jueves, 26 de septiembre de 2013

UN TIERNO SECRETO

Se me hace dura la cuesta por los Valladares mientras voy a visitar a José el coco. Siempre sudo, y siempre me viene a la cabeza el episodio en que Jesús cura al paralítico (Lc 5, 17-25). Me sentaré un ratillo con él, pero no podré librarlo del mal que lo atenaza, como hace el Señor. Pero no me importa, porque sé que hay quien sí que tiene ese poder.

No pueden siquiera los médicos. Su demonio es femenino y se llama ELA, esclerosis lateral amiotrófica. Lo tiene aparcado en una silla de ruedas desde hace más de año y medio a él, un hombre joven, de menos de 60, grande y fuerte como un baobab, trabajador de esos infatigables, padre sencillo y currante, vecino estimado en el pueblo.

Y el caso es que no pierde el buen semblante. Te recibe muy cordial y va contando cómo evoluciona su dolencia: lo que le cuesta dormir (y a su esposa Encarna a su lado), los dolores que siente en las piernas, las veces que no acierta a coger nada en las manos, ni el teléfono, ni los cubiertos... ¿Cómo deber ser verte, de buenas a primeras, incapaz de ponerte de pie? ¿Qué clase de impotencia se sentirá? Podía Jesús mirarla de frente y sanarla. Yo solo puedo escuchar a José y masticar mi propia pequeñez.

Porque, aunque parece que en los últimos dos meses haya menguado, José es grande. Hay que tener fortaleza interior para seguir lidiando con la vida cuando la vida transcurre sin ti, o tú estás a merced de las cornadas del destino sin capacidad para defenderte. Así experimentó la muerte de su padre. Así va recibiendo, una tras otra, las perplejidades de los doctores, que solo prueban y prescriben casi a ciegas y encogiéndose de hombros.

Pero el otro día descubrí el secreto en la entonación de su voz. Por la mañana viene su hermano a ayudar a su mujer a levantarlo de la cama. "¿Y a la noche?" - le pregunto. "Por la noche vienen mis nietos". Diego y Sofía, pequeños terremotos que no suman entre los dos 10 años, llegan con sus padres cada día a la tarea de acostar a su abuelo. "Se me tiran encima y me dan un montón de besos, son tremendos". Por eso las tardes son más breves que las mañanas: José empieza a ser feliz mucho antes de que los niños adornen la casa con sus risas. Ellos le dan la vida, ellos son los que sanan su corazón maltrecho con unos buenos viajes de cariños. El Evangelio se cumple así. Los ojos de Encarna destellan, quizá se prepare una lágrima, pero eso me lo confirma.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Impresionante César! Soy Kakiko, yo no creo en nada, pero muchas gracias desde la parte que me toca por ir a visitar a mi tío y tratarle así. Gracias.

Anónimo dijo...

Hola Cesar soy Encarna(la hija de Jose)ayer me dijeron qe leyera este articulo y qeria darte las gracias por ir a visitarlo y estar esos ratitos con el y como tu dices es GRANDE y tiene mucha fuerza para seguir adelante y a toda su familia y amigos qe estamos siempre pendiente de el.

Anónimo dijo...

Hola Cesar soy Jose Mabuel, el sobrino de Jose, mi tito Pepe. Muchas gracias por ir a visitarlo y pasar ratitos con el. Que buen articulo es este. Ojala Dios pueda hacerle que mejore, que seria todo un milagro. Gracias Cesar.

Unknown dijo...

Hola cesar soy jose el hijo de jose muchas gracias por ir a visitarlo y escribir estas palabras

Anónimo dijo...

La fuerza física la habrá perdido,pero tiene tanta fuerza moral que junto con el cariño de los suyos,hace que cuando le preguntas, siempre te contesta con una sonrisa. José tu puedes, habrás perdido una batalla, pero no la guerra. Animo

Anónimo dijo...

Si por algo se caracterizan los COCOS es porque son personas fuertes y no se rinden a primeras de cambio, sino que luchan, luchan y luchan aunque las fuerzas flaqueen. Así lo hicieron los que ya se fueron, que no ganaron la batalla al enemigo, pero demostraron ser auténticos guerreros contra él. Demuestra a "ELA" que quien manda en casa, eres tú.

Anónimo dijo...

¡¡¡ Animo JOSE, como dice Cesar y los que te conocemos eres muy grande!! Siempre te tendremos en nuestras oraciones a ti y a tu familia. De esta se podrá salir.