La misión te permite conocer a personas fabulosas,
gente excepcional que anda por esos ríos, gigantes del amor por la Amazonía y
portentos de radicalidad. Todo eso, pero con un quintal de originalidad y de
bravura, son los miembros del Equipo Itinerante.
Para San José del Amazonas son amigos de años, porque
nuestro vicariato es una especie de hub entre países, regiones e
iglesias en frontera, que es su hábitat. Y también porque, en el momento más
difícil, allá por los años 2011-2013, ellos ayudaron a procesar el trauma catalizando
el diálogo entre los misioneros, posibilitando la catarsis y gestando así
la curación de la herida.
Con varios de ellos sufrimos el confinamiento, esa
experiencia tan límite que nos marcó a todos. Les habíamos pedido que nos facilitasen
el corazonar los documentos del Sínodo de la Amazonía, recién salidos
del horno vaticano, y su presencia fue una bondad de Diosito: sin ellos
jamás hubiéramos podido gestionar, recibir y enviar la cantidad de solidaridad
en forma de insumos sanitarios con que logramos ayudar a todas las postas de
salud de nuestro territorio.
Así que, cuando vienen acá, llegan a su casa. En el reciente
encuentro de la Red Itinerante Amazónica saboreamos su estilo directo, ameno y
casi artístico de trabajar sus temas; pero la clave, más allá de la puesta
en escena o los contenidos, que son excelentes, son sus propias personas, lo
que sus figuras transmiten y contagian (por lo menos a mí).
Cuando Fernando López, jesuita, expresa con todo su cuerpo
los principios estructurantes del universo (unidad – diversidad – relación) o
las dimensiones necesarias de la misión en conjunto (inserción – itinerancia –
institucionalidad), es su pasión lo que se muestra a borbotones, y él mismo
y sus compañeros son el testimonio viviente desde hace 26 años de lo que él
dice.
Porque ellos, siguiendo una intuición genial, navegan por
toda la panamazonía de un lugar a otro. Conviven con la gente, se van
a la chacra, escuchan, comparten y registran lo que descubren en cada comunidad.
No se quedan mucho tiempo, pero su bagaje de conocimiento práctico de los
pueblos indígenas y ribereños es inmenso. Esta dinámica exige una entereza,
una valentía y una libertad evangélicas que me siempre me han asombrado.
El equipo está conformado por religiosos, laicos y
sacerdotes, varones y mujeres, es decir, es una vida comunitaria totalmente
“inter”. Y no es sencillo: requiere mucha honestidad, trabajarse uno mismo
en sus vulnerabilidades, optimizar la comunicación, pedirse muchas veces perdón.
Pero es un fogonazo de profecía. Los itinerantes hace años que ya
experimentan, con todas las limitaciones, lo que todos estamos llamados a
vivir: sumarnos en diversidad de carismas, instituciones, nacionalidades y
pelajes.
Ya casi ninguna tribu eclesial puede disponer de un
grupo de tres para hacerse cargo de un puesto misionero. Lo sabemos y en las
solicitudes pedimos una hermana, un presbítero o laicos para
formar parte de un equipo inter. Rai, Joaninha, Fernando, Arizete, Geni,
Marita, Óscar… estos fenómenos han demostrado que es posible y son estrellas
que nos marcan la ruta.
Como los grandes de verdad, los itinerantes son humildes. No
hay en ellos aparato ni vedetismo, se respira naturalidad. Su conversación
es abierta, a veces en portiñol; se mueven con medios modestos,
duermen en hamaca, se las apañan para comer, padecen diarreas y malarias como
el resto de los mortales y se manchan los pies con el barro del pueblo menudo
y lindo; son sin duda dignos de él.
Tejen relaciones entre iglesias fronterizas, conectan
cuencas, acompañan a nuevos misioneros, levantan datos geográficos, ubican a
indígenas no contactados, activan proyectos, propician sinergias… El equipo
itinerante es una fuerza de la sinodalidad amazónica, una potente inspiración en
estos tiempos tan decisivos para esta misión. Los admiro y los quiero. Y me
da roche salir con ellos en la foto; y más que me estimen y me valoren, porque
no les llego ni a la suela de las sandalias marca hawaianas.
Feliz día del DOMUND.
No hay comentarios:
Publicar un comentario