sábado, 15 de agosto de 2020

SAUDADE

Varias personas me han preguntado en los últimos días si voy a ir de vacaciones a España, como suelo en estas fechas de mediados de agosto. Confieso que al leer o al escuchar, cada vez he sentido punzadas de tristeza envuelta en una aplacada resignación. No, este año no va a poder ser.

Lamentablemente, las fronteras están cerradas y no hay vuelos internacionales desde y hacia Lima. Es lógico, porque el peor día desde que comenzó la emergencia fue el 4 de agosto: esa jornada arrojó las cifras más altas de contagiados y fallecidos, por encima de los momentos más críticos de abril y mayo. Hay mucha incertidumbre acá. El gobierno recién fue censurado por el parlamento, y el presidente se vio obligado a reemplazar al primer ministro (ya llevamos tres en menos de un año) y a buena parte del gabinete. Parece que sería aconsejable volver a la cuarentena total, pero simplemente la economía nacional no lo resistiría.

Nadie sabe lo que puede ocurrir en los próximos meses. Es probable que el aeropuerto continúe cerrado todo el resto del año, de modo que me voy haciendo a la idea de que en diciembre tampoco podré viajar y que ojalá sea posible en 2021, año del bicentenario. El calendario reclama que debería estar preparando la maleta, ultimando los regalos que siempre llevo y ansiando el momento de abrazar a mis padres, mis hermanas y mis sobrinos. Pero nada de eso ocurrirá.

Saudade es una palabra portuguesa sin traducción literal a otros idiomas, puesto que se trata de un concepto muy complejo y ambiguo. La RAE la define como “soledad, nostalgia, añoranza”, pero lo cierto es que su significado es mucho más elaborado y específico. Expresa es un profundo sentimiento de anhelo de una persona, de algo o de un lugar que se encuentra lejos, que recordamos con cariño y amor, pero a la vez con tristeza por su ausencia. Una emoción afectiva próxima a la melancolía, estimulada por esa distancia temporal o espacial que se desea resolver*. 

No habrá paseos por la playa de Isla Cristina, ni pescao fresco, ni conversaciones al atardecer, ni juegos con mis sobrinos, ni helados de chocoavellana, ni momentos de silenciosa complicidad con el mar. Necesito ese género de descanso total que solo hallo junto a los míos, saborear la raíz de quién soy para hallar calma y seguridad. Llevo varios meses deambulando entre la adaptación a una nueva realidad, la provisionalidad de vivir en Iquitos, la avalancha implacable de tareas y responsabilidades, el peligro, la aflicción y el desamparo que la pandemia acarrea. Y lo que queda.

El portugués Manuel de Melo, escritor y político destacado del siglo XVII, describió el concepto de saudade como “bien que se padece y mal que se disfruta”. Es un sentimiento agridulce de vacío causado por la ausencia de esa persona u objeto, similar a la melancolía, que conlleva la idea de querer volver a experimentarlo o el deseo de recuperarlo, pero a su vez sabiendo que no será posible. Debería haber celebrado la boda de Dulcinea y Fernando la semana pasada; y también el bautizo de Marta, en septiembre. Este año no podré ir a la fiesta de la Virgen del Valle, en mi pueblo.

En mí esta saudade rima con un cansancio sólido y fiero. Me doy cuenta de que desde mayo de 2019 casi no ha habido ocasión de reposo profundo. Extraño mucho el encuentro con mis amigos, el sencillo milagro de que las personas que más amo estén en mis cosas y yo en las suyas. Hay momentos en que me siento como en un lejano planeta, desconectado y errante. Murió Manolo Calvino y no tenía a quién llorarle, porque quienes me rodean ni siquiera le conocieron. El whatsapp es un torpe paliativo para esa soledad.

Pues… así es como me siento. Disculpen por no transmitir más optimismo. Tampoco es que esté hundido en la miseria. Solo es la saudade, que asalta mi corazón de forma inevitable. La amarga poción con la cual el médico que se oculta en mí cura a mi Yo doliente, en palabras de Gibrán.

* Tomado de estilonext y de wikipedia. 

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