En estos lugares perdidos en la profundidad de la ceja de selva, sin luz y de difícil comunicación suceden mil anécdotas curiosas. Por ejemplo, dormir en el mismo cuarto con un borracho que llega a las cuatro de la mañana como una cuba. O bañarte dentro de un barreño en plena calle (porque ahí está el único caño del pueblo) en paños menores, de noche mientras a tu lado unos hombres descargan unas bestias...
Es también la experiencia de una vida desconectada... sin señal, sin internet. Nadie te puede localizar en el silencio de la selva, el celular enmudece, lo olvidas. Te sientes lejos de todo y de todos, respirando una peculiar libertad, y es reconfortante, te descansa de la velocidad a la que te someten las mil llamadas de cada día, todas urgentes, todas exigiendo respuesta inmediata. Claro que si sales así de radicalmente de la civilización, cuando regresas puedes encontrarte con que ha muerto Fidel Castro, un equipo casi entero de fútbol ha desaparecido en un accidente de avión y el Atleti ha cambiado el escudo (ahora la osa mira pal otro lao).
Las visitas una o dos veces al año te obligan también a tomar decisiones sobre la marcha en las comunidades, y a veces debes resolver situaciones que se han enredado demasiado precisamente por falta de acompañamiento. En este viaje he suspendido a tres agentes de pastoral por mezclar su tarea con la política, y he cerrado una capilla que han construido en un pueblo sin avisar siquiera. No todo es tan bucólico...
Creo que en nuestra parroquia nadie había hecho antes un itinerario así, de una sola jalada. ¿Por qué lo he hecho? Porque es mi deber, por atender mejor al arrabal pobre de mi parroquia, por verlos una vez más antes de marcharme... Son buenas razones, pero finalmente tengo que reconocer que lo he hecho por cariño. Porque estas gentes, sencillos campesinos, me robaron el corazón desde que los conocí aquel mes de agosto. Su sencillez, su acogida, su agradecimiento, su candor... me enamoran.
Lo que hago es lo que me enseña lo que estoy buscando. Es una cita del pintor Pierre Soulages que Rosa Montero pone en la cabecera de su novela "Lágrimas en la lluvia". Esto que he hecho es lo que busco, es lo que deseo: salir, ir lejos, más a la periferia de lo humano y más adentro del corazón de Diosito. Es lo que siempre he querido ser: misionero. Es lo propio mío, "mi mera libertad y querer" (Ejercicios 32), lo he sabido desde niño y hasta ahora no he podido realizarlo por equivocar el modo, el momento y el lugar.
Yo no valgo para casarme y tener hijos, ni para estar en una oficina, ni siquiera para ser cura "de misa y olla". Yo necesito intentar buscar los límites de la realidad y tratar de llegar adonde más se necesite una presencia que recuerde que el nombre de Dios es Misericordia, tal vez lugares donde nadie quiere estar. Con toda humildad, consciente de mis limitaciones y pecados. Pero confieso que me encanta.
Por eso me marcho de Mendoza y de la diócesis de Chachapoyas, para ir más adentro. Pero de ninguno de los pueblos de esta gira me he despedido, solo se trataba de celebrar juntos el adviento, y el protagonista era Jesús que se acerca, y ha sido un viaje hermoso de verdad. De hecho, varias personas me han dicho: "Te ha sentado bien el paseo". "¿Estoy más gordito?". "No, estás más...". Jeje.
2 comentarios:
No dejas de sorprenderme. Cuidate. Un abrazo
Es maravilloso que te hayas dado cuenta que eso es lo que quieres ser:misionero. En este viaje sí que te has sentido realmente bien .Y yo me alegro de todo corazón.
Besos.
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