Ya había distinguido a Asunciona en medio del público de la
misa del domingo, en parte porque había llegado un poco tarde, en parte por su
aspecto: el cuerpo menudo, de tez oscura, flaco y retorcido como una viña
vieja, apoyado en algo que recordaba a un palo de escoba como bastón.
Aquel domingo era la jornada mundial de los abuelos y
mayores, y me sorprendió que en Orellana la habían preparado con esmero. Ellos
trabajan en la pastoral de la salud y los discapacitados, visitando a las
personas enfermas y vulnerables en sus casas, preocupándose, gestionando ayudas
para medicamentos, sillas de ruedas, etc. “Ellos” son el equipo parroquial,
formado enteramente por laicos locales, la mayoría mujeres, como ya he contado
en otras ocasiones.
De modo que en la misa hablamos del cuidado a los ancianos.
La iglesia estaba casi llena, el tejado con goteras (estamos viendo quién puede
ayudar económicamente para repararlo) pero los corazones sin fisuras. Al
concluir la celebración, pasamos al ambiente del costado - un humilde piso de
cemento techado – porque había almuerzo general. Ignoro cómo lo hace esta
gente tan humilde, pero logran invitar a arroz con pollo a todito el mundo.
No sé cuántas veces me agradecieron mi presencia en
los incontables discursos que hubo. Y yo no hice nada, solo una visita de dos
días con apenas una reunión, y la impresión de que debería acompañar a este
puesto mucho mejor. Llegar a los lugares donde no tenemos misioneros es una
alegría y un aprendizaje: la contemplación de lo que son capaces de hacer solos
y de su estilo; los brotes incipientes de esta iglesia con rasgos
genuinamente amazónicos.
Se armó una espontánea sobremesa. Algunos abuelos salieron a
contar chistes e historias, los más aventados a cantar, la música sonó y eso
pedía baile. Inevitablemente me sacaron y me tuve que marcar unas cumbias y
unas anacondas porque los pasodobles no se estilan por estos andurriales.
Una señora me agarraba y decía: “qué tal, yo bailando con un gringo”. Y
yo simplemente me dejaba llevar y me reía.
Damos un salto de tres semanas y ahora estoy en Yanashi,
donde este año tampoco hay sacerdotes o religiosas, pero donde los laicos tienen
iniciativa y competencia para organizar un encuentro de jóvenes de tres
comunidades con lo que ello implica: traslado en bote por el río mermado,
alimentación, hospedaje, formación…. Es la noche del sábado y también hay
baile, claro, y aunque estoy cansado del largo viaje no puedo rehusar
participar.
Esa coreografía –“Matador”- realmente casi me mata, pero
valió la pena por ver sus caras de felicidad al verme brincar con ellos. No
puedo poner en pie la cantidad de bienvenidas, aplausos y expresiones de
gratitud que me brindaron por simplemente estar allí. Al final de la misa
del domingo quisieron hacerse tantas fotos conmigo (una de ellas, arriba) que
algunas personas me preguntaron si es que me estaba despidiendo y me regresaba
a mi país, jaja.
Pero volvamos solamente atrás, de nuevo a Orellana. Nos
están sirviendo los platos de comida y la señora Asunciona se ha sentado a mi
lado, sus manos como los “manojos de sarmientos” del Buscón de Quevedo. Le
pregunto cuántos hijos tiene, me cuenta algunas cosas de su vida, tratamos de
conversar por encima del ruido del parlante. “- ¿Y su esposo, está acá?”. “-
No sé, yo no sabía nada de esto, pasaba por la calle, me han invitado a la misa
y he venido nomás”. Me río, y en ese momento suena esta canción:
Las horas más lindas
las paso contigo, sí.
No quiero ni pensar
si un día me faltas tú,
no quiero ni pensarlo amor
las paso contigo, sí.
No quiero ni pensar
si un día me faltas tú,
no quiero ni pensarlo amor
Pídeme la vida y te demostraré
cuánto yo te quise y cuánto te amaré.
Tú fuiste y has sido para mí el amor,
regalo más lindo que me ha dado Dios.
cuánto yo te quise y cuánto te amaré.
Tú fuiste y has sido para mí el amor,
regalo más lindo que me ha dado Dios.
Me brotan las lágrimas. También yo me he topado, sin
saber, con esta reunión de abuelitos; y lo mismo con los jóvenes en Yanashi. Siento
que estoy justo donde debo estar, en mi lugar, con esta gente. Nomás
participando, dejándome llevar, siendo yo mismo; y soy querido. Son las
horas más lindas; pero me faltas tú…
4 comentarios:
Que gozada leer que se percibe esa sensibilidad por los abuelos , por desgracia en España casi no hay cabida para ellos, las residencias son el mejor consuelo, los hijos e hijas no tienen tiempo para cuidarlos
¡Me das una envidia sana,Cesar! Pero también una clave inequívoca de agradecimiento: tú estás donde tienes que estar; también estoy igual, donde he de estar. Nos evangelizan ahí y aquí. Evangelizamos con ellos. Un abrazo fuerte.
¡Que sana envidia de comunidad!
Que maravilla de valores tienen los que saben, desde la nada, agradecer, valorar, compartir, y sentir la labor de amor misionero que haces con ellos...
Y no sabes de donde pueden sacar arroz con pollo para todos...
Yo si lo sé Cesar.
Del AMOR que reciben, y el amor, hace milagros y por eso ellos , también , extienden el amor de Dios en su comunidad.
No pueden ni quieren fallarte.
Dios te bendiga SIEMPRE.
que gozada leerte revivir mis años en Bagua Grande El regalo que me hizo Diosito
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