martes, 29 de julio de 2025

TU HIBISCO


Mamá,
¿has visto
a tu hibisco de la playa
florecer de fuerza y hermosura?
 
Lo noto, en la mañana fresca
y salada,
desperezarse de pura y silenciosa alegría.
 
Es compañero
de la juventud adulta de tus hijos,
los sueños cristalizando,
compartidos en conversaciones nocturnas,
con el arrullo
del jazmín fragante alrededor.
 
Fiel,
el arbusto amigo,
contempla a tus nietos
en sus primeros pasos,
o por las tormentas de verano
de la adolescencia,
en los luminosos mediodías.
 
Esta flor rosada y blanca,
discreta pero poderosa
como la firma de un cuadro;
estas hojas lozanas,
esta vida siempre nueva y siempre nuestra,
el hibisco,
¿no es acaso Mamá tu sonrisa perpetua,
la huella de tu presencia
de amor y de luz para nosotros?

sábado, 26 de julio de 2025

CUANDO VOY A ORELLANA SIEMPRE PASAN COSAS

 
Tal vez por eso me guste tanto ir. Y también por las risas, bromas y buen humor que siempre disfruto en este puesto situado en la boca del Napo, donde no hay misioneros desde hace trece años, pero con un equipo de laicos que hace funcionar la misión de verdad. Me habían invitado muchas veces a la fiesta del aniversario de la parroquia, el Sagrado Corazón, y este año dije: “¡lo programo y no me lo pierdo!

Al llegar el jueves, estaban en la preparación de la gymkana, una tarde de sencillos juegos para pequeños y mayores en la puerta de la iglesia. Hacer rodar bolas sobre una mesa intentando que se queden paradas sobre unas tiras de cartulina, por ejemplo; premios: bolsa de papas, chupachups y una manzana. La recua de participantes era bien nutrida.

Otra actividad era lograr pinchar a ciegas una cartulina con el corazón de Jesús sobre un mural en el sitio correcto. Las carcajadas retumbaban por la plaza ante las intentonas de los jugadores. Y luego las adivinanzas, que dieron para constantes chanzas los días siguientes: “entra derecho y sale doblado, ¿qué es?”; o también “entra seco y sale mojado”… Las mentes sucias estaban en su salsa. Había también preguntas relativas a la festividad, por ejemplo “Nombre y apellidos de nuestro vicario, que nos visita”; las respuestas eran desternillantes: César Luna, César Vílchez, César Pérez, jeje. Los galardones para los adultos: un sobre con veinte lukitas.

¿Y de dónde salían estos dineros para las pruebas y las recompensas? Pues de las colaboraciones de la gente. Porque acá es asombroso cómo todo el mundo echa un cable para que el festejo se pueda armar, es una verdadera minga, una especie de crowdfunding amazónico. El señor Mauricio viene para conectar el motor a la red porque hará falta cuando se vaya la luz del pueblo en la noche. La municipalidad ha brindado la materia prima de los juanes, pollo y arroz, y el maíz morado para la chicha. Un profesor trae una carga de leña para cocinar. Varias personas han donado plata para los premios, otras los kekes, otras el manjar para decorarlos…

Justamente la ornamentación de la iglesia merece un comentario admirativo: ¡vaya trabajo de los dos jóvenes artistas que la obsequiaron! No cobraron nada, por supuesto, pero les llevó horas de tarea, y el resultado encantó a todo el mundo, incluido yo, porque el altar mayor quedó en puro rojiblanco... También realizaron el arreglo del santo, una fina talla del Corazón de Jesús al que le acoplaron adornos florales y unas tiras de luces led en los costados que quitaban el hipo.

El grupo de jóvenes de la parroquia tuvo un gran protagonismo en todos los actos programados y en los preparativos, que desde luego sacaron el ancho. Los chicos organizaron la gymkana, ensayaron los cantos y limpiaron el templo de arriba abajo, moviendo toditas las bancas para barrer, trapear, y lavándolas con paños mojados. Qué satisfacción verlos tan dispuestos y contentos.

Llegó la Eucaristía, el momento central, la iglesia llena. Y después la velada, que consiste en danzar ante la imagen, en una expresión corporal, comunitaria y espiritual de la veneración al patrón. Nos íbamos aventando con nuestros pañuelos, al compás de la música tradicional, y yo me sentía en paz y a gusto, y además creo que me sale cada vez mejor, ¿eh?

Las tortas estaban listas con el número 65 clavado, el cumpleaños de la parroquia, pero primero pudimos degustar los juanes: un guiso de arroz con pollo, huevos cocidos y aceitunas, envuelto en hojas de bijao y cocinado; y un buen vaso de chicha morada. Cantamos el happy birthday y después hubo casi tantas fotos como felicidad. Sobre nuestras cabezas, el tejado de la iglesia se veía flamante, recién renovado completamente gracias a la ayuda de la parroquia de Santiago, de Don Benito. ¡Gracias!

