones recíprocas bien serias. Los padrinos se reconocen después de la celebración mediante unas declaraciones mutuas y unos gestos con los brazos y las manos: es la allichina (acomodar, arreglar, componer).

La demora en bautizarse suele ser debida a que no encuentran padrinos, marcayaya y marcamama, es decir, el papá y la mamá que “marcan” (cargan) al ahijado, son sus referentes espirituales y morales, velan por él y deben inexcusablemente recogerlo si sus padres faltan. Por cierto, Domi, mi madrinami madrina, se quedaba dormida en plena tarde cuando estábamos con las mujeres, y se fue a la cama (perdón, a la colchoneta) a las 8 de la noche. Y es que en el recorrido pasan cosas increíbles.

Allichina
Eso era ya en Monteverde. Al arribar encontramos una minga, un trabajo comunal que incluía almuerzo; y a nosotros también nos invitaron, nos trajeron los platos… pero no tenían cucharas. Jeje. En la casa de Cledis vemos que no hay zancudos y dormimos sin la carpa, pero en la madrugada cayó una lluviaza de campeonato; notaba como un frescor en mi cara, qué rico -pensaba- me volteaba y seguía roque. Por la mañana vi que había un hueco en el tejado y ese fresquito eran gotas de lluvia que caían al piso justo a mi costado y me salpicaban. Las sábanas mojadas…

La celebración del Bautismo es el momento para tratar problemas y situaciones de la cruda realidad cotidiana. Son poblaciones pequeñas, casi totalmente abandonadas por el Estado, donde no hay electricidad, ni agua potable, ni saneamientos; con una precaria atención a la salud y escuelas catastróficas. Y además amenazadas por los depredadores de la selva: madereros, mineros, petroleros. Gente sin escrúpulos que viene a coimear con 200 soles al apu para que les permita meter la draga, o a cortar palos a 50 soles cada uno (13 €).

De modo que Jesús ve cómo han convertido el templo, es decir, la Amazonía, en un negocio; se molesta feo (piñarisca), se indigna y habla fuerte, dice mana, “no” a los abusivos con energía, con dignidad, y los bota a latigazo limpio (Mc 11, 15-19). Porque los indígenas son los dueños y custodios de este territorio, y seguir a Jesús significa defender sus riquezas naturales, cuidarlas y asegurar su legado. El achiote no es un adorno ni el Bautismo un mero rito o una costumbre. Qué encanto y qué orgullo.

(Continúa)

Santo wira y cachi