Si miran el mapa, el río Napo se acerca al Amazonas y parece
que le acaricia, justo donde está emplazado Mazan; pero se aleja de nuevo,
caprichoso, trazando una inmensa vuelta para irse aproximando, esta vez
de manera definitiva, hasta que desemboca en el Río Grande. Ahí, justo donde
Francisco de Orellana descubrió el
Amazonas en 1542 cuando bajaba por el Napo, está la población que lleva su
nombre.
Orellana es también uno de los 16 puestos de misión del
Vicariato, y allá fueron a parar mis huesos el fin de semana pasado. Ya conté tiempo atrás que acá no hay misioneros extranjeros, sino que la misión la
llevan adelante los laicos locales; son la mayoría mujeres, pero se han incorporado
algunos varones. Y para mí son verdaderos misioneros, porque hacen lo
mismito que los curas y las religiosas en otros lugares.
Incluso visitan las comunidades de su jurisdicción, que son
más de 40. Y realizan esta tarea genuinamente misionera con inteligencia y
constancia, no episódicamente o improvisando. De hecho, lo pude comprobar en
primera persona, justo por este tirabuzón que cuento; un trecho del río poco transitado, porque la
inmensa mayoría de los pasajeros y la carga bajan en el varadero de Mazan, en
el Amazonas, pasan por tierra hasta la orilla del Napo cercana, y surcan saltándose esta vueltaza de varias
horas de navegación.
En Puinahua
nos espera un gentío porque hay programados bautismos. Pero Mariana, la
misionera laica responsable del puesto, y el equipo, no quieren que el
sacramento sea algo puntual, es decir, viene el padre, echa el agua y chao, nunca más se supo. No; es la tercera vez en este año que llegan
hasta acá y han hecho un proceso de acompañamiento, les han animado para que se
reúnan los domingos, lean el Evangelio, se preparen. Incluso Mariana les
exigió que les enviasen “evidencias”, por ejemplo fotos por whatsapp de
las celebraciones y encuentros, y lo han hecho.
En el camino del bote a la escuela ya nos han
regalado piñas y un viaje de maní
sancochado, es su lenguaje de bienvenida y agradecimiento. Han armado una hoja de cuatro
cantos que Mariana les ha enviado, y en el ensayo demuestran que se los saben
al dedillo, o sea que sí se han reunido. Mientras llegan los rezagados, hacemos
una catequesis recordatoria del significado del Bautismo y de la labor de los
papás y padrinos. El silencio es absoluto, todo el mundo escucha con atención.
La celebración es un disfrute de espontaneidad
y participación. Hay risas, diálogos y mucha sencillez con esta gente tan
humilde. Lo único
que suena extraño es el momento de la Eucaristía, porque muy pocas veces han
visto ese pancito (en esta misión no
hay presbítero desde hace más de diez años), pero igual con mucho respeto y
silencio. De nuevo se requirieron explicaciones acerca de cómo prepararse a la
comunión.
Después de
un exquisito, abundante y esperado almuerzo, pasamos a la otra orilla a
bañarnos. En esta época de vaciante tan
severa debido a la sequía, asoman tremendas playas, que permiten darse un
chapuzón ingresando en el río por tu propio pie y pudiendo nadar un poco en
tramos con menos corriente. Es así por todas partes, pero el Napo es
particularmente loco e imprevisible
en esto. Apetecía meterse en el agua, que estaba como un caldo por el fuerte
calor de toda la jornada. Aunque cuando estábamos poniéndonos el short –toalla en la cintura-, alguien
advirtió: “se viene la lluvia”.
Y en
efecto, cuando en la noche ya estábamos todos ubicados en carpas y mosquiteros,
abigarrando de forma indecente la casa del animador de Puinahua (las personas
ni podían casi pasar hacia los cuartos del fondo), empezó la tormenta. ¡Por
fin! Pero qué bruta lluvia, Dios mío.
Sentía como el agua me sobrevolaba y tuve que cerrar todas las cremalleras.
Y así siguió toda la noche, y amaneció con el aguacero más aplacado pero
vigente.
(Continúa en la siguiente entrada)
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