Guardo otros detalles preciosos de los tres días de visita. Me invitaron a pango para desayunar, delicioso pescado con plátano y yuca; también gocé un almuerzo a base de majás, la más fina carne de monte, no me ponen cualquier cosa. En la reunión con el equipo parroquial hablamos de que falta cerrar el techo para que no ingresen las palomas (quien quiera apoyar a esta obra, que me avise). Y hasta se dio la ocasión de conversar con un joven y sus padres acerca de su inquietud vocacional, casi nada.

Porque en Orellana pasan cosas siempre, también cuando no voy.



sábado, 19 de julio de 2025

"AGUA HASTA LAS RODILLAS" (Ez 47, 4)

 
Yanashi sufre en todas las estaciones. Cuando hay vaciante severa, el caño mengua y es obligatorio varar, hasta que se seca del todo y entonces toca nomás caminar desde el río grande, como ya conté. Pero es que cuando la creciente es media-alta, y más en años de lluvias fuertes como este, el pueblo se alaga y la vida se transforma en una práctica constante de piragüismo amazónico.

A principios de junio, cuando fui a acompañar a las hermanas MEMIs a su nuevo destino, el pueblo se encontraba completamente inundado. Únicamente lo había visto así en fotos, pero ahorita pude experimentar en primera persona lo que significa vivir rodeado de agua. Algo que puede parecer pintoresco y hasta simpático, pero que es duro, y que a mucha gente nacida acá no le gusta un pelo y trata de evitarlo como sea.

Todo el mundo va de un lado a otro en canoa, a remo. Qué tradicional y chévere, ¿no? Sí, pero tú te sientes inútil total comparado con los vecinos, que manejan el bote como quien pela pipas porque han nacido en la orilla, ese pequeño detalle. De pronto salir a la calle (perdón, al río) se convierte en una proeza o directamente en un imposible. Una mijita claustrofobia… la impresión de estar un poquillo atrapado, sí.

Y eso que no cubre mucho. El nivel del río llegó hasta más o menos mis rodillas, y en la foto se ve cómo ya había comenzado a mermar, “agua hasta las canillas” sería, entre los versículos 3 y 4 de Ez 47. El agua ingresó en la iglesia, de modo que para poder usarla armaron andamios de madera a un metro de altura, pero ese portento de ingeniería popular selvática me lo perdí. Acá el personal es experto en apañárselas para sobrevivir.


Puedes caminar por la vereda, es cierto. “Vamos a comprar huevos para el desayuno”, dijimos Gris y yo, quién dijo miedo de ese cacho charco. No es tan sencillo: tienes que ir mirando a los costados para no salirte del concreto y no meter el pie en un barro; y siempre con tiento para evitar patinar y caer, porque el agua hace que crezca esa especie de limo verdoso y resbaladizo. Además, cuando llevas cincuenta metros, los pies se te quedan fríos y el paso se te vuelve pesado, como si estuvieras subiendo un cerro de 1ª categoría del Tour de Francia.

Total, que vimos unos niños por ahí y les pedimos por favor que fueran al recado mientras nos sentábamos en el respaldo de un banco con los pies a salvo, prudentes. Al rato regresó uno de ellos, ¡corriendo por el agua con la bolsa de huevos en la mano! Diosito, me sentí más homo hábilis que en la barquita, ni un huevito se cascó, yo hubiera llevado a la casa la tortilla ya empezada… Le di dos soles de propina, poco fue.

Como saben que somos gringos y no sabemos maniobrar, nos quieren llevar a todas partes en bote. Entonces aparcan lo más cerca posible de la puerta de la casa, pero igual tienes que remangarte los pantalones y andar a pata cala hasta que llegas a la embarcación, y ahí comienzan las operaciones expertas para subir sin voltearla y botar a todos los pasajeros a una remojada.

Bromas aparte, la crecida plantea muchos problemas al devenir cotidiano, dificultando, interrumpiendo y hasta impidiendo. Los alumnos deben llegar en canoa al colegio. Muchas actividades de las tardes, como la catequesis, no han podido comenzar. Trasladar a un enfermo o a un adulto mayor es como un sudoku. Las viviendas anegan, los enseres se empapan y algunos quedan inservibles, la humedad se cuela hasta los huesos, los artefactos se malogran, el cieno se acumula, la ropa huele, los papayos se pudren desde la raíz, los cortocircuitos proliferan y los reumatismos arrecian.

