viernes, 2 de noviembre de 2018

UNA NOCHE REDONDA


Habitualmente en la iglesia de Islandia estamos dos y el del tambor (que se llama Carlos), pero a veces ocurre que hay llenazo, como el viernes pasado, al final de la novena del Señor de los Milagros. Nos dimos el gusto de planear, trabajar y realizar algo diferente, y salió bien. Hay que contarlo.

Se le ocurrió a Ivanês, que tiene más tiros daos en eventos masivos por su experiencia en parroquias brasileñas gigantes. “Vamos a armar una bendición de las familias”, un día para que traigan su agüita, cantar juntos, con los niños, ser todos bendecidos… esto a la gente le encanta. Es cierto: si este pueblo, incluso los “católicos”, no son de ir a la iglesia ni los domingos… ¿cómo vamos a pretender que vengan a nueve misas nueve días seguidos? No pues. Pero sí podemos inventarnos una noche especial de celebración, tal vez algunos acudan. Así discurrimos.

Así que en el Consejo de Pastoral nos repartimos las calles del pueblo, y por grupos o parejas nos fuimos invitando a todas las familias católicas (o que nos parecía que podían serlo) a esta fiesta. Yo iba con la profe Floralba por mi calle, entrábamos en las casas que ella indicaba, les dábamos la tarjeta recordándoles el día, la hora, y que habrá “refrigerio”; es decir, que se dará de comer, cosa fundamental si queremos que algo funcione en todas las partes del mundo (creo).

No podía ser una misa “muy seria”, así que me acordé de la Nochebuena en La Lapa y tiré palante. Empezó la cosa nombrando a la gente de cada calle, que se ponía de pie y se cantaba el estribillo “Bienvenido lelé, bienvenido lalá, paz y bien para usted, que vino a participar”. Jeje. Se leyó un número del documento preparatorio del Sínodo, se cantó aleluya y al evangelio le siguió como reflexión un cuento. Y enseguida la bendición, con las familias puestas de pie y yo bañando a la gente; como acá no se puede cultivar, todas las flores de la iglesia son de plástico, y Marina me puso de asperje unas tan tiesas que el agua le caía a las personas como proyectiles. Pero las caras estaban sonrientes.

Siguieron unas peticiones-letanías, las ofrendas y una plegaria rápida y adaptada (los liturgistas no lean esto). El padrenuestro todos unidos, y la comunión; pocas oraciones leídas y muchas canciones con palmas. Y aplausos. Al final, la bendición de todas las aguas que trajeron y de los cuadritos del Señor de los Milagros. Y como colofón, la Marinera. Una misa más ligera, participada, musical y divertida. Bueno, al menos eso intentamos.

Para el compartir, la tía Marina se las había apañado para pedir apoyos por aquí y por allá; varias de las familias también trajeron cosas, de modo que, como prevé la ley de los panes y los peces, hubo un montón de comida y sobró: sánguches de pollo, arroz chaufa, chicharrón, empanadas, refresco de cebada, guaraná, keke. Me tocó servir y estaba en mi salsa saludando y bromeando. Había jóvenes, familias enteras, niños por todas partes, abuelitos… Creo que en general contentos y a gusto en la iglesia, y yo satisfecho de una noche redonda. Para repetirlo el año que viene.



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