miércoles, 20 de julio de 2016

LA ALEGRÍA Y EL AMOR PASTORALES ENCUENTRAN EL CAMINO (Convivientes y III)


Además de una nueva atmósfera, en Amoris Laetitia hay camino. Mejor dicho: hay herramientas espirituales para diseñarlo. Y lo han de hacer juntos los pastores y las parejas o personas que desean remontar. Y eso es algo magnífico y apasionante. Se llama discernimiento.

Primer criterio: basta de condenar y excluir. “El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración (...). Entonces, hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición” (AL 296). Pienso  en cómo nos expresamos sobre este asunto: “Los convivientes no pueden recibir la comunión (…). Los padrinos no pueden ser convivientes”. Eso es todo; a menudo dicho desde el ambón y con todos los ornamentos calzados, o en una reunión de padres de los confirmandos, o en una charla de preparación al Bautismo. Y punto. Sin matices, sin piedad, cristalino, inequívoco. ¿Cómo se sentirán tantas personas al escucharnos?

Segundo criterio: el optimismo. Ver lo positivo: “es preciso afrontar todas estas situaciones de manera constructiva, tratando de transformarlas en oportunidad de camino hacia la plenitud del matrimonio y de la familia a la luz del Evangelio” (AL 294). Hay que informar y sugerir, hay que invitar con gracia a quienes sabemos que están deseosos y capacitados de atravesar el umbral, pero les cuesta tomar la iniciativa.

Tercer criterio: acoger y acompañar “con paciencia y delicadeza, como Jesús hizo con la samaritana (cf. Jn 4, 1-26)” (AL 294). Felicitar a quienes se deciden a tratar el caso, quitando hierro, animando siempre, recibiendo con cariño a la gente, haciéndoles sentir en casa.

Cuarto criterio: atender a cada caso, como indica el número 300. “Solo cabe un nuevo aliento a un responsable discernimiento personal y pastoral de los casos particulares”. El proceso de búsqueda de la solución ha de ser compartido por el pastor y sus hermanos. ¿Animarles (¡no “dar permiso”!) a que vayan a comulgar? ¿Iniciar la preparación al matrimonio católico? ¿Ver juntos que es más conveniente que no sean padrinos? ¿O que sí? ¡La decisión última corresponde a la propia persona en conciencia ante Dios, nosotros no somos "aduaneros"! Pero atención: “puesto que el grado de responsabilidad no es igual en todos los casos, las consecuencias o efectos de una norma no necesariamente deben ser siempre las mismas” para todos. Eso significa que se nos avecinan complicaciones, porque unos se verá que unos se acercan a la comunión y otros no, unos podrán ser padrinos y otros no… Y deberemos esforzarnos en explicarlo más… pero caeremos sin remedio en agravios comparativos… y no comprenderán… y nos pondrán de ajo y perejil… Siempre saldremos perdiendo los curas, pero nos pareceremos más a Jesús, que nunca se propuso contentar a todos (Mt 11, 18-19).

Quinto criterio: “Se trata de integrar a todos, se debe ayudar a cada uno a encontrar su propia manera de participar en la comunidad eclesial, para que se sienta objeto de una misericordia inmerecida, incondicional y gratuita” (AL 297). El resultado final de las reuniones, conversaciones personales, formación, confidencias, oración, discernimiento… debe ser siempre que los convivientes viven, comparten, colaboran y se sienten como cristianos plenos. “Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio (AL 297). “La conversación con el sacerdote (…) contribuye a la formación de un juicio correcto sobre aquello que obstaculiza la posibilidad de una participación más plena en la vida de la Iglesia y sobre los pasos que pueden favorecerla y hacerla crecer (AL 336).

Sexto criterio: no lanzar piedras canónicas. “Por ello, un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones «irregulares», como si fueran piedras que se lanzan sobre la vida de las personas (…). A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia. El discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites. Por creer que todo es blanco o negro a veces cerramos el camino de la gracia y del crecimiento, y desalentamos caminos de santificación que dan gloria a Dios” (AL 305).

Séptimo criterio: mancharse de barro sin licuar el Evangelio. “Comprendo a quienes prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna. Pero creo sinceramente que Jesucristo quiere una Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio de la fragilidad: una Madre que, al mismo tiempo que expresa claramente su enseñanza objetiva, no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino (AL 308). A menudo “ponemos tantas condiciones a la misericordia que la vaciamos de sentido concreto y de significación real, y esa es la peor manera de licuar el Evangelio” (AL 311). Mejor equivocarse por exceso que por defecto.

En resumen, Francisco dice que “esto nos otorga un marco y un clima que nos impide desarrollar una fría moral de escritorio al hablar sobre los temas más delicados, y nos sitúa más bien en el contexto de un discernimiento pastoral cargado de amor misericordioso, que siempre se inclina a comprender, a perdonar, a acompañar, a esperar, y sobre todo a integrar” (AL 312).

Ahí nomás. Disculpen porque me ha salido un poco largo, pero he citado sobre todo al papa. He omitido las referencias que él hace a frases textuales del Sínodo para no liar. Porque para mí está bien claro lo que quiere transmitir. Ahora hay que atreverse a hacerlo práctica con valentía, prudencia y fidelidad a la Misericordia. Ya que “el amor se ha de poner más en las obras que en las palabras” [Ej 230].

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