Es otra modalidad de aislamiento tal vez menos cruel que la sequía implacable, porque la movilidad y el abastecimiento siguen fluyendo -nunca mejor dicho-, pero bien fregada e incómoda. No se puede salir a pasear, si acaso a nadar. Eso sí, agarras tu jabón y el baño lo tienes a la mano. Y la gente sonríe. No queda otra que aceptarlo con paciencia y acostumbrarse. Saben que esto, como todos los años y todas las circunstancias, es pasajero, y pronto podrán plantar su arroz en el bajial.

domingo, 13 de julio de 2025

EN EL 80 ANIVERSARIO DEL VICARIATO, GRATITUD A LOS MISIONEROS CANADIENSES QUE DIERON SU VIDA

El reciente viaje a Canadá tenía como objetivo, más allá de asegurar ayudas y presentar necesidades, el de visitar a los misioneros antiguos que, después de su servicio en estas tierras amazónicas, regresaron a su Quebec natal. Para mí ha sido la parte principal de la celebración del 80 aniversario de nuestro Vicariato, que se cumple justamente hoy, 13 de julio.

Solo a tres de ellos he tratado en persona acá, todavía en activo: el franciscano Jaime Lalonde, único cura que celebra con gorro en la selva, el p. Louis Castonguay y el p. Yvan Boucher. Los dos primeros estaban ya trabajando en el Vicariato ¡cuando yo nací! Al p. Jaime lo hallamos con barba y físicamente bien, pero más silencioso, más decaído y con un preocupante temblor en un brazo. El p. Louis, que vive en una residencia para sacerdotes y religiosos ancianos en Montreal, cree que está en Ottawa, alterna momentos de lucidez con galimatías comunicacionales, y amenaza con volver a la selva cualquier día.

Mención aparte merece Yvan, querido y venerado, un místico que baila, persona afable, de profunda y sencilla humanidad. Encontrarlo en su Comunidad del Desierto ha sido un gustazo. Se le ve menos flaco, pero con más dificultades para recordar, para leer… Esta comunidad es un testimonio valiente y sinodal de compromiso con los vulnerables. Acogen a personas que luchan por superar adicciones, se nutren de la Palabra, cuidan una fraternidad sólida, en la que varones y mujeres prestan por igual el servicio de la autoridad. Conocerlos en su propia casa me ha permitido seguir entendiendo y apreciando la historia y el estilo de nuestro Vicariato.

Los que son religiosos están en residencias de mayores, a menudo con alas enteras ocupadas por una congregación, e instalaciones propias. Las ursulinas nos recibieron en su sala de estar: Desneiges, Gabriela y María de las Nieves, de la que en Yanashi me han contado tantas anécdotas, que es como si la conociera. Como al p. Gastón Harvey, legendario fundador del movimiento de los animadores en Orellana e incansable navegador de las riberas de Indiana. Con él y el resto de clérigos de San Viator pasamos un rato muy agradable: Clemente Larose, párroco de Tamshiyacu tantos años, el p. André Thibault, que fue vicario general…


De pasadita dejamos un regalo conmemorativo a la superiora general de las hospitalarias de San José. Y pudimos compartir una mañana entrañable con los familiares de la hna. Imelda Lossier, brava misionera que se dejó la vida en un choque entre dos embarcaciones cerca de Iquitos en 2000. Su hermano, su cuñada y sus sobrinos se mostraron emocionados de estar con nosotros, y renovaron su compromiso con la formación de los jóvenes de Indiana a través de las becas de su fundación.

La hna. Yvonne Cormier, del Santo Rosario, “párroca” de siempre en Pebas, donde todos la recuerdan, está en plena forma y seguro que seguiría en la brecha si su congregación no se hubiera retirado por falta de personal. Los franciscanos p. Diego Lefevre y hno. Andrés Racine también se notan “tiesitos”, y con muy buen humor y amena conversación. Solo al oblato Mauricio Schroeder, sacerdote y médico en Santa Clotilde por décadas, no logramos ver.

Antes no era como ahora: los misioneros venían a la Amazonía para entregar su vida entera, con todas las consecuencias, y permanecían años y años, dejando hondas huellas. Para mí eran nombres míticos al estudiar el archivo vicarial, personajes de leyenda a quienes se dedican calles o eventos, como el Centro de Formación de animadores cristianos “Gastón Harvey”; ahora, he podido abrazar a varios de ellos, escuchar su voz, acaso impregnarme de algo de su espíritu. Todo un privilegio.

En el ocaso de sus vidas, su debilidad actual no les hace perder ni un destello de su valía y de la magnitud de lo que han conseguido. Seres humanos con todas las limitaciones, cuyas peripecias no siempre fueron perfectas, pero que, con valentía, creatividad y mucho amor a estos pueblos, escribieron una página crucial en la misión de San José del Amazonas: integraron la segunda hornada, que continuó a partir de los 70 y 80 lo que los pioneros habían iniciado.

