El otro día tuve el privilegio de ser testigo de un hecho
insólito: una congregación de religiosas misioneras se despide de “su”
puesto de misión, donde han estado trabajando veintitrés años, para trasladarse
a otro más lejano, más desafiante, más incómodo, más difícil. Por decisión propia.
Guau (“interjección para expresar admiración o entusiasmo”, según la RAE).
Las protagonistas de tal resolución son las Misioneras
Eucarísticas de María Inmaculada (MEMIs), que llegaron a Tamshiyacu en 2002
procedentes de Colima (México), y han escrito una bella historia de entrega,
acompañamiento sencillo al pueblo, perseverancia y generosidad clarividente y
sinodal. Ellas, hoy día Martha, Soledad y Griselda, han creído en los
laicos, han apostado por su formación y han promovido que asuman con madurez responsabilidades
importantes en la parroquia. Lo he ido apreciando en este tiempo que vengo visitando
Tamshiyacu.
Las MEMIs además, por su valía, preparación, y por la
proximidad geográfica con Iquitos, llevan años siendo piezas clave en tareas
de coordinación vicarial. De modo que, además de la gente de Tamshiyacu,
soy uno de los principales damnificados por este cambio, porque Gris y Sol son
mis manos derecha e izquierda, mis pies, mi cabeza en muchos momentos… Pero ni
modo. Su ADN misionero de pura cepa las impulsa a ir más allá, adonde el
Espíritu les susurre.
La breve crónica de aquel 31 de mayo se puede leer acá. Para
mí fue una experiencia muy luminosa. Había estado antes allí, a principios
de abril, para dar la mala noticia al consejo de pastoral y en las
eucaristías del domingo, y la reacción fue de sorpresa, desagrado y desolación:
las hermanas se van. “¿Por qué? ¿Están molestas con algo? ¿Se cansaron? ¿Nos
hemos portado mal?”. Pero luego, durante dos meses, la gente fue
haciendo un proceso de encajar, comprender sus motivos y aceptar; y solo se
puede recorrer ese trecho en la fe.
El día del adiós paladeamos un collage de sentimientos.
Había en las hermanas y en la comunidad tristeza, ciertamente, pero también
satisfacción por lo que han compartido, todo lo que han vivido juntos. Y
determinación, serena pero firme. Convicción de que la llamada de Diosito está
detrás de esa mudanza (nn. 89 y 318 de los Ejercicios) y, sobre todo, la
contemplación, en todo su encanto y radicalidad, de la vocación misionera
plasmada en estas mujeres, destellos de la vida de Jesús.
Y sí, de hecho hemos celebrado, las risas entreveradas con
lágrimas. Hemos agradecido a Dios por ellas, hemos admirado cómo, tras un
discernimiento honesto, han seguido la invitación a salir de su zona de confort;
podían haber continuado allí donde controlan todo, donde son queridas… pero se
marchan a una realidad desconocida, más necesitada, como Yanashi.
En la homilía dije que “los misioneros estamos siempre de
paso y hemos de tener el corazón libre, sin apegarnos a nada ni a nadie, con la
disposición de marchar adonde Jesús nos pida”. Recuerdo siempre a otra
religiosa que me contaba que sus inicios en la congregación le resultaron
duros, hasta el punto de que pasó meses y meses con su maleta lista bajo la
cama, por si tenía que irse a su casa al toque. Quizá sea ese aspecto el que me
resultó más sugerente y enriquecedor: las hermanas tienen el corazón con las
maletas hechas, siempre preparadas para salir.
Es verdad que al día siguiente acarreamos bultos enormes en
el traslado material, pero ellas viven una itinerancia interior, van ligeras.
No significa que los misioneros no amemos ni seamos amados, por supuesto que
sí; ese lindo equipaje afectivo lo llevamos con nosotros, pero no nos puede
estorbar ni hacernos tropezar cuando queremos avanzar y necesitamos cambiar.
A diferencia de personas cuyos amarres les hacen aferrarse a un determinado
lugar, o tarea, o cargo, qué hermoso fue dejarse impactar por esa libertad de
las MEMIs. “Reflectir para sacar algún provecho” (Ej 114), ojalá se me
haya pegado algo.
Al final de la eucaristía, toda la comunidad parroquial
envió a las hermanas (no solo las “dejó ir”), y la comunidad entera fue a la
vez enviada, tomando el relevo, con más compromiso y fidelidad a la misión.
Después hubo un programa, varias tortas, regalos de todo pelaje, cientos de
fotos… Los discursos contuvieron palabras muy sentidas, de gratitud, de
admiración. Las misioneras recibieron una catarata de cariño en sus últimas
horas en Tamshiyacu. Pensé que era como el reverso de esa donación gratuita y
genuina, ese ofrecer la vida sin decirlo ni darse importancia. El mejor premio
del pueblo lindo, que olfatea y reconoce la autenticidad.
5 comentarios:
Felicidades,en estos tiempos es difícil acudir al llamado de Dios.son muchos los invitados y pocos los escogidos.
Es hermoso descubrir la belleza de esas comunidades, de su gente, cada rostro, sonrisa, mirada...cada trocha, quebrada, sus cochas,los atardeceres en la Amazonia y todos los paisajes bellos que quedan tatuados en el corazón...
Todo este escenario y la misión viva, la fe en todo su esplendor, el poder llevar el mensaje con el remo y la canoa, el compromiso de los agentes pastorales, su iniciativa por ser misioneros también sin duda que contagian el espíritu para ir más allá. Felicitaciones hermanas MEMI por su compromiso y entrega permanente. Tamshiacu, espacio donde muchos misioner@s dejaron huella 👣 , pero ustedes dejaron tatuado en mi corazón ❤️ el rostro amoroso del Dios del amor.
Llevar al Señor a otros lugares es responder a su envío: id al mundo entero y anunciad la Buena Nueva, yo iré con vosotros. Valientes en el amor para bien de la Iglesia. Oramos por ellas y las comunidades que han servido y las que van a servir.
Oramos por todos los misioneros que por amor a Jesús y al hermano salen de si mismos para compartir la gloria de Dios. Gracias, gracias ❤️🙏💪
Oremos, oremos por nuestras Hermanas MEMIS. Que Jesús y la Inmaculada Concepción sigan fortaleciendo su espíritu generoso y misionero
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