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Era casi grotesca la imagen del presidente de Chile y el de Bolivia, con sus cascos blancos impolutos (pero si Piñera es un multimillonario que no lo habrá usado en su vida), esperando a la salida de la sonda que "daba a luz" a los mineros, sonriendo, los dientes tan blancos como los cascos, apuntándose el tanto. Cada vez que salía el siguiente minero salvado, se adivinaba la mano de un regidor ordenando el espectáculo: el héroe es felicitado por las autoridades, luego se adelanta la esposa, la mujer en el ángulo televisivo correcto sin dar la espalda a la cámara, con un peinado perfecto, interpretando su gran momento, abraza a su marido, y cuando están fundidos la cámara hace zoom para captar un primer plano de un ojo que vierte una estelar lágrima. Muy natural; como "El show de Truman", vamos.
Como el rescate se prolongó durante horas, uno de los mineros, ése tan gracioso, salió ya al rato en la tele riéndose, hablando por los codos, con las gafas de sol enfundadas, sentado junto a su familia... y los otros todavía bajo tierra. La gente en medio mundo sobrecogida y al mismo tiempo propuestas de contratos, de hacer una teleserie, los buitres de la publicidad lanzándose y el personal con los ojos haciendo el signo del dólar. Un asco.
Alguien me decía aquel día: "¿has pensado en lo que sentirá el último operario que suba en la sonda, ya de vuelta una vez estén todos arriba?". Terrible pero poco productivo; si le ponen la gorra Adidas no lo ve nadie.
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