lunes, 15 de agosto de 2016

SOLEDAD EXHAUSTIVA


Hay días y momentos en que me siento terriblemente solo. Es una soledad exhaustiva, material, implacable. Lo infecta todo, torna el cielo pesado y el tiempo severo, y me aboca a esa tristeza que me encierra y me enmudece. Y entonces, curiosamente, solo quiero que me dejen en paz.

Vivo rodeado de gente que me requiere, llegan a todas horas y en todas partes pidiendo plata, o que celebre una misa, que su hermano pueda ser padrino, que por favor saque una partida, que le lleve en el carro, etc. etc. Es imposible atenderlo todo (antes éramos tres curas y ahora solo somos dos), y da la impresión de que todo el mundo reclama y nadie está contento. Y entre tantas solicitudes, ¿a quién le importo yo? ¿Quién viene a buscarme simplemente por mi mismo? No al padrecito, no a la función, sino a la persona.

Lo llamo el "síndrome del limón exprimido" y me agota, hace más cruel esa soledad anchísima, como decía el título de aquel libro de Ángel Moreno. No hay escapatoria: no puedo irme con mis sobrinos a jugar o a burrear, no puedo esconderme a recibir mimos de mi mami en forma de tortilla de patata favorita. No hay dónde ir. Manuel chico me dice por skype: "Tito, ¿cuándo vas a venir?", se me hacen siete nudos en la garganta y me pregunto qué hago yo aquí.

Siempre somos extranjeros. De vez en cuando saca la cabecita ese racismo latente del personal atutóctono, especialmente hacia los españoles, y te lo hace más difícil: "Es que el padre Baltazar, como es peruano, el padre César no le deja hacer nada". Toma, para que no te relajes. Pero duelen más los detalles de cariño esperados y no recibidos que las bofetadas, al menos esas las puedes esquivar.

Echo de menos a mis amigos. Esos encuentros donde bajar la guardia y mostrarme espontáneamente como soy, decir lo que me de la gana sin mantener las formas, descansar profundamente sabiendo que no me juzgarán, sentir que soy y seré querido haga lo que haga, incondicionalmente. Os extraño y a veces el vacío es feroz.

Salvar el mundo cansa mucho, ¿eh? Y lejos de tu casa, más. No hace falta que estén todo el día agradeciéndote, pero algún gesto de vez en cuando anima. Ya sé que existen y que todo esto es muy exagerado; simplemente a veces mi carencia afectiva, o el celibato, o mi psicología, o todo junto me hacen despeñarme por la desolación y la nostalgia. Siempre fue así, y yo sabía que acá se recrudecería. Pero se me pasa pronto. Y a alguien tengo que quejarme.

1 comentario:

M José Álvarez dijo...

Claro que tienes derecho a quejarte, desahogarse siempre viene bien. Pero tú saldrás rápido del bajón porque eres una persona fuerte y tu Fe te mantiene. Ya queda menos para tu próxima visita y entonces nos desquitaremos. Mientras tanto mucho ánimo y un gran abrazo