miércoles, 31 de agosto de 2011

UN SANTO SIN ALTAR

Algo se quebró dentro de mí el sábado pasado cuando, de vuelta de las vacaciones y camino de mi pueblo, recibí la noticia de la muerte de nuestro querido Cipriano, mi maestro de novicios, salesiano y sacerdote de una pieza y, sobre todo, una de las personas más buenas que haya existido. Y aseguro que no exagero.

Cuando lo conocimos ya habíamos oído hablar de él, claro; y nos infundía un gran respeto por ser psicólogo (te miran y parece que te están analizando, ¿verdad?) y además el responsable de convertir aquel zurriburri (¡26 novicios!) juvenil en algo parecido a aprendices de religiosos. Pero Cipriano tardaba apenas horas en rebajar tensiones y eliminar las distancias; era increíble cómo, a pesar de su timidez, te convertía en cómplice de la tarea sencilla y ardua de ser buenos.

Siempre se empeñaba en ver lo positivo de las personas y las situaciones. Cuando era director del colegio de Morón y se hablaba en el claustro de algún chaval de esos insoportables y no se decían más que lindezas, él siempre salía con algo como "pero ¿y lo bien que juego al fútbol?"; y cuando ya no había absolutamente nada que rascar decía "este chico, sus padres qué buena gente son", jejejeje. Genio y figura.

Lo mismo hacía con cada persona, tenía esa habilidad, copiada de Don Bosco: buscaba tus cualidades, a su lado todos nos sentíamos el preferido. Una rara destreza la de lograr hacer grandes y mejores a quienes tratas, una forma exquisita de humildad. Y luego, cuando íbamos a confesarnos, proyectaba esa inmensidad de corazón y sus palabras realmente curaban; muchas veces, al salir de su despacho y cruzarme con el siguiente compañero que entraba, he dicho o escuchado con emoción esta frase: "¡este hombre es un santo!".

Así nos mostró cómo es Dios. Nos repitió hasta la extenuación que "Dios nos ama", creo que era su frase favorita, su convicción más profunda, lo que le brotaba espontáneamente de dentro porque lo vivía y lo transmitía con una sencillez apabullante. Su vida es un mosaico de interminables pequeños gestos de servicio, una sucesión impresionante de escuchas atentas, de entregas, confidencias, pero sin hacerse el protagonista, sin aspavientos, con naturalidad, rebosando generosidad. Nadie he conocido nunca que me inspirara tal confianza.

Sólo una vez le vimos alterarse, intentando organizar un viaje de ida y vuelta de Sanlúcar a Sevilla, buscando la igualdad: los que van en el coche de casa (la furgoneta del noviciado) vuelven en el coche del pueblo (el autobús) y viceversa. Nos enseñó a pasear, a pelar la fruta, nos explicó por qué "hay que dejar paso a las mujeres excepto en caso de escaleras, en que no se sigue la regla general"; y cuando nos corregía de las cosas que hacíamos mal, la clase se volvía desternillante porque, como no quería ofender a nadie ni decir nombres, era casi un acertijo comprender de qué se trataba. Luego, nosotros hacíamos el gamberro en las veladas parodiando todas esas situaciones, y yo lo veía sonreir levemente socarrón tras sus enormes gafas.

Cipriano me enseñó a rezar; hace ya de eso 22 años, y sigo rezando por las mañanas exactamente igual. Y continuaré haciéndolo, aunque los graciosos de mis compañeros me digan que tengo cosas de fraile. Cipriano me inició en el camino de aceptarme a mi mismo, a quererme con mis errores; no lo conseguí aquel año inolvidable, pero tiempo más tarde sí recogí los frutos. Él ha sido una de las personas más influyentes en mi vida. Sabía que estaba enfermo de alzheimer hacía varios años, pero nunca quise ir a visitarlo: no me hubiera conocido, y yo prefiero recordarlo tal y como era. Porque lo quería mucho, como todos nosotros, sus salesianos y sus novicios.

Así que en el entierro estábamos desolados. Alguien comentó: "ha sido discreto hasta para despedirse"; y es cierto: temprano por la mañana, relativamente pocos curas allí por ser domingo, en la capilla del colegio y no en el Santuario... Todo un tanto deslucido, pero cargado de cariño. Se ha ido alguien excepcional que nunca lo pareció, pero ahora ya no puede impedir que le echemos flores. Si está leyendo esto, seguramente estará mirando con esa sonrisilla burlona de medio lado y diciendo: "un poquito, ¿no?".

2 comentarios:

El Morke dijo...

Lo siento hermano. Un abrazo fuerte

Nita dijo...

Un auténtico hombre de Dios, una persona buena de verdad. Sus "Dios nos ama, ¿verdad?", una de sus verdades preferidas. Decía tanto esa frase, y tan convencido de que era cierto, que sólo te quedaba creerlo a pies juntillas. Uno de los pocos curas que nunca me defraudó. Una persona maravillosa, que seguro ya goza de ese amor que tanto proclamó toda su vida. Un beso, Cipriano.