sábado, 26 de abril de 2025

UN PAPA COMO PARA INVITARLO A ALMORZAR


Desde el lunes santo temprano, en la remota ribera de Tacsha Curaray, me siento conmocionado, pensativo, desolado, huérfano e inmensamente agradecido, como muchas personas. Todo lo que me gustaría escribir sobre Francisco lo han dicho mejor que yo Miguel Cadenas o Luis Miguel Modino, y les invito a leerlo. He recordado que, cuando el Papa fue elegido hace doce años, en mis queridos Valles, los pueblos donde era párroco, el impacto fue tal, que escribí algunas impresiones recogidas de la gente. Es el mejor homenaje que puedo ofrecerle al Papa, con todo mi cariño y admiración. Creo que el Espíritu, de donde él bebió para inspirarnos tanto, guiará también a la Iglesia en este momento decisivo.


Me encantan y me enseñan mucho los comentarios sencillos de la gente a propósito de las cosas que pasan en esos vaticanos y que conocemos por la tele, y en concreto acerca del cambio de Papa. Son perlas del sentido común adornado con un puntito de humor de pueblo.

Primero el Papa “que se fue” (Benedicto XVI). “Pues claro, es que estaba viejo el hombre”. “Cuando ha salido ahora con el otro, ¡qué bajón ha pegado, ¿eh?!”. “Ha visto que no podía y ya está, ha hecho bien”. “Él veía todo lo que hay ahí metido y ha dicho: yo me voy; y lo mismo que yo deberían hacer muchos de ustedes”.

Con esto pasamos al capítulo de los cardenales. “Qué panzá de curas hay allí, ¿pa qué querrán tantos?”. “Se les ve que son muy viejos, ¿no?”. “Yo los pondría a todos a arrancar hogarzos, iban a ver lo que es trabajar”. “En ellos no se ve la vida de Jesús. Estuvo perseguido desde antes de nacer, y lo mataron los poderosos por defender a los pobres”.

Y ahora, el “Papa nuevo”. Resulta increíble ver que Francisco es una persona que le cae a todo el mundo espontáneamente muy bien. “Se le ve un buen hombre”. “Qué buena gente”. “Cómo sonríe”. “¿Y cuando se inclinó pidiendo la bendición?”. “Ahora tiene que meter aquello en vereda”. “Hay que poner las cosas de la Iglesia a la conveniencia de hoy día”.

Me pasma cómo el Papa se metió a todo el orbe en el bolsillo el ratillo que salió al balcón con el traje blanco. Estoy asombrado de la necesidad que teníamos de una inyección de frescura y de esperanza. Lo vemos lavar los pies a los chavales reclusos y alucinamos en colores. Nunca un Papa me había implicado personalmente tanto, me había hecho sentir tanto orgullo por ser uno de los suyos, quizá porque nunca había visto al Papa tan "mío", tan “uno de los nuestros”… En él creo que sí que se intuye la vida de Jesús.

El otro día un hombre por la calle: “El Papa da la impresión de ser de pueblo, ¿verdad?”. Si en misa pedimos por el Papa, veo al personal asintiendo con la cabeza. Pero lo que más me ha gustado ha sido lo que me dijo una mujer mayor: “Me encanta el Papa. Yo creo que si lo invitas a almorzar a tu casa un día cualquiera, viene y se sienta y se come lo que le pongas sin hacerse problema por nada y dándote conversación, ¿no te parece?”.

Claro que me parece. No lo podría expresar con más acierto. Y eso, sin saber todo lo que vendría después. Esta foto del Papa comiendo con los trabajadores del Vaticano lleva once años en mi folder de imágenes favoritas. Como la de la cola para el café en el sínodo de la Amazonía. ¡Gracias Francisco!

domingo, 20 de abril de 2025

RESURRECCIÓN EN TACSHA CURARAY

 
¡Qué encantadores días de Semana Santa he pasado en Tacsha Curaray! Los he disfrutado serena y gozosamente con estos pueblos de veras menudos: sencillos, pobres, agradecidos, lindos. El encuentro llano y espontáneo con la gente es el combustible que alimenta mi ser misionero, los necesito seguramente mucho más que ellos a mí, aunque no se lo imaginen.