En esta efeméride, sirvan mis sencillas palabras de homenaje nacido de la admiración y el reconocimiento leal. Tal vez solo los que ahora pisamos estos mismos barros podemos ponderar con acierto lo que estos misioneros, y otros muchos, significan para nuestro vicariato. Guardar y contemplar su memoria es una inspiración y un acicate. Como ya escribí en las bodas de brillantes, ojalá yo pueda ser digno, con la ayuda de Dios, de su legado.

sábado, 5 de julio de 2025

ENAMORADO DEL QUEBEC DE HOY


Todo está lleno de árboles, porque tienen cuidado de plantar y reforestar; por algo en la bandera de Canadá hay una hoja de arce roja. Veo barrios de viviendas bajas, limpieza y orden, autobuses escolares todos amarillos, residencias de mayores acá y allá, separación de residuos y reciclaje, carros eléctricos que cargas en tu propia cochera. Y en casa de Marie-Josée y Claude y sus alrededores, un silencio total.

Esta pareja me ha acogido en Victoriaville, nuestra primera parada en Canadá. Forman parte de la Comunidad del Desierto, de la que hablaré en la próxima entrada. Es una casa de dos pisos, con ventanas herméticas y tremendos aislamientos. Hemos venido en verano, cuando la temperatura oscila entre 11 y 28 o incluso 30 grados, pero en la temporada invernal puede llegar a 30 bajo cero. Diosito.

El nivel de vida es mejor que en Estados Unidos, me parece. No vemos muchos mendigos o transeúntes, tal vez más en Montreal y Ottawa. Sí muchos concesionarios de carros, autocaravanas, camiones, vehículos industriales y agrícolas. Hay silos de grano, bastantes factorías de leche en esta zona, y por supuesto vastos sembríos de canneberge, arándanos rojos, que se cosechan inundando los campos para que los frutos floten. En este país hay pocos pobres, variadas ayudas sociales y mucha demanda de empleo (“Nous embauchons” por todas partes).

Desde que la educación pública es aconfesional, la Iglesia católica ha ido menguando de manera drástica. No hay relevo generacional, y eso que hablamos de Quebec: pocos católicos y de edad, escasas vocaciones, cantidad de sacerdotes y religiosas ancianos, tremendos edificios históricos costosos de mantener y que suponen un considerable pasivo económico… Fuimos a la misa del domingo y concelebramos con el párroco, un hombre de mediana edad a cargo de varias poblaciones junto con otros tres curas, dos de los cuales tienen más de 80 años.

En la Eucaristía, los únicos niños y jóvenes eran inmigrantes, en este caso colombianos, con los que conversamos al final. Hay también en Canadá muchos asiáticos y africanos, pero mi impresión es que en Estados Unidos la Iglesia tiene más dinamismo, está más más rejuvenecida por la transfusión de vida multicultural. De la parroquia fuimos al almuerzo y probamos la poutine, el plato típico: patatas fritas con trozos de un queso fresco que al masticarlo hace “cuic cuic” (esa es la clave), y una salsa característica. No me lo pude acabar, y eso que era el tamaño pequeño (acá todo es XXL).

En Montreal, un mundo más urbano, empiezas a advertir muchos letreros en inglés. Pero visitando el casco antiguo te reencuentras con la raíz francesa de esta nación, especialmente con los vestigios de los misioneros que la construyeron. De hecho, su historia se representa a través de las vidrieras de la basílica de Notre-Dame, la iglesia más famosa de Canadá, una maravilla de arquitectura neogótica y originalísima policromía.

Pasamos también una jornada en Ottawa, la capital, donde ya todo está escrito en los dos idiomas, y todo el mundo habla inglés. Los edificios oficiales son mastodónticos y más al estilo británico. El parlamento me recordó al Big Ben. Yves me explicaba que es una ciudad realista, donde Carlos III es aclamado; porque, aunque Canadá es independiente, reconoce al rey de Inglaterra como Jefe de Estado (es una monarquía constitucional, igual que España) y forma parte de la Commonwealth. Lo cual ahora le viene bien para protegerse de las locuras anexionistas de Trump.

Pero lo que me ha fascinado es Quebec, ese precioso pedazo de Europa. Pasamos en ferry el San Lorenzo, desde donde comenzó todo para nuestro Vicariato. Es un río enorme y muy parecido al Amazonas: ambos parten de una anchura de un kilómetro y medio para irse expandiendo; el Amazonas gana en longitud (6.400 km frente a 1.197), pero el San Lorenzo es el estuario más grande del mundo, alcanzando entre 30 y 50 km de ancho. Acá cargó sus barcos Dámaso Laberge, soñando con la selva peruana.

Quebec me ha sabido dulce pero discreto, como la miel de arce (sirop d'érable). Acabo de despedirme y ya me gustaría volver, señal de que me ha encantado. Y además he podido comunicarme, mi francés kpayo, mal que bien, me ha servido. Merci et à tout à l'heure!