domingo, 6 de octubre de 2019

EL SÍNODO A PIE DE RÍO: DIECIOCHO HORAS DE LUZ


Hace apenas un rato ha dado comienzo la fase final del Sínodo Especial para la Amazonía. Para los que vivimos y trabajamos en estas selvas benditas, se trata de un acontecimiento de una dimensión que hemos sentido única desde el principio: aquel día, en Puerto Maldonado (Perú), el Papa Francisco echó a andar un proceso que seguramente marcará un hito en la historia de la Iglesia y en el camino de creciente conciencia mundial hacia la necesidad de un giro radical en nuestra manera de existir como seres humanos responsables del futuro y la preservación de nuestro planeta.

Y tenemos el privilegio de seguir desde acá mismo, in situ, los debates y las decisiones de los padres sinodales, los nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral que ellos serán capaces de discernir y encontrar, acompañados por los auditores y demás participantes, y recogiendo las aportaciones, discusiones, diálogos, interrogantes y propuestas que, junto con miles de personas de los nueve países amazónicos, nosotros en nuestro Vicariato y en nuestra misión, hemos enviado y forman parte del instrumento de trabajo.

Tenemos amigos y compañeros en Roma: nuestros obispos, misioneros, gente de la REPAM… unos que directamente estarán en el aula sinodal, y otros en las numerosas actividades y encuentros que discurrirán en torno a este gran evento. Confiamos en que nos mantendrán informados de primera mano de lo que se vaya “cociendo”, que también es algo nuestro, de los que continuamos en la trinchera diaria. Para que podamos hacernos eco de lo que el Espíritu vaya sugiriendo y eso nos haga pensar y alumbre nuestra tarea; y al mismo tiempo para devolver, como el manguaré, resonancias a pie de río que dialoguen con las inspiraciones de Dios y las ocurrencias humanas con la única autoridad de los pies manchados de barro.

Islandia puede ser uno de los escenarios para situar en el mapa las conversaciones sinodales. Ayer avisaron de improviso por el parlante que hoy tendríamos dieciocho horas ininterrumpidas de luz. Los vecinos estamos sorprendidos de tal generosidad, porque acá, en la capital distrital, tenemos energía normalmente doce horas, en la mañana de 6 a 1 y en la noche de 6 a 11. Parece que están probando la capacidad de carga de los tres motores trabajando en paralelo, y así puedo escribir aunque son las tres de la tarde. En todo el Yavarí peruano y el Bajo Amazonas apenas hay tres o cuatro localidades con electricidad así; en ninguna hay saneamientos ni agua potable. Esta esquina de la Amazonía es uno de los lugares más pobres del Perú.

De modo que el “progreso” va llegando por fin… pero ¿a qué precio? Estas tres enormes “máquinas de luz”, tragadoras implacables de combustible, expelerán ahora a la atmósfera humos altamente contaminantes durante seis horas diarias adicionales. Anoche en el momento de irme a dormir el termómetro marcaba 31 grados, pero puesto que los motores están incomprensiblemente en medio de las casas, la temperatura del casco urbano subirá aún más. Estas municipalidades tan alejadas y modestas no pueden permitirse fuentes de energía “limpia”. ¿O es cuestión de un cambio de sensibilidad general?

Temprano en la mañana una cuadrilla de trabajadores pasa recogiendo la basura. A pesar de que en casa reciclamos, lo hacemos por las puras porque todo va al mismo lugar, una zona donde queman los residuos. Más humo. Que se junta con las emisiones de los ¿cientos? de motores de embarcaciones que uno ve simplemente en el trayecto de quince minutos hasta Benjamin Constant. Todo el mundo tiene su peque-peque o su fuera de borda, cacharros que botan al río más del 30% de media de la gasolina y el aceite que utilizan. El Yavarí estaba hoy bravo porque amenazaba lluvia.

Pero tienen que pescar para mantener a sus familias; otros tumban un palo que les pagan a 100 soles; otros pasan tres días raspando hojas de coca que les compra el narco. La degradación de la naturaleza está inequívocamente hilvanada con la pobreza. Vivir de manera sostenible es un código cultural indígena, y al mismo tiempo un lujo para muchos y un mal negocio para otros. La ecología integral debe penetrar hasta lo más profundo y configurar valores, discursos, acciones, hasta moldear los cuerpos. Conectar con los espíritus del bosque y las madres de las plantas. A ellos invocamos para que viajen junto a los padres sinodales y les susurren en lenguaje divino resoluciones intrépidas fieles a lo que este momento histórico requiere.

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