domingo, 12 de abril de 2020

PASCUA SEPULTADOS EN LA ENFERMEDAD GLOBAL DE UN MUNDO EN LA UCI


Por si no tuviéramos suficiente con el coronavirus, días atrás se produjeron dos derrames de petróleo: uno muy grave en Ecuador, en el río Coca, cerca de la frontera con nuestro Vicariato, y otro más leve en Iquitos, a solo una hora de aquí. El primero está ya afectando a las poblaciones kichwas del Alto Napo, en territorio peruano, y el crudo acabará llegando al Amazonas; el veneno del segundo ya debe estar en el agua que veo por la ventana de mi cuarto.

Leí algo que me gustó: “No podemos pretender vivir sanos en un planeta devastado. Todo está conectado”. Hemos abusado de la naturaleza, como dice el Papa en Querida Amazonía 42, como si ella fuera algo exterior a nosotros, que pudiéramos utilizar… Y no, nosotros somos una parte de la naturaleza. Somos como un virus que ha saqueado e intoxicado la Tierra, el planeta está enfermo y por supuesto nosotros con él, porque formamos parte él, somos Tierra. No lo digo yo, lo dice Leonardo Boff en este excelente artículo: “Coronavirus: autodefensa de la propia Tierra”.

Iba a escribir que se me hace raro no pasar la Semana Santa preparándola para la gente; solo un par de veces antes fue así (tal vez 2002, 2003…?). Me he acordado de cuando, hace cuatro años, un huayco impidió la Vigilia Pascual: los vecinos de Omia pasaron buena parte de la noche sacando barro de casas y calles, y yo con ellos, chambeando como todo el mundo. No cabía otra “celebración”, y ahora tampoco. No podemos salir de casa a poner termómetros o repartir comida, pero ¿cómo vamos a permitir que Jesús muera de nuevo injustamente a causa de la codicia y la inconsciencia humanas? Eso es lo que pasará cuando los pobres beban el agua contaminada de petróleo o agonicen por coronavirus sin asistencia médica en la selva profunda.

Tocaría narrar que los días de Semana Santa fueron inusualmente tranquilos; que tuve la ocasión de contemplar y vivir la muerte y resurrección de Jesús sin las acostumbradas prisas de estos días, sin ir de acá para allá, sin el estrés habitual, que es de todos modos grato para quien sirve a la comunidad con cariño. Incluso contar que hasta pude hacer cosas para las que normalmente no encontramos tiempo: leer, meditar y hasta acompañar ejercicios espirituales. Pero no. Estamos a Sábado Santo y no tengo respiro.

Sentir todo lo que está pasando “como si presente me hallase”, la inquietud por lo que puede ocurrir… me oprime y me aflige. Honestamente, no podemos celebrar si no hallamos alguna manera de achicar lodo. Podemos rezar. Podemos también cantar el pregón pascual, y lo haré hoy; pero también podemos cranear qué tendremos previsto y armado para cuando se levante la cuarentena y nos enfrentemos con el mal con mascarilla puesta pero cara a cara.

Me da la impresión de que hay quien piensa ingenuamente que es cuestión de unos días, de esperar a que amaine y ya, retomamos la “normalidad” como quien se despierta de una pesadilla. Pero temo que ya nada va a ser igual: la vida, tal y como la hemos conocido hasta ahora, se ha demostrado insostenible. Si queremos subsistir con nuestro planeta hemos de cambiar radicalmente nuestra forma de vivir. Creo que incluso la misión será distinta; el anuncio del Reino requerirá otros acentos, otros métodos, otros destellos.

En Indiana, 17 casos y contando. Más de la mitad del personal del puesto de salud está infectado. Pero en el Vicariato nos estamos moviendo, contactando con las poblaciones para identificar qué se necesita  y cómo podemos ayudar. Después de la reunión telefónica de hoy, me siento más aliviado. Tal vez todavía estemos a tiempo de que Jesús no entre en su tumba; con un poco de creatividad, aunque ya huela, todavía podemos sacar del sepulcro a esta Tierra.

Para eso hay gente que ama la vida y al mundo lo suficiente, como Jesús quería a Lázaro o como Diosito amó a su Hijo. Tanto como para darle su propio respirador y rescatarlo de la muerte. Quizás no esté todo perdido. Con el remar de estos brazos, la esperanza es más sólida y el aleluya más veraz, y no una melodía desvaída de la orquesta del Titanic.

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