Tacsha es uno de mis puestos de misión “choches”, preferidos, como ya he reconocido varias veces*, y no me da rubor. Porque los últimos años estas comunidades eran de las más débiles y peor atendidas, y eso me atraía sin remedio. Me volvieron a esperar con pancarta a la llegada del bote, y eso sí que me produjo roche delante de los demás pasajeros, todos mirando, y a la vez íntima satisfacción. Ya sé hay quienes se burlan de semejante recibimiento, pero muestra cariño y gratitud.

Llegué en pleno encuentro de formación de agentes de pastoral, el primero que organizan los nuevos misioneros de acá, Carmen y Alfonso, españoles de OCASHA. Lograron convocar personas de nueve comunidades de las 27 de la jurisdicción, después de trece años sin presencia misionera estable. Todos destacaban que se está reactivando la vida de la Iglesia en la zona, levantando lo que estaba lánguido o caído, como una resurrección de la fe y la inquietud por seguir a Jesús.

De hecho, el ambiente era muy distendido, con constantes bromas, juegos y risas. Los diferentes bailes de animación disparaban las carcajadas, y en la noche cultural hubo varios momentos desternillantes. Con todo ese grupo y las comunidades de acá celebramos el Domingo de Ramos; en un círculo sobre el pasto, sin miedo a los ysangos y a la mosca, bendijimos los juncos trenzados y nos dirigimos a la capilla de Santa María para escuchar la Pasión, leída por los animadores con apuros pero con veneración.

Jueves: dos hojas de palmera entretejidas y adornadas con exquisito gusto amazónico flanquean el sagrario. El panadero, que es evangélico, nos ha regalado un grande y precioso pan ácimo redondo. Lo partimos entre la señora Kely y yo, y la asamblea se acerca a compartirlo con generosidad y devoción. Un momento antes, absolutamente todos los asistentes hemos lavado los pies, arrodillándonos delante del hermano; todos somos vulnerables y necesitados, todos podemos servir. También en silencio adoramos al Pan, postrados ante el Misterio, con el río a nuestra espalda.

La celebración del Viernes se extendió por las tres comunidades. En Santa Teresa, un aguacero casi no nos deja escuchar el relato de la Pasión, con tal fuerza golpeaba la lluvia la calamina recién puesta hace tres años. De ahí la comunidad caminó, pasando por Santa María, hasta San Luis. La cruz recorrió los escenarios de la vida cotidiana de los vecinos: los estudiantes que van y vienen, las mujeres que bajan al río a lavar, los hombres a pescar… Sobre ella se iban clavando afiches con sentencias de muerte de hoy: contaminación, violencia, narcotráfico, abusos… Seguramente fue el único via crucis del mundo donde hubo una parada con refrigerio de chicha y canchitas. Al final, la comunión con la torta de la Cena, para que la vida continúe.

La Vigilia era en San Luis, la más grande de las tres poblaciones. Al llegar nos quedamos de piedra al ver un gentío alrededor de la puerta de la iglesita. ¿Serán los evangélicos contraprogramando? Pero no, era nomás un bingo. Hubo que esperar a que terminara, pero se pudo invitar con un parlantazo a la celebración a todo el público aledaño. Y volví a vivir los momentos mágicos del fuego, la procesión de la luz, el pregón pascual, el gesto del bautismo unos con otros, el sabor de tantas pascuas, el origen de mi vocación, las bodas de plata de servicio… El año pasado no pude, no me salía, la herida estaba muy reciente; acá, a orillas del Napo, en la Amazonía lejana y profunda, logré cantar aleluya a una voz con mi pueblo crucificado y feliz, y con mi mamá.

sábado, 12 de abril de 2025

RUBIELA RÍOS, MUJER INDÍGENA LUCHADORA, FEMINISTA Y ECUMÉNICA


Durante un receso de la escuela zonal de formación de agentes pastorales – taller de Biblia, temas sobre Jesús, la madurez personal, los sacramentos, la cultura- en Estrecho, en el lejano río Putumayo, la señora Rubiela se me acercó y me dijo: “padre, tengo que decirte que no soy católica”. Me hizo sonreír y le contesté: “bueno, eso es lo que tú te crees”.

Porque Rubiela Ríos es una mujer franca, sincera y directa. Vive en una pequeña comunidad llamada “8 de Diciembre”, a cinco horas de navegación aguas arriba de Estrecho y, como todos sus vecinos, es indígena murui. La gente se dedica a la agricultura, siendo el cacao el sembrío estrella: “tenemos un módulo de catorce hectáreas bien implementado, con su fermentadora y su secadora”.

Rubiela es lideresa de su comunidad, un título, una responsabilidad y una tarea que se ha granjeado por sus cualidades y por su carácter. “Promuevo la valoración de la cultura, fortaleciendo las capacidades ancestrales de nuestra etnia a través de la artesanía y otras actividades”. Ahí entran las músicas tradicionales, la danza, el conocimiento y uso de las plantas medicinales, etc.

Además, doña Rubi está implicada en causas más complejas y más ingratas. Es una luchadora empeñada en erradicar el alcoholismo y la violencia, que tantas veces van unidos, y sobre todo en potenciar el rol de la mujer en la comunidad. Y esto es algo delicado, que le acarrea incomprensiones y hasta burlas, porque en estos lugares tan alejados, con el Estado casi ausente, el abuso a menudo está completamente naturalizado y da la impresión de que cualquiera puede hacer lo que le de la gana, y no pasa nada.

Forma parte de la Federación de Comunidades Nativas del Putumayo y se alía con lideresas como ella pertenecientes a quince comunidades del río. Rubiela es de las que más empuja y más claro habla: hay que acabar con el sometimiento de las mujeres, romper el silencio, reivindicar su dignidad. Un discurso que se transforma en acciones, talleres, conversatorios y gestos que van poco a poco rompiendo la mentalidad y las prácticas consuetudinarias, que marcan que las autoridades son masculinas y solo los varones mambean coca.

Son argumentos centrales de la actividad de Rubiela y su grupo la defensa del territorio frente a actividades extractivas criminales, el cuidado del agua y los ecosistemas, el respeto a los derechos individuales y colectivos, la denuncia de la precaria situación de atención en salud y la educación deficiente, el empeño por revitalizar la identidad cultural como aporte a la nueva generación… Este compromiso, además de quitarle tiempo para sus hijos y su hogar, supone a veces jugarse el físico cuando de por medio andan los grupos paramilitares que ocupan esta región fronteriza con Colombia.

Las mujeres murui, como dadoras de vida, base y pilar fundamental de familia y sociedad, ejercen un decisivo influjo en la vida espiritual de la comunidad. Además de utilizar y preparar las plantas sagradas (coca, tabaco y yuca dulce), Rubi cuenta que pertenece a la Iglesia evangélica, “pero de igual manera comparto con la Iglesia católica, porque ellos promueven el fortalecimiento de las capacidades de las mujeres, miran el tema del ambiente y arman capacitaciones y espacios de formación. Yo me involucré con ellos y me gusta participar, trabajar y aprender mucho más porque ellos sensibilizan y motivan a las comunidades”.

Qué piropo para mis compañeros de aquella zona y qué orgullo para el Vicariato… pero más que eso, ¡qué privilegio contar con Rubiela como parte de nosotros! Ella es verdaderamente católica porque busca el bien integral de la persona humana, es decir, el Reino, sin acepción de “clanes”, solo aliándose con quienes están en sintonía. Este ecumenismo sencillo y sensato educa nuestras tendencias sectarias y contribuye primorosamente a formar el rostro del único Dios.

Y es un rostro de mujer indígena guardiana del territorio; que es palabra dulce, sabedora, sembradora de esperanza y cosechadora de vida. Como Rubiela y tantas otras, valientes seguidoras de Jesús aun sin saberlo, pueblo lindo y santo que camina descalzo sobre el barro, la ceniza y el arco iris, siempre hacia el futuro.

sábado, 5 de abril de 2025

VICARIATO HOSPITAL DE CAMPAÑA


Aunque el título podría haber sido “Una primera misa de miér…coles”, porque el teléfono sonó a las 3 de la madrugada, pocas horas antes de la cantamisa de Ramón. El hospital de Caballo Cocha empezaba a colapsar por la llegada de enfermos con un cuadro severo de vómitos, diarrea, dolores fuertes y gran malestar. Y todos habían participado en la fiesta de la noche anterior y comido ají de gallina, el probable foco de infección.

Misioneros, invitados, trabajadores de la oficina, familias enteras, amigos… Pocas personas se salvaron de la intoxicación alimentaria masiva. Tuvieron que llevar colchonetas al hospital y llamar a más enfermeras, porque al principio solo había dos y no daban abasto. Hubo que poner clavos en las paredes para colgar las bolsas de suero. Por todas partes se estibaban los enfermos; el doctor Zach, misionero médico, fue de los primeros en caer y de los más afectados.

Nuestra enfermera Elita Pinedo, responsable del Departamento de Pastoral de Salud del Vicariato, se salvó y fue clave para afrontar la crisis. A quienes estaban en el Centro Papa Francisco y habían sido trasladados al hospital, en cuanto se estabilizaban los devolvía al Centro para tratarlos allí. Las paredes nuevas se vieron tachonadas de puntas para las vías. Elita se multiplicó con gran entereza, profesionalidad y cariño.

Yo no noté absolutamente nada, y eso que comí normal y además tragué cinco o seis vasos de masato; será por la ley de la compensación: después de la gripe, me tocaba. Los que estábamos sanos nos organizamos espontáneamente para cuidar a los enfermos. Fue algo muy bonito, nadie tuvo que dirigir, simplemente le dábamos respuesta a las situaciones que se presentaban. Me recordó, en otro nivel, a la pandemia.

Ramón salió temprano a comprar medicamentos, botellas de salino, ampollas, suero oral… No hay duda de que su sacerdocio está marcado desde el minuto cero por el servicio a los más débiles. Las hermanas Marisol y Rosario se olvidaron de sus molestias intestinales y se patearon el pueblo saqueando literalmente las boticas; las existencias de loperamida y dimenhidrinato temblaron. Matías no se movió de la posta médica pidiendo y enviando, procurando bolsas y baldes, acompañando…


El pueblo cristiano se fue congregando para la primera misa y alguien tenía que explicar que ya no iba a poder ser ese día, y ahí intervine yo. Las caras del público expresaban sorpresa, pero también comprensión. Después me dediqué a caminar de un lugar a otro viendo cómo estaban los pacientes, qué se necesitaba, llama a este, trae lo otro por favor. Así pude apreciar la magnitud de la desgracia y la belleza de la entrega gratuita de unos a otros.

Santiago, Jorge y Janner, de la oficina, hicieron mil encargos. Alfonso lavó ollas, peló papas junto con el p. Javier, ayudó generosamente en la cocina a la hermana Berta, que se tuvo que sobreponer al disgusto y a la baja de sus ayudantes. Carmen limpiaba baños, que la vi con el rabillo del ojo. Bedith y Magna prepararon un rico tacacho que agradó a quienes teníamos hambre y a quienes apenas podían empezar a comer algo.

Me hacía gracia que Zach, sin casi poder moverse, diagnosticaba desde la cama. Llegaba por ejemplo un huambro, le contaba a Elita lo que le pasaba, y ella se iba junto a Zach: “un niño de 14 años que pesa 43 kilos y dice que tiene dolor agudo y vómito, pero no diarrea”. Y el doctor, con un hilo de voz de ultratumba: “dale dos miligramos de buscapina y ponle una ampolla de…”. Jeje.

Varios de los seminaristas cayeron, Anna y Gabi, el p. Alejandro, Gabriel (que fue el que más sufrió) y muchos otros. Fueron atendidos con delicadeza y empeño por sus hermanos misioneros. Alguien recién llegado expresó que ese fin de semana descubrió que el Vicariato es una familia, y sí, me siento muy orgulloso de eso. Hacemos lo que podemos, con lo que tenemos y los que somos, como un hospital de campaña, sin escatimar esfuerzos y entusiasmo, dándolo todo.

Cuando la plaga empezaba a remitir, afloraron las primeras bromas: “justo cuando el Papa se va de alta a casa, nosotros nos ponemos todos malos”; o bien “vamos a quitar el ají de gallina del menú de Punchana por el momento”, etc. Esta imagen es de la mancha antes de partir, las caras más alegres, algún kilo de menos y la satisfacción de estar juntos y más unidos como Vicariato San José del Amazonas.