domingo, 9 de junio de 2024

MUY VARIADO EN SAN CARLOS

Alto Napo 2

Para atracar en San Carlos hay que seguir una quebrada de aguas negras, cristalinas, una belleza. Es el pueblito mayor de esta zona, así que tiene colegio secundario. De hecho, vemos dos grandes botes en la orilla; nos explican que se trata del transporte escolar, recogen a los estudiantes de cuatro comunidades cercanas y los llevan hasta allí, de modo que ya no tiene que apañarse cual en su canoa. Tremendo logro democrático y verdadero negociazo para la empresa.

Visitar el colegio significa retroceder en el tiempo a los años 50 o ingresar en la cámara de los horrores educativos. La secundaria es un barracón de madera con techo de hoja; sobran las palabras:
 

Se trata de una única estancia enorme separada por toscos y cortos paneles con un pasillo lateral, así que seguro que se oye todo. ¿Cómo podrán dar clases ahí, enterarse de algo y librarse del dolor de cabeza? Al menos las pizarras son blancas, ya es algo:


Se aprecian también algunas carpetas (pupitres), pero doy fe de que había muchísimos más alumnos de lo que marcan las normas, salones con 50 muchachos, amontonados sobre mesas, los codos topándose, hacinados como anchovetas en lata. Días después, en Rumi Tumi, un papá me contó que había tenido que enviar a su hija junto con su carpeta y su asiento, porque no había para ella. Incluso vi a dos adolescentes sentados en la misma silla, medio poto para cada uno, pero me dio roche fotografiarles, disculpen.

Como de costumbre, hay niños fuera de clase por todas partes, desorden, suciedad… Los tapers del desayuno llenos de fideos que se negocian con las manos, los pies descalzos, los perros sarnosos por el patio… Un aula convertida en comedor, la cocina humeante más allá… En fin, un despropósito, pero con muchas sonrisas. El director, joven y animoso, está moviéndose a ver si las autoridades reaccionan; ojalá este escrito ayude en algo.

Nos alojamos en casa de una profesora ya amiga de años. Alipio, el kuyllur runa (animador) y motorista, coloca su trampa y agarra unos pescaditos, que compartimos con la familia al atardecer. Así es como nos arreglamos con la alimentación durante todo este viaje. Y completando con aswa, por supuesto, la bebida ancestral que quita el hambre, la sed, las penas y probablemente hasta los estragos de los ysangos (esos gusanitos diminutos que se te suben y te dan comezón).

Pero antes de esa hora, a mediodía, comencé a notar rugidos en mi vientre, y al ratito se desencadenó una señora diarrea con tremendos gases y retortijones. ¿Hay baño? – pregunté. “Sí… solo que no está terminado”. Así fue como descubrí el “WC telescópico”, un lugar totalmente abierto donde te sientas y te están mirando desde la cocina… Claro, a la tercera o cuarta vez que fui, la señora ya comprendió y desapareció de allí discretamente.


Al día siguiente, en Bandeja Isla (vaya nombrecito) los disturbios intestinales arreciaron, y con ellos las burlas… hasta que a Alipio también le dio colitis. “Padre, hemos tomado el otro día masato hecho con agua cruda, por eso nos pasa esto” (“cruda” es el agua sin hervir); estábamos conversando en la ribera, y unas mujeres sentenciaron que “el agua del río es una cochinada”.

Es curioso que todo el mundo es muy consciente de que el Napo está contaminado por los vertidos petrolíferos del Ecuador y por los metales pesados (mercurio, plomo) que se usan en la extracción de oro. Por eso hay menos pescado, aunque lo siguen comiendo, qué remedio, igual que continúan usando el agua para bañarse, para lavar y por supuesto para tomar, aunque esté a años luz de ser potable. Ese es el tormento silencioso que sufren cada día los pobres cuyos derechos más básicos son arrasados.

Sí que advertimos dos o tres lugares donde el Estado está completando la instalación de un sistema de energía solar que proporcione electricidad de manera más limpia que los motores, algo es algo. También hemos podido conectarnos a internet, mal que bien, prácticamente cada día de nuestro recorrido, porque todas las escuelas tienen; incluso acá en San Carlos un profe brindaba Starlink por tres soles la hora, rápido como en Iquitos. Me asombra como un portentoso milagro.

Y además, siempre queda el placer inigualable del chapuzón en la quebrada. El agua iba un poco rápida y casi no permitía nadar, pero era limpia, fresca, suave. Como un arrullo de la selva profunda, con las risas infantiles como aderezo.

(Continuará